Los republicanos
Ser republicano en España dice mucho más que dar la espalda a la monarquía. Es una fiesta del pensamiento, de la libertad de palabra, de la dignidad sin aspavientos, del regreso de los exiliados, de la posibilidad de ser, del orden sin adjetivos.
Ser republicano en España es la nostalgia profunda de una realidad que aún no sabemos si fue simplemente un fulgor en la oscuridad histórica de España. Ser republicano en España son las masas con sus banderas en un 14 de abril. No hace falta señalar el año. Solo hay un 14 de abril en el calendario histórico español. Ciudadanos que descubrían a un Lorca que hacía la gran propuesta de la realidad: «Compadre, quiero cambiar/ mi caballo por su casa/ mi montura por su espejo/ mi cuchillo por su manta». El 14 de abril –no es necesario señalar el año– los intelectuales abrazaban a Ortega para pedirle que aclarase por qué lo que nos pasaba era que no sabíamos lo que nos pasaba. El 14 de abril se horneaban dirigentes que escuchaban a un Azaña que «sembraba a vena loca a orilla el Henares». Fue un día de jornaleros que por fin dejaban deslizarse desde sus manos una tierra que ya no daría espigas de hambre. Los obreros ocupaban la calle y cantaban “La Internacional”, hartos de una nación que ni siquiera pudo disfrutar un Imperio que murió preso en la cabeza de unos reyes ausentes en el enredo alemán, en las batallas imposibles de Flandes, en una Italia que se les escapaba a chorros por los mármoles del Renacimiento. En la República del 14 de abril –no importa el año– los payeses catalanes se pusieron la barretina dominical para ir a las conferencias del Ateneo. En la República del 14 de abril los vascos batieron el hierro en unas fraguas con otro son. En la República del 14 de abril los andaluces renunciaron a venir del norte ibérico enlatados en sus armaduras encristadas para ser andaluces de al-Ándalus de Blas Infante, el musulmán bautizado en Coria. En la República de abril los españoles empezaron a leer y don Quijote rebeló su secreto erasmista. La mujer vistió un mono obrero el 14 de abril y sobre los rizos juveniles caló un gorro negro y rojo con las tres iniciales de la soberanía popular.
Ser republicano en España dice mucho más que dar la espalda a la monarquía. Es una fiesta del pensamiento, de la libertad de palabra, de la dignidad sin aspavientos, del regreso de los exiliados, de la posibilidad de ser, del orden sin adjetivos. El republicanismo español no fue elaborado lentamente como en la gran Europa vecina, sino que brotó de la roca golpeada por la vara del profeta.
Nací republicano de un padre medio inglés que creyó en la República. Un día entré en el pequeño gabinete en que leía al amparo de una mesita que le guardaba el libro mientras daba mechero al tabaco y vi que movía dubitativamente la cabeza. Me miró, cerró el infolio y me susurró casi: «No puedo evitarlo; me espanta lo que te voy a decir, pero creo que regresa Menéndez y Pelayo». Estaba leyendo la “Historia de los heterodoxos españoles”, de los errantes heterodoxos que no se resignaron a ser copias de un pasado que quedó inerte en los campos de Castilla.
Para ser republicano en España hay que afinar el oído para escuchar en todo su alcance el «¡Levántate y anda!» Pero ¿quiere levantarse el español? No estoy seguro. El español está sentado en el arcén poniéndole un parche a la bicicleta. Los socialistas no se deciden a serlo porque el socialismo no huele a sudor sino que apesta a muerto. Los cuatro comunistas que quedan están pegados al teléfono para recibir noticias de los cuatro comunistas que les telefonean. Los progresistas ponen toda su ambición en mejorar el teléfono móvil para decir a la familia, cuando aterrizan, que ya han llegado. Y en los pueblos viejos que habían empezado a hojear el Marx joven en el 14 de abril luchan ahora para que les dejen soltar de nuevo las vaquillas, mientras en el Ayuntamiento –que vive de una Diputación que vive de la Autonomía que vive del Estado– se reparten el presupuesto para construir un gigantesco palacio de la cultura que no existe. Un poco más allá, pasado el Ebro, un catalán sigue noblemente empeñado en levantar la piel del mar para ver al perro que duerme en el fondo. Y en el norte prosigue la procesión «terrorista» de los vascos que quieren ser simplemente vascos.
La República nos va a sorprender como a las vírgenes que quedaron sin aceite en los candiles: sin republicanos. Porque ser republicano en España es cosa de mucho movimiento y eso no lo reparten las mensajerías del Sistema porque es transporte para emprendedores. Lo peregrino es que ahora, en un rapto de democracia precocinada, desentierren en el Valle de los Caídos a Franco y el Genocida aproveche la ocasión y se salga definitivamente del féretro ¡Santo Dios, que futuro!
La República en España es un «todo» que no se puede vender a trozos: «Un empleo aquí, otro más allá/ y la veredita que baja y se pierde. / Jardines de Catamarca…» Ya me lo avisaba mi padre cuando salió de El Pardo la primera tanda de procuradores en Cortes por el tercio familiar: «Volverá Menéndez Pelayo y tornarán a ponernos un poco de sal en la lengua cuando nos bauticen en el Jordán de la democracia seca». Por su parte Mingote dedicaba la portada de ABC a un candidato en las elecciones por ese tercio que decía en su pancarta: «¡Vota a Segundez ¡A ti que más te da!». Como ahora.
Sí, necesitamos el «todo» democrático para ser republicanos, porque no solo de pan vive el hombre. Sobre todo de un pan que han vuelto a racionar sin que nos demos cuenta porque ha pasado de llamarle bollo a ser llamado ajuste del déficit público. ¡Tiene miga la cuestión!
Necesitamos esa República del «todo» democrático en que los días de resurrección no se dejen empeñados «a cuenta» de… Una República en que las mujeres participen de un gobierno que no sea de ministras y ministros sino de ciudadanos que no necesiten registrar el sexo para medir la igualdad. Porque el futuro es algo más que gramática parda.
Yo aún soy uno de aquellos niños republicano que el 14 de abril abrimos los ojos para cantar a corro callejero aquello de «Ahora que ya estamos juntos/ vamos a contar mentiras./ En el mar corre la liebre/ y en el monte, la sardina», mientras el rey embarcaba en Cartagena. Y en Madrid afilaba su alfanje el pequeño general que perjuró su bandera dos veces, antes de ser candidato a santo. Después pasaron cuarenta años. Y después otros cuarenta. Y España continuó tirando cabras desde una torre medieval para celebrar la fiesta de la Asunción, mientras los banqueros reclaman más dinero al gobierno para sostener la banca que gestiona nuestro crecimiento de libre empresa. «¡Ay, Antoñito el Camborio/ digno de una emperatriz!/ Acuérdate de la Virgen/ porque te vas a morir./ Tres golpes de sangre tuvo/ y se murió de perfil». Luego pasaron cuarenta años. Y luego otros cuarenta y apareció la Arrimadas: «Zapatos color corinto/ medallones de marfil/ y ese cutis amasado/ con aceituna y jazmín». ¡Ay, Federico García, llama a la Guardia Civil!