Antonio Álvarez-Solís
Periodista

Los ácaros de la Sra. Colau

La alcaldesa de Barcelona, Sra. Colau, ya ha pisado, con todas sus consecuencias, las grandes alfombras del Ayuntamiento barcelonés, repletas de ácaros del poder. A consecuencia de tal contacto la Sra. Colau manifiesta una difícil respiración política que suscita una evidente alergia ideológica.

La alcaldesa no acaba de verse en un vuelo soberanista frente al Estado y duda sobre el formato de su participación en la gran marcha independentista de la Diada de septiembre. La Sra. Colau dijo hace poco que esa manifestación representaba una inconveniente postura partidaria y ella sostiene lo que es habitual en los jóvenes que han sufrido ya el vértigo de la altura: la falta de compromiso profundo con los grandes proyectos morales, como puede ser la independencia de Catalunya. Lo que en ocasiones degrada al alpinista –y la política tiene un sustrato de alpinismo– es pensar que la cumbre le pertenece y puede perderla en un resbalón. Y ahí es donde empieza el quebranto.

El lazo con la propia realidad nacional y su aventura soberana constituye un compromiso costoso del que se huye tantas veces para conservar la seductora poltrona que peligra ante la gran presión del sistema. De ahí que situada ante este horizonte haya dicho la Sra. Colau: «Estaremos con las reivindicaciones desde la pluralidad». Mal recurso para soslayar la promesa que la llevó al podio. Lo que olvida la Sra. Colau es que ella ganó una calle en cuatro días flirteando con la soberanía de su patria. Su intrepidez ha durado el suspiro de quien ya sabía que jugaba con cartas dudosas. ¿Cree realmente la Sra. Colau en una Catalunya dueña de sí misma? Lo grave para ella es que ha tenido que destaparse pronto. Los políticos de la españolidad juegan con anfibologías muy peligrosas frente a las que hay que mantener una integridad severa.

Por ejemplo, es pura anfibología esa oscura cosa de la unidad en lo plural, que es una forma de ocupar ellos todo el horizonte. Esos políticos  parecen decir constantemente: «Venga usted conmigo porque mi cama es plural». Sepa, Sra. Colau, que esta unidad en la pluralidad que ofrece España no es un matrimonio sino una orgía barata. Desde este ángulo recetar en Barcelona la unidad en la pluralidad equivale a enturbiar cuestiones muy esenciales que a la ahora alcaldesa le sirvieron para sentarse en el gobierno de la ciudad más significativa que tiene el Estado español en el Mediterráneo.

En política se está para tener y defender ideas perfiladas y decisorias, no para izar banderas de colorines. El buen gobernante no debe acabar abanicando a los ciudadanos con un pícaro y variable lenguaje de seducción. Hay que ser alcalde asomándose a un púlpito concreto desde el cual se obsequie a los propios y a los antagonistas con una fe reconocible. Hay que ser alcalde «para todos», como dice la Sra. Colau, pero no «de todos». Porque ese alcalde ha de constituir el vehículo que permita viajar con seguridad a cualquier ambición cotidiana a fin de que la vida política constituya un vivir dialéctico, creador. Pero alcalde «de todos» no se ha de ser, porque es imposible ideológicamente y acaba en la práctica engañosa de un nominalismo democrático. Yo soy alcalde para hacer «esto» y para que usted pueda aspirar a hacer lo «otro». Un alcalde Glandstone para facilitar su camino a Disraeli. Pero nada más. Sra. Colau: ¿no ha quemado usted su nave catalana, si es que realmente esa es su nave, antes de entrar en combate?
Han llamado mucho mi atención una serie de frases mediante las cuales esta señora a fugit d’escola pasa entregarse a jugar con el smartphone de las ingeniosidades vacías. Para empezar: «Estaremos junto a reivindicaciones desde la pluralidad». Si la Sra. Colau viviera en Madrid le diría que esa frase solo es admisible en El Rastro; pero como vive en Barcelona esto huele a oferta en Los Encantes. En cualquier caso es una invitación a que le compren cualquier cosa; en primer término a que la compren a usted. Al fondo el feriante repite una vez más: «Siempre toca/ si no un pito/ una pelota». Lo peligroso de estos políticos agraces es que hablan frecuentemente para chicos tontos. Y la culpa de estas tonterías la tienen los ciudadanos y los dirigentes inmaduros que no aciertan a triar lo conveniente. La derecha o el fascismo, da igual, saben perfectamente qué hacer con estos ciudadanos, sean de la base o hayan adquirido ya el sello de la dirigencia, y operan sobre ellos con absoluta determinación, usando la artillería de estas oscuras expresiones de participación con que pasan de matute su averiada mercancía. No habla esa derecha de pluralidad como verdadero acontecer múltiple sino de ingreso en su aparato. Fraga lo planteó sin rubor: «La calle es mía». Y por ahora sigue siéndolo. La derecha habla siempre de teología dogmática administrada por los antidisturbios, que constituyen su pluralidad. Frente a esa realidad perversa el revolucionario ha de invitar a una fe cierta. ¿Y qué es un nacionalista verdadero sino un revolucionario frente al Sistema que oprime a su pueblo?

