José Luis Orella Unzué
Catedrático senior de Universidad

Múltiple memoria histórica

Es muy fácil de entender el que los medios españoles acepten la pluralidad de escuelas historiográficas y de memorias históricas de otras latitudes o de otras culturas. Así se hicieron eco de la centenaria manifestación rusa encabezada por diputados estatales del día 19 de diciembre frente al número 26 de la avenida Kutúzuvski, donde vivió Leónidas Bréznev líder de la URSS (1964-1982), pidiendo la reposición de una placa conmemorativa en su honor desmontada en 1991 y añorando «los buenos viejos tiempos soviéticos».

Más aún, el jefe del Departamento de Cultura del Ayuntamiento de Moscú, Serguéi Kapkov aseguraba la intención de su Gobierno de recuperar la memoria de los destacados políticos de la URSS como Nikita Kruschev o Konstantin Chernenko. Igualmente la asociación «Memorial», premio Sájarov a los derechos humanos del Parlamento Europeo, presentó su proyecto de resucitar del olvido a las víctimas de la represión soviética. Se trata de al menos dos memorias históricas contemporáneas enraizadas en una misma sociedad.

Por otra parte el artista alemán Günter Demmig desde 1992 recuerda a quienes fueron deportados y asesinados por el nazismo en los años del Holocausto y ya ha colocado en su recuerdo y honor 40.000 piezas en 650 ciudades europeas. Según este proyecto cada víctima tendrá su placa personal a iniciativa o en colaboración de los familiares del fallecido, entresacada la ficha personal de la base de datos que recoge más de dos millones y medio de nombres.

Otro referente de la diversidad de memorias históricas lo tenemos en la nueva colección de libros de texto de Venezuela en la que se propone una lectura acorde con la cosmovisión chavista de la historia republicana. La lectura realizada por la Revolución bolivariana rescata la obra de los padres fundadores con el libertador Simón Bolívar a la cabeza y se opone al estilo americano de interpretar la historia de Venezuela que llegaba de Estados Unidos de América desde 1824, lo mismo que rechaza la interpretación colonialista española de describir la historia de la América postcolombina.

Las interpretaciones aducidas sobre las diferentes memorias históricas achacan a sus adversarios manipulaciones de protagonistas desconocidos y exigen la relectura de la historia sobre las nuevas bases de interpretación y la confirmación, con el refrendo de las verdades novedosas aducidas y que las otras interpretaciones omiten porque no les conviene tener en cuenta.

Si arribamos a la cultura del Estado español nos encontramos con el choque reciente de trenes históricos de Cataluña versus España. Las últimas jornadas celebradas en Barcelona sobre los agravios a los catalanes por parte de España, es decir, sobre el análisis de la acción política del Estado español hacia Cataluña, han concluido confirmando la «opresión nacional que ha sufrido el pueblo catalán a lo largo de estos siglos». Se ha patentizado un choque de historiografías y de memorias históricas irreconciliables.

Como conclusión se puede afirmar la necesidad de aceptar una convivencia social de varias memorias históricas en la que cada una de ellas, rechazando la simplista lectura de la propia verdad absoluta, deberá admitir el discurso narrativo de otros que tienen lecturas diferentes sobre la historia vivida.

En historia no valen las propuestas responsables que se establecen como puentes de acuerdo tras ceder cada uno un poco. Esto sirve para la vida social y el desarrollo político, pero no para las escuelas históricas, porque el enfrentamiento de estas lleva a posturas extremas. En historia no valen los acomodos. Es imperante admitir la existencia de escuelas historiográficas, es decir, de diferentes memorias históricas. El historiador debe prescindir del principio de contradicción. El verdadero historiador será verdadero demócrata cuando admita que todas las escuelas historiográficas tienen los mismos derechos y libertades. Y las mayorías democráticas nunca podrán borrar del mapa a las memorias históricas diferentes a la propia. Todas las memorias históricas deben tener la dignidad de exponer las razones de sus afirmaciones, la obligación de explicar sus fundamentos subjetivos y el derecho a esperar la misma dignidad y la misma obligación a las otras memorias históricas. Las discrepancias entre escuelas historiográficas no se resuelven con invitaciones al diálogo y al consenso.

Y estos ejemplos aducidos en Rusia, Alemania o Venezuela no pueden ser trasladados ni a la memoria histórica de Cataluña en sus relaciones con España con motivo de la guerra de sucesión y su culminación en 1714, ni a la situación nacida en las provincias vascas tras la supresión foral de las guerras carlistas. Tampoco se podrá acomodar a las víctimas de la guerra civil española o a las situaciones más cercanas suscitadas entre los seguidores de ETA y sus opositores, ni siquiera aduciendo la «totalidad» de las víctimas del conflicto vasco.

En los ejemplos propuestos (de la cultura rusa, alemana, catalana o vasca) hay víctimas que fueron antes verdugos y enviaron a miles de personas a la muerte antes de compartir el mismo destino de víctimas.

Los historiadores nos vemos obligados a concluir que con certeza solo existen los «facta», es decir, los hechos cronológicos, que hubieran podido ser captados por una máquina de fotos que señalase espacio y tiempo. Mientras que los sucesos con los que construimos la historia son siempre interpretativos, objetivo-subjetivos, ya que vienen todos envueltos por una carga cultural, religiosa o ideológica que bifurca a los historiadores en un abanico de escuelas historiográficas.

Solo el poder del momento ya sea económico, político, religioso o ideológico se encargará de educar pedagógicamente a las generaciones de su ámbito para hacerles creer puntualmente que desde siempre su elección histórica fue la verdadera.

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