No me importa
Pregunta necesaria: si lo que no existe en la norma no vale sin la validación de otra norma que haya salido de otra norma, ¿para qué elecciones? ¿Para qué democracia?
No me importa. No sé si la causa contra los políticos catalanes del «procés» ha quedado lista para sentencia. Sé que los nueve encarcelados volverán pronto a casa porque Europa no puede permitirse este absurdo capítulo del Conde de Montecristo. Me duele, sí, que en uno de los salones del Tribunal Supremo la vieja España haya vuelto a ser la vieja España al alojar la actuación apocalíptica de un fiscal que a estas alturas ha creído que la fascista Teoría pura del Derecho –que acabó ante los jueces de Nuremberg–, aún esté vigente.
Sr. Zaragoza. ¿Cómo pudo usted decir que los nueve presos no fueron juzgados por sus ideas políticas sino por haber intentado liquidar la Constitución de 1978 utilizando métodos ilegales, tales como la convocatoria de un referéndum no previsto en la ley, y el empleo de la violencia, como rebeldes, cuando lo creyeron necesario? Un referéndum es democracia, señor fiscal.
¿Cómo pudo usted decir que la rebeldía existió desde un principio ya que la rebelión no necesita violencia grave o violencia armada?
Si me he equivocado en el anterior resumen proceda usted en consecuencia. Mas de momento continuaré con lo esgrimido por usted con Kelsen en la mano. Un Kelsen que conducía al nazismo, pero con tal temblor en el pulso que enfureció a su ídolo, Adolf Hitler, y hubo de huir primero a Suiza y finalmente a Norteamérica.
Cuatro citas nada más acerca de Kelsen, que sirvió a usted, Sr. Zaragoza, de hilo conductor doctrinal en su intervención acusatoria frente a los catalanes del «procés».
«La teoría pura del Derecho demuestra ser verdadera ciencia… La(s) ideología(s), por el contrario, encubren la realidad, desfigurándola». El Sr. Kelsen ya enseña la oreja antidemocrática.
«Todas las ideologías tienen su raíz en la voluntad y no en el conocimiento; responden a intereses que son muy diferentes al interés de la verdad». ¡Plaf!
«La positividad del Derecho consiste en la necesidad de ser impuesto frente a la invalidez… de la moral y otros sistemas normativos similares». ¡Ya estamos llegando a Pénjamo!
Como dicen mis cubanos en las colas: «¡Pasito alante, varón!».
Una norma será válida en tanto y en la medida en que haya sido creada sobre la base de otra norma; esto es, si ha sido generada por otra norma». ¿Y las urnas? En mi juventud había un grupo musical compuesto por cinco muchachos vestidos de bombero que dieron fama a la siguiente canción: «La manguera, ¿dónde esta?/ ¿Dónde está la escalera?».
Leamos: «Una acción humana es acto del Estado siempre que sea calificada como tal por una norma jurídica». Una chulada: y mi suegra sería una bicicleta si tuviera ruedas.
En mi tierra asturiana solemos cantar así la nostalgia: «Si viviera to padre/ que yera tan buenu/ campanines de plata llevares al cuellu./ Pero ahora non, mio neñu, ahora non».
Pregunta necesaria: «Si lo que no existe en la norma no vale sin la validación de otra norma que haya salido de otra norma», ¿para qué elecciones? ¿Para qué democracia?
Segunda pregunta: si no se puede consultar al pueblo (referéndum) a no ser que haya otra norma que permita el referéndum, ¿cómo se consultará al pueblo con el fin de lograr que haya referéndum?
Tercera pregunta: ¿Cómo se puede solicitar al pueblo su opinión si preguntar es rebeldía?
Adolf corrió a gorrazos a Kelsen. Menos mal que el mejor discípulo de Kelsen –dejo aparte España–, Carl Schmitt, liquidó el problema con afirmaciones como esta: «Soberano es quien decide sobre el estado de excepción». Poco antes su maestro Kelsen había puesto en su sitio a la ciudadanía: «La jurisprudencia de los jueces tiene carácter constitutivo; es creación de derecho en el sentido propio del término».
Animado quizá por este ambiente otro de los fiscales españoles hizo una cuenta victoriosa contra los rebeldes como únicos autores del seísmo catalán: metió en el mismo saco a la veintena de policías lesionados, añadió los mil trescientos manifestantes heridos por esta policía, sumó y presentó su aplastante conclusión: toda esta sangre la han producido los rebeldes con su rebeldía.
Vamos a ver… Escribo este papel a las dos de la madrugada. Estamos en la mitad del siglo XXI y cuento noventa años. Tengo derecho como español a un poco de seriedad. Imagino una gran mesa. En torno a ella a dos delegaciones serias. Un licor, unos ceniceros, unos puros. Sin banderas. Con madurez… Con palabras templadas, ¿no es posible hablar de libertad de los pueblos, de abrir página a una nueva historia? ¿No es posible que España, Catalunya, Euskadi construyan, con absoluta soberanía, un espacio donde puedan imaginar una colaboración de mutua ayuda para protegerse del Leviatán de las grandes potencias? ¿Qué teme el Madrid de una España pobre? ¿Perder su rico «imperio colonial»? Podría pensarse, incluso, en edificar una Confederación Ibérica. Hay muchas cosas para esa mesa de negociaciones. Pero sin cárceles, sin jueces del siglo XVI, sin policías arrogantes, sin venderse al Leviatán a cambio de un mal apoyo. Me gustaría irme poniendo en la fachada del maldito siglo XVIII: «Cerrado por reformas».