Entre las frases que suenan a hueco en esa amalgama en que solamente se oye la batería están las que van fabricando, desde su vaciedad intelectual y su orfandad ética, los socialistas, en este caso catalanes. Les conozco de antiguo. Yo huí de ellos antes de que metieran mi alma en la red del PSC. Jaume Collboni se ha apresurado a atizar el juego ingenuo de la Sra. Colau, para añadir el ascua españolista a su sardina catalana, con esta declaración plagada de «peros», reticencias y evasiones ante la invitación a desnudar el alma en la Diada: «No es lo mismo la manifestación de un derecho –supongo que habrá querido decir «por» un derecho– que una que apoya explícita o implícitamente a una candidatura». Quizá no sea lo mismo un genitivo que un ablativo, que expresa lo circunstancial, pero el resultado es que el Sr. Collboni no dará la cara por la libertad de Catalunya, que es lo que constituye el auténtico relleno de esta empanadilla.
 
Lo que caracteriza a los socialistas es su incapacidad genética para definir su sexo ideológico. En un lenguaje catequístico podría decirse que los socialistas nacieron con pecado original. Ello les ha llevado a ser el salto de cama del capitalismo. Ahora mismo los «populares» han concluido llamar a la puerta del socialismo para ofrecerle una gobernación conjunta del Sistema, que es lo que, según ellos, debe ser salvado, ya que el resto del programa es aleatorio y muy circunstancial. En Euskadi esta propuesta ya fue aceptada con el resultado de que hicieron trizas cuatro años de vida vasca. De aquella época solo quedan en pie Petronor y el Sr. Imaz, si resumimos de urgencia.

Supongo que ahora los socialistas deberán guardar ciertas formas y ejercer ciertas prudencias verbales ante la frase del nuevo vicesecretario de comunicación del PP, Sr. Casado, joven tonto que resumió su visión de la izquierda con una frase ya archivada en el estante de la canallada: «Son unos caras –dijo de los «antisistema»– que están todo el día con la guerra del abuelo, las fosas de no sé quién y la memoria histórica». Y Felipe González, ahí sigue, enredado en la liberación de Venezuela y en la nueva «OTAN, si» de Morón de la Frontera. Yo no acierto qué hará con ese viejo trasto del PSOE el nuevo líder socialista, pero no creo que salga de la charca movediza en que se va hundiendo más y más el socialismo.

Sra. Colau, créame: España no tiene remedio. Y menos esta España que ha quedado infectada de franquistas que cada día suben un tramo en el escalón de la torpeza con su entrega a poderes internacionales que han hecho del Estado español su sacristía mediterránea. Contra esa España trata de alzarse la seriedad catalana –que ha de limpiar también rincones de su sociedad– y a la que usted pretende protagonizar con el solo «pero» de la manifestación de la Diada. Usted ya tiene su «botiga» con los tres carteles tradicionales: «Obert», «tancat» y «ara torno». Lo demás es «a ver qué pasa», que no es camino para usted, que no es una chica tonta. Todo lo más una alcaldesa un chic deslumbrada todavía.

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