Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

No tenía necesidad de violar a ninguna mujer

Medios que en estos días nos han ido contando segundo a segundo cómo Dani Alves se va a adaptando a la vida en prisión e incluso lo que come. ¿A estas alturas alguien cree que el trato diferencial a victimarios y víctimas es inocente o inconsciente?

Esta frase se ha escuchado en las últimas semanas en relación a la violación, supuestamente, cometida por el jugador de futbol Dani Alves. Es interesante escuchar cómo se construyen las narrativas. Detrás de la frase que da título a este artículo se desvela que, a veces, hay quien pudiera presentar la necesidad de violar a una mujer. Describir las necesidades básicas humanas ha sido un quehacer importante para diferentes áreas del conocimiento. Una necesidad básica para sobrevivir es la interdependencia, la reciprocidad y la igualdad, pero los seres humanos somos capaces de construir sociedades que vayan justo en contra de aquello que nos permite sobrevivir. A pesar de ello, son innegables los avances con respecto al rechazo a la violencia sexista que hemos alcanzado. Por ejemplo, el entrenador del Barça, tras un posicionamiento «clásico» a favor de Alves, tuvo que rectificar, pedir perdón y situarse al lado de las víctimas. El equipo mexicano del jugador le ha expulsado. Las discotecas de nuestras ciudades, que no cuentan con protocolos, han pedido tenerlos. Todo ello es un logro que supone reconocer que esta violencia existe y ocurre, también, en esos espacios y que es ejercida por hombres diversos. Ya no puede ser, como cuando comenzamos a hacer los protocolos para las fiestas, que salga ningún político, ningún profesional del sector de servicios, a decir que «eso empaña las fiestas y hace pensar que en nuestras fiestas se agrede a las mujeres». Pues sí, lo hemos conseguido, es tal la prevalencia de la violencia contra las mujeres que quien la niega lo hace por consciente patriarcado. Hay un pensamiento extendido cuando planteas la necesidad de introducir las claves de género para interpretar lo que pasa y a quién le pasa, de que estás haciendo ideología, mientras que tener una mirada sesgada es pura inconsciencia, despiste, pero que en absoluto responde a una ideología. Ideología que, en el fondo, no es otra cosa que una manera concreta de mirar e interpretar el mundo que compartimos socialmente porque sin consenso social tienes ideas, pero no ideología.

Tras décadas de trabajo feminista hemos aprendido muchas cosas, entre ellas, que es imprescindible la reparación de las víctimas y, otra, la sanción del victimario. Sin sanción, no solo penal, no hay delito, no hay desviación de la norma de convivencia, es decir, seguiríamos como antes, sin ver, sin sancionar esta violencia porque es «normal». Otra cosa es por qué siempre en temas relacionados con la violencia contra las mujeres se abre el debate de lo punitivo, tanto por parte de quienes piden mayor dureza como por parte de quienes dicen que la cárcel no es la solución. Estando de acuerdo con esta última frase, la cuestión es por qué el debate surge y se centra en la duración de las penas, desproporcionadamente, en los casos de la violencia sexual ejercida por desconocidos. Una investigación reciente, desarrollada por el grupo Sexviol, señala que, en la mayoría de las violaciones denunciadas, hasta en el 80% de los casos, los violadores son conocidos, que no se ejerce violencia extrema y el domicilio es el lugar donde se producen las violaciones con más frecuencia, el 60%.

Lo puedo decir hasta la saciedad, pero en la violencia sexista se dan tres circunstancias significativas:

1. Es amotivacional del comportamiento de la víctima.

2. Ningún hombre se muere, ni le ocurre nada por respetar los derechos de las mujeres.

3. Es una violencia que excede a los hombres que la ejercen y responde a una ideología concreta que ha permitido unas relaciones de género jerarquizadas, lo que supone, en la práctica, en el consenso social, la impunidad cotidiana de los hombres que la ejercen en un continuum de momentos y espacios donde se materializa.

Sabemos, también, que en materia de igualdad las normas deben obligar y no ser recomendaciones de actuación. Los decálogos para los medios de comunicación son un buen ejemplo de la ineficacia de las recomendaciones. Medios que en estos días nos han ido contando segundo a segundo cómo Dani Alves se va a adaptando a la vida en prisión e incluso lo que come. ¿A estas alturas alguien cree que el trato diferencial a victimarios y víctimas es inocente o inconsciente?

Otro elemento que no responde a decálogos es cómo nos han relatado que la «ley del solo sí es sí» excarcelaba a violadores. Nos han contado cada caso favorable a la rebaja de la pena, pero ninguno dónde esa petición haya sido rechazada. Ha habido una intencionalidad mediática y política de generar terror sexual y atacar esta ley sin entrar a debatir los cambios que producía. Esta ley tiene en su eje vertebrador un importantísimo avance para los derechos de las mujeres al romper con el paradigma clásico de agresión, ya no es necesaria fuerza física para agredir a una mujer ni esta tiene que demostrar una resistencia heroica frente a la agresión. Lo único necesario para la libertad sexual es que las dos personas consensúen tener esa relación. Además, esta ley es integral, porque dispone de un despliegue de intervenciones y de acciones en el ámbito de la prevención, que es nuestra aspiración, de la reparación, que es nuestra obligación, y que han quedado invisibilizadas de manera intencional.

Muchas mujeres siguen normalizando la violencia como parte «del peaje» de estar en los espacios de ocio, en el mundo laboral, en el trasporte público, de atreverse a ocupar la noche, el día, a caminar solas… El comienzo de las frases suele ser similar: «el típico baboso de turno, que te empala, te toca, te invade», «el típico guarro que te hace insinuaciones o que te habla sobre tu físico cuando estás en el trabajo». Es tan típico y, en todos los ámbitos, incluido el íntimo, el afectivo, que parece inevitable. ¿Y mientras, los hombres, qué normalizan?

Por cada mujer violada hay al menos un violador, pero en la lectura social suele describirse como sin conciencia de estar haciendo mal o sin necesidad. Pues eso, que basta ya porque no responde a ninguna necesidad humana violar, agredir o maltratar a una mujer y que solo sí es sí.

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