Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

No, no debemos callar

Hoy me limitaré a transcribir, casi palabra por palabra, parte de mi carta de respuesta a un escritor de talento con el que suelo recrearme en subrayar, con trazo grueso, nuestros desacuerdos. Sus observaciones amplifican nuestras disensiones, a menudo más de forma que de fondo, pero ahí queda todo. Cuando llegamos al término de insignificantes discrepancias, cada uno recoge su mochila de sensibilidades y a casa, sin más.

En el caso recientemente vivido, reproducimos, aparentemente, el esquema de nuestra actuación habitual pero por mi parte no puedo, ni quiero, retirar una sola coma de nuestro breve intercambio epistolar.
 
Hace unos días, una columnista, por decir algo, que se las da de graciosa, escribió para «el periódico más leído de Gipuzkoa» un comentario burdo, cuando menos, sobre una persona de la escena política actual. La disertadora confirmaba así la dolencia que muchos seres humanos, quizá yo incluido, padecen: propender, de manera irresistible, al nivel personal de incompetencia. No se trataba en la glosa de la expresión de un desacuerdo político, siempre aceptable e incluso enriquecedor, sino de unas palabras que generaron en mi un reflejo emético. Comuniqué mi indignación al escritor que cito en cabeza del artículo tratándose de un íntimo conocido de la «escritora» en cuestión. Por delicadeza el amigo de la apuntadora me contestó intentando calmar el «juego» pero no lo consiguió. No se puede departir continuamente con la herramienta del «…y tú más», entre otras finezas, insinuando que seguramente «algunos» utilizaban cierto tono cuando se trataba de expresar el sentir en el caso de acciones violentas contra el poder español.

A partir del Ebro y hacia el Norte los que nos proclamamos abertzales no colaboracionistas ¿tendríamos que callarnos?

El muy español «…y tú más» es una prueba de una cultura inquietante por sus graves carencias que sorprende, por lo menos, en los pocos países que quedan de una pretendidamente civilizada Europa. Propongo a los «Ytumasistas» en ejercicio que se asomen a lo que ocurrió en Irlanda del Norte y a las reacciones ilustradas actuales de los protagonistas de su sangrienta Historia reciente que sin exigir genuflexiones han sabido diferenciar el concepto de adversario del de enemigo. Aquí el alimento de muchos, pero felizmente no de todos, es el odio.

Para los «Ytumasistas» cualquier barbaridad expresada contra una o un abertzale es objeto de loas y de justificaciones destinadas a silenciar a un colectivo que hoy pretende defendar opciones políticas pacíficas habiendo rehusado, y en muchos casos condenado, la violencia aunque, en su tiempo, la hubiesen comprendido sin aceptarla.

¿Habrá que hacer callar, para siempre, a los innombrables cómplices actuales de las torturas, de los entierros de vivos con cal y de otras proezas de parte de la historia de España 36-39 y siguientes? ¿Habrá que hacer callar, para siempre, a los alemanes por haber votado a favor de Hitler? ¿Habrá que hacer callar, para siempre, a los italianos por su complicidad con Mussolini y sus «Fascios italianos de combate»? ¿Habrá que hacer callar, para siempre, a los franceses por su apoyo mayoritario al Petain de Vichy? ¿Habrá que hacer callar, para siempre, a los estadounidenses por sus bombardeos atómicos en Japón, por su napalm en Vietnam, por su impune desprecio de los derechos humanos en Guantánamo? ¿Habrá que hacer callar, para siempre, a los súbditos de Israel que siguen votando a favor de un gobierno cuya conducta salvaje hacia Palestina recuerda la que bestialmente, hace pocos años, padecieron los judíos? ¿Habrá que hacer callar, para siempre, a  los sirios de Al-Asad? ¿Habrá que hacer callar, para siempre, a rusos, chinos y tantos más por razones conocidas? ¿Habrá que hacer callar, para siempre, después del resultado arrollador del referéndum griego, a los «troikos» desprovistos de legitimidad representativa y morrois de algunos Estados que se apropian del liderazgo europeo? La lógica de hacer callar en nombre del «…y tú más» silenciaría a la mayoría de la Humanidad de la que solo se libraría quizá el Principado de Andorra.

Exijámonos, todos, más discernimiento para poder avanzar abriéndonos horizontes nuevos. Sobrevolemos antiguos nubarrones sin callar, pero con dignidad, y sin mendigar aplausos sórdidos de deshecho. Me atribuyo el derecho legítimo de enjuiciar y combatir intentos despreciables de empozoñamiento.

«El comportamiento es un espejo en el que cada individuo muestra su imagen» recuerda Goethe, inspirándonos que el Ser está integrado en una globalidad orgánica que se manifiesta con o sin transparencia.

El pensamiento binario reduce al ser humano a la condición de protozoo. La Historia la escriben los vencedores de manera que apuntille al vencido, aunque haya que proceder a groseros cambios de calificativos. Es así como se trata de terrorista al que pierde y al mismo, si gana, de libertador.
 
La resistencia a la ocupación alemana en Francia y en otros países era calificada como acción terrorista por los ocupantes alemanes y por una mayoría de civiles franceses colaboracionistas que negaban la condición de presos políticos a los resistentes detenidos y a los que se juzgaba como presos comunes. ¿Y la muy católica España, la del golpe de Estado del 36 que calificó de terroristas a los combatientes que intentaban defender la legitimidad del poder legalmente constituido? Es el momento de recordar la famosa frase del siniestro ministro francés Charles Pasqua, recientemente fallecido, que preconizaba «que había que aterrorizar a los terroristas».
 
Hay culturas estatales cuyo camino de educación preferente es el que se anda con el báculo de la mordaza emitiendo leyes sin la mínima condena del colectivo europeo del que forman parte. Hoy se impone el silencio a los que se acercan a las aceras que bordean la ruta impuesta por una moral binaria. Cada día, o casi, nos sirven nuestra ración de bozal y la dosis de espionaje necesaria como preventivo del «cállate». Algunos llegan a inmiscuirse en la soberanía de un Estado encausando su derecho a organizar un Referendum denunciado por la Europa que pretende ser la cuna de la democracia. Una ministra española ha declarado estos días que las urnas son peligrosas. ¿Será eso la «soberanía compartida» que nos propone una parte de la opción política abertzale?

Múltiples son las maneras de hacer callar, una de ellas es la práctica, amparada por parte de la sociedad política, que consiste en considerar la abstención, en diferentes escrutinios, como un epifenómeno. Otro método es conservar la vuelta única gracias a la que partidos de cualquier tipo practican, después del escrutinio, alianzas de espaldas al elector. Otro método consiste en desechar la obligación de votar, ya practicada en países europeos. Esta obligación daría importancia al voto en blanco reflejo de la opinión del elector hacia la sociedad política cuyo crédito hay que restaurar con absoluta necesidad formal democrática.

Sufrimos de la abulia y de la inmutabilidad esterilizante del elector cultivada por una sociedad política que organiza el mismo gallinero para todos sin el mínimo atisbo de cambio, la consigna siendo «vota si te place y cállate».

Poco o nada conseguiremos si seguimos haciéndonos callar como peatones sumisos. La invariabilidad es síntoma de miseria moral del espíritu.

Gracias al despertar imprescindible de la Sociedad Civil conseguiremos reforzar la Sociedad Política y regenerar el semblante inmaterial del individuo.

Search