Los habitantes de la granja
«Con los ojos fijos en la foto de los niños en la miserable hoguera» por el Estado Islámico, se pregunta el autor «¿quién es el Sr. Obama para imponer correctivos con destrucción del derecho soberano de las naciones que no contribuyen a la megalomanía del Imperio; quién es la Sra. Merkel para dictar comportamientos a los griegos, a los que no ha compensado aún por los daños con que una enloquecida guerra de los alemanes arrasó Europa?». Y es que nadie, salvo el Papa Francisco con inútiles oraciones, se pronunció en contra de las muertes de esos niños.
No hay forma de amistad posible con los alemanes. Su democracia es un decorado, una degradada estética potemkiniana. No hay modo de respetar a los norteamericanos. Sus libertades fermentan en un cenagal político repleto de una moral teratológica.
Estuve un largo rato en la estremecida contemplación de una fotografía periodística en que un montón apretado de niños esperaban en una jaula del Estado Islámico a ser quemados por pertenecer a familias cristianas. Al parecer los exterminaron poco después. Era una simple foto escondida en una sección dedicada a cosas fuera de lo normal. Como ahora se prodiga, un evento. No más. Recé por ellos a Cristo, a Alah, al Dios de los judíos. Pedí el milagro. Como lo pido cuando mueren los inocentes acabados con las diferentes e insidiosas armas de los poderosos que tienen encarcelado a Dios: los que mueren de hambre o por enfermedades que no caben en las contabilidades farmacéuticas de los pueblos pobres. Inocentes. Simplemente inocentes. Supongo que otras oraciones volaron hacia lo alto desde tantas soledades. Pero como escribe Marian Fernández en sus “Poemas descalzos”: «¡Qué complicado resulta avanzar/ cuando los que dicen estar a tu lado/ se esconden detrás de las sombras!». ¡Qué silencio ante tanta muerte!
Unas páginas antes de esta fotografía de irrelevante formato, titulares estridentes hablaban de las sanciones del Sr. Obama a Venezuela por suponer un peligro para la seguridad americana o de la acre presión de la Sra. Merkel ante la negativa griega a sangrar aún más a sus pobres. Los dos poderosos dirigentes clamaban contra los gobiernos de los dos países nada menos que en nombre de la democracia. Pero ¿no brotó de las urnas el Gobierno venezolano? ¿Acaso surgió de un golpe militar el Gobierno de Atenas? ¿Y no están siendo ambos gobiernos estrangulados a fin de provocar el desorden en sus naciones? La sustancia de la democracia exige, en correcta teoría, el apoyo de los Estados que protagonizan esas agresiones para que los pueblos que desean ensayar otras formas de vida sean gratificados por su ejercicio democrático enriqueciéndolo con la correspondiente ayuda.
Acaso los poderosos agresores no condenan todos los días la alternativa revolucionaria para conseguir un cambio honesto y digno? ¿No indican una y otra vez que la democracia se hace con libertad y urnas? ¿Entonces por qué envenenan esos agresores las posibilidades que encierran la libertad y las urnas? No me digan los tales y sus serviles acompañantes que de las urnas ha de surgir cosa distinta a la que se desea y que la libertad solo es tal cuando se practica arrodillado. Hagamos reflexiones de lógica entendible. Seamos todos decentes. Mínimamente decentes. La decencia consiste en el respeto al otro, no en el desmantelamiento de su pretensión. ¿Tan intelectualmente pobres estamos que haya que decir cosas tan elementales?
Pero volvamos a los niños enjaulados para morir por el fuego. No ha habido una sola declaración de la Casa Blanca; no ha dicho nada Berlín. No se ha conmovido la Bolsa ni han reaccionado los Mercados. ¿En cuánto ha de cotizarse la inocencia para entrar en los cálculos de los expertos? Quizá la inocencia sea sustancia barata y pueda ser derrochada; el mundo produce todos los días miles de toneladas de inocencia. El mundo es pródigo en inocencia, pero hay que cultivar esa inocencia, librarla de la plaga de la muerte perversa, que es contaminante. Mas la inocencia no es, al parecer, rentable. No se admite que cada niño asesinado es asesinado un mundo.
¿Sostener tal cosa es acaso demagogia? ¿Y por qué no son demagogia las especulaciones solemnes y enfurecidas de los Mercados? Quizá la clave para superar tan evidente e infortunada contradicción es que los Mercados –con mayúscula porque el vocablo pertenece ya a la metafísica de arrabal– son poder y el poder es sublimemente ingénito y esencialmente necesario según la teología de la perversión. Con solo una prueba se prueba la excelencia ideológica de ese poder: la prueba de la eficacia. El poder está concitado en determinadas personas que según la elemental y mínima filosofía del pragmatismo americano están tocadas por el dedo de la eficacia, que es algo parecido al dedo de Dios. ¿Pero en qué consiste la eficacia? Los Mercados no admiten como eficaz una moral igualitaria y detestan como corruptor el bienestar general, la ancha y pacífica confortabilidad de todos si esa confortabilidad no eleva exponencialmente el balance de los pocos. Hay que entregarse a los profetas de la producción, a los inefables e infalibles conductores de la comunidad, a quienes dejan fuera de la sublime alianza del poder a unas docenas de niños condenados al fuego bárbaro, a cientos de pueblos reducidos a la esterilidad dolorosa, a multitud de trabajadores sin la dignidad del trabajo. La democracia está hecha de obediencia y la libertad admisible es ácima. No es eficaz el desecho.
Y uno, llegado aquí, pregunta quién es el Sr. Obama para imponer correctivos con destrucción del derecho soberano de las naciones que no contribuyen, sordas y ciegas, a la megalomanía del Imperio; quién es la Sra. Merkel para dictar comportamientos a los griegos, a los que no ha compensado aún por los daños con que una enloquecida guerra de los alemanes, una más, arrasó a Europa hasta dejarla materialmente inerte a los pies inverecundos de Washington.
Uno sigue con los ojos fijos en la foto de los niños muertos en la miserable hoguera, que no tuvieron más asistencia pública y notoria que las oraciones del acosado Papa Francisco. Y no digo de muchos católicos tan cuidadosos de su corralito teológico, porque habría que hacer un complicado recuento. ¿Pero además, qué importan esas oraciones a los Mercados? Si hubiesen quebrantado los planes imperiales para reducir su poder… O si hubiesen desdibujado los planes del gran reparto… En cualquier caso, si hubieran tocado los límites de la granja… ¿Moral o geopolítica? Hay que elegir. Y plantear esta cuestión por unas vidas pequeñas parece desproporcionado en una hora de difíciles cuentas.