Aster Navas

Masa madre

Lo que sobre el papel, que todo lo aguanta, no resulta difícil, se pone más complicado a pie de aula. La última reforma resulta abrumadora y nos puede hacer perder el norte.

Amanece gracias a los panaderos y a los repartidores de prensa. Son ellos los que colocan los primeros adoquines, los primeros azulejos del día; el resto, aceras, farolas, bancos, semáforos, surgen gracias a ellos por un efecto dominó. Por supuesto que no tengo pruebas sólidas de esta evidencia incontrovertible pero basta recordar esos días excepcionales del año en que no hay periódico o pan; la luz no llega a cuajar y las calles pasan buena parte del día desdibujadas, inconsistentes, deseando que llegue la noche. «Más largo que un día sin pan», decimos...

Con gusto hubiera pedido una excedencia y me hubiera dedicado, durante un año al menos, a hacer pan. Levantarme de madrugada y hacer pan, bregar en un obrador. Eso me pide el corazón, el cuerpo: hacer algo con las manos. Darle una tregua a la cabeza. Porque el regreso al aula este setiembre, tras cinco años en el equipo directivo del centro, me produce cierto, bastante, mucho vértigo. Ya no basta con ser profe, sino, como señala la LOM-LOE, un «generador de situaciones de aprendizaje». No, no sé si voy a estar a la altura. «Situaciones de aprendizaje...», «generador...» Vértigo. Para qué negarlo.

Este lustro, este paréntesis me ha servido para replantearme la docencia; ver el bosque desde cierta distancia te ayuda a entenderlo en su conjunto. Hasta hace nada la educación se reducía a una transmisión de conocimientos o de habilidades a las generaciones que tomarían el relevo: lo que se enseñaba en el aula y lo que necesitabas en la vida real corrían parejos. Esto ha dejado de ser así y nos está costando darnos cuenta. Desde la última década vamos por detrás, a rebufo de lo que a esos adolescentes les va a pedir el mercado laboral y una sociedad que ha comenzado a llamarse «líquida». Las nuevas tecnologías dejan sin sentido de un año para otro lo que con tanto tesón explicamos en el aula. Resulta evidente que no queda otra que desarrollar lo que se va a demandar: «competencias».

Y lo que sobre el papel, que todo lo aguanta, no resulta difícil, se pone más complicado a pie de aula. La última reforma resulta abrumadora y nos puede hacer perder el norte. Porque esta película no se trata simplemente de buena voluntad –se suele decir que a menudo los voluntarios causan más bajas en una contienda que el propio enemigo– sino de trabajar con cierto criterio, con la vista puesta en un horizonte y alimentando, mimando la motivación. Muy recomendables al respecto tres manuales, tres brújulas que he hojeado este verano, y con las que he tratado de ponerme las pilas, de actualizar muchas de las aplicaciones de mi sistema operativo como educador que ya no pitaban bien o se bloqueaban.

En cuanto a criterios, "Enseñar distinto: Guía para innovar sin perderse en el camino", de Melina Furman. Especialmente interesante el capítulo que dedica a contextualizar y a extraer de los problemas una oportunidad: «Educar cuando baje la marea: los tesoros educativos que nos deja la pandemia». Plantea además cuestiones preliminares a cualquier currículum y a las que quizá no hemos respondido o no lo hayamos hecho con la suficiente profundidad: «¿Se trata de reinventar la rueda o de pulir, limar los bordes?» ¿Qué es lo más inteligente?

En cuanto a horizonte, "Educar y formar a la generación Z: experiencias derivadas de la investigación", obra de algunos compañeros con las manos perdidas de tiza como Juan Manuel Trujillo, Pilar Cáceres o Josean Marín. Dejan muy claro que los verdaderos protagonistas de su aprendizaje son los alumnos; nosotros estamos ahí para acompañarlos.

Y en cuanto a motivación "Estrés y burnout en la enseñanza", de María Antonia Manassero, una excelente reflexión sobre las grietas y el deterioro anímico en nuestro trabajo; la manera de prevenirlas y, en su caso, de enfrentarlas.

Con estos mimbres vuelvo a clase. Sí, definitivamente he decidido aparcar lo de la panadería. Y eso que es muy cool, se ha puesto muy de moda lo de hacer pan, la masa madre... Y el trabajo en sí tampoco me echaba para atrás. Lo que me provocaba mucha ansiedad era ser el encargado de que amanezca. Impone un poco... De buena gana me hubiera metido en harina pero no sé si podría con esa presión, con esa responsabilidad. Bastante tendré con ser «generador de situaciones de aprendizaje».

En fin.

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