Jose Mari Esparza Zabalegi
Editor y miembro de Euskal Memoria

Manifiestos manipulados

Todos estos partidos tienen un zulo en el desván del alma y un montón de fechorías sin esclarecer. ¿A qué viene pues tanta hipocresía?

La prensa de estos días ha publicado el “Manifiesto por la Memoria histórica y contra la Manipulación” firmado por miembros de Batzarre, parlamentarios del PSOE y Geroa Bai y algunos familiares de fusilados navarros. Es elocuente el entusiasmo con el que “Diario de Navarra” se ha hecho eco del mismo, editorial inclusive. No es para menos.

El motivo ha sido que el gaztetxe Maravillas haya celebrado unas charlas para celebrar el Gudari Eguna, y para recordar la muerte del joven Mikel Castillo, «asesinado» –leemos en “Diario de Noticias”– por la policía en Pamplona. Relacionar a ETA con cualquiera de las «3.452 personas asesinadas en Navarra supone una contradicción clara y una falta de respeto», afirman.

¿Quién manipula? Todos sabemos que ETA nació por y contra una dictadura, y que tan fusilados por el franquismo fueron los vecinos de Lodosa, que se le enfrentaron con armas en 1936, que Txiki y Otaegi, muertos un 27 de setiembre de 1975 por la misma Guardia Civil, los mismos consejos de guerra y el mismo régimen. Algo, digo yo, tendrá que ver. ¿Por qué los jóvenes no pueden celebrar ese aniversario? ¿Porque usaron armas contra la dictadura? Si los 3.634 muertos por la represión en Navarra –cifra real, que aparece en la próxima edición del libro “Navarra 1936. De la esperanza al terror”– hubieran tenido la opción de defenderse, como la tuvieron en Gipuzkoa y Bizkaia, habrían peleado y muerto como gudaris o milicianos, y hoy les honraríamos igual. Y si el PCE mantuvo la resistencia armada, el maquis, hasta 1962 y ETA nació en 1958 ¿qué lógica tiene esa divisoria «ética», que hace hoy día héroes a unos y terroristas a otros?

Comprendo que sea un tanto vergonzante que cuando se arrancó la amnistía de 1977, de los 749 presos vascos que salieron de las cárceles, tan solo uno fuera del PSOE; tres del PNV y cuatro del PCE. Ocho en total. Los demás, 400 eran de ETA y el resto de grupos revolucionarios, la mayoría de ellos ramificaciones de la misma ETA. Aquella foto de salida refleja bien quién tomó partido, hasta mancharse, contra la dictadura.

Si los firmantes analizan el origen familiar de los 40.000 detenidos por «terrorismo» en el País Vasco a partir de 1958, se sorprenderán del altísimo porcentaje de parentesco con fusilados, milicianos o gudaris del 36. ¿Por qué pues los jóvenes hoy día no van a poder homenajear igualmente a Maravillas y a Txabi Etxebarrieta? ¿Por qué no a Likiniano, que pasó de miliciano anarquista en el 36 a diseñar luego el anagrama del hacha y la serpiente? A nuestro paisano Koldo Lakasta ¿no le masacraron toda su familia en Beire? ¿Y no tiene derecho a decir que fue preso por continuar las luchas pretéritas de sus abuelos? ¿No les llamó el gran Bergamín «resistentes de la República?».

Claro, podrían haberse hecho pacifistas y afiliarse a Batzarre, PSOE o PNV, pero ¿acaso estos pueden dar lecciones de pacifismo? El PSOE intentó con las armas la Revolución, en octubre de 1934, en plena democracia republicana. En 1936 se enfrentaron con las armas al franquismo y si hubieran podido, habrían hecho saltar por los aires a Mola, como años más tarde otros antifranquistas volaron a Carrero. Todavía en “El Socialista” de 1975 reproducían las palabras de Pablo Iglesias, en las Cortes de 1908, contra el proyecto antiterrorista de Maura: «hay que poner manos a la obra sobre la riqueza para transformarla (...) por medio de la revolución, esto es, por medio de la violencia. Y como en la violencia están comprendidos el fusil, el puñal, la dinamita, etc., a nosotros se nos aplicará el art. 55… Seremos terroristas». Más tarde, además de la violencia absoluta que ha empleado gobernando (desde los bombardeos de los Balcanes por Solana al último trapicheo de armas a Arabia Saudí), el PSOE organizó su propio brazo armado, el GAL. La presencia de toda la cúpula del partido en la puerta de la cárcel de Guadalajara fue una descarada apología del terrorismo, aunque nada que ver con el que proponía su fundador.

Qué decir de las hazañas bélicas del PNV, de las que además presume. Durante el franquismo también jugó con las armas, «toda una partida de metralletas fabricadas por nosotros», reconoció Arzalluz. Él mismo iba armado. En 1969 dos jóvenes navarros, Asurmendi y Artajo, morían al explotarles una bomba que llevaban; habían sido entrenados, financiados y dirigidos por el PNV. Luego, el partido optó porque fueran otros los que sacudieran el nogal, sin hacer la menor autocrítica pública tanto de su decisión de emprender la vía armada como de abandonarla.

Y de Batzarre, mejor no recordar sus abolorios, que fundaron en 1980 el último grupo armado de Europa, y dejaron siete militantes muertos que todavía esperan un homenaje. Estos días hemos visto por internet los carteles que publicaron cuando la muerte de Mikel Castillo, a quien calificaron de «derroche de generosidad» y «ejemplo para todos nosotros». Es posible que algunos jóvenes les creyeran entonces y hoy estén presos en alguna cárcel, viendo cómo los mismos que les animaron a seguir el ejemplo de Mikel, hoy día los tratan de «terroristas». Autocrítica, llaman a eso.

En resumidas cuentas, todos estos partidos tienen un zulo en el desván del alma y un montón de fechorías sin esclarecer. ¿A qué viene pues tanta hipocresía? «Cuando apuntas con un dedo recuerda que los otros tres miran hacia ti», les recuerda un proverbio inglés.

Hace 40 años comenzamos algunos la pelea por la memoria del 36. Hoy seguimos diciendo lo mismo: los restos de los asesinados pertenecen a las familias; su memoria política, a quienes la continúan. Y solo estos tienen derecho a hablar en nombre de los que cayeron, que siguen diciendo al que quiere oir: «Sepan que solo muero/ si ustedes van aflojando/ porque el que murió peleando/ vive en cada compañero».

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