Ramón Zallo
Catedrático emérito, UPV/EHU

Plataformas tecnológicas y neofascismo

Lo dijo el biólogo Edward O. Wilson –en La conquista social de la Tierra (2012)-: “El verdadero problema de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones del paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un dios. Y eso es terriblemente peligroso”. ¡Vaya si lo es! Desde la década pasada se han multiplicado las señales de alarma por una pésima combinación de esos tres elementos y con un resultado de era oscura: una plutocracia que gestiona tecnologías, redes y flujos; un puñado de mega-ricos y una infinidad de pobres; una huella ecológica suicida; la emergencia de un neofascismo político; y unas sociedades desconcertadas y frágiles.

Un panorama sombrío

Hay que afinar la concepción sobre la tecnología. Sirve de poco el discurso sobre si la tecnología es buena o mala o si depende de su desarrollo o uso. No es eso. El algoritmo no es solo una ecuación; junto a la inmensa red de infraestructuras y servicios –muchos de ellos muy útiles y otros muy peligrosos- es una propiedad privada con rentas de monopolio y poder.

Es indiscutible la distancia sideral de la tecnología respecto a las otras instancias. Era el momento de poner las instituciones (medievales) a la altura del desarrollo tecnológico y social, dando un salto en la regulación y en la cooperación internacional en todos los campos, para cuadrar economía, política y sociedad, y mejorar las democracias y el planeta, ya que hay herramientas y saber para ello. Pues bien, se ha desviado.

Estados Unidos, con el MAGA de Trump, ha escogido ir en la dirección cavernaria, desarmando regulaciones vigentes, cuestionando instituciones y relaciones multilaterales y rechazando compromisos sobre el cambio climático. En el paquete viene el vaciamiento progresivo de las democracias en suelo propio y ajeno, con el apoyo de los Señores de la mega-comunicación que ya no distinguen entre negocio propio, economía nacional y Estado.

Por el momento, lo que está ya en marcha en el mundo, no son tanto regímenes neofascistas, de ultraderecha, como dirigentes neofascistas gobernando, o a punto de hacerlo. Están en riesgo las libertades y la comunicación. Su enfoque económico es ultranacionalista, no colaborativo y neoliberal, minando, al mismo tiempo, el libre comercio mediante restricciones unilaterales en el caso de USA, lo que tendrá un efecto réplica.

Ciertamente, las emociones paleolíticas están disparadas por el miedo y las incertidumbres. Se trata de una infantilización progresiva de una Humanidad sumida en el desconcierto de las fakes y del ruido, y narcotizada con la dosis cotidiana de entretenimiento. El cambio de discurso dominante en las redes sociales facilita la emergencia de líderes con soluciones de nudo gordiano a problemas complejos, y a costa de la libertad colectiva, la socialidad entre grupos humanos, la diversidad de culturas diferenciadas y la racionalidad. La verdad apenas sobrevive bajo montañas de mentiras, lo que hace imposible el diálogo social.

 Y ¿de dónde viene esta marea? Hay un caldo de cultivo social propenso al magma de desinformación y al ascenso neofascista. Ese caldo de cultivo son los sentimientos de agravio, abandono y desconfianza de las clases populares respecto a las instituciones democráticas; el desconcierto ante el caos; las incertidumbres de la vida cotidiana y la precariedad; el individualismo narcisista, con pérdida del lugar social de instituciones antaño educadoras como los sindicatos, partidos, media, organizaciones sociales; cotizan a la baja los valores humanistas y la asunción de responsabilidad, y al alza las soluciones simples y drásticas y los atajos.

De todas formas, paradójicamente, ante el abismo, siempre nos quedará algo tan paleolítico y sano como el instinto de supervivencia del buen salvaje para reiniciar otro camino.

La comunicación como vector de un cambio degenerativo

Sería aventurado establecer una explicación única de causas y consecuencias sobre todos estos ítems comprometidos. Pero sí se advierten fuertes correlaciones en las que el campo expandido de la información y la comunicación está en el centro, no como causa, pero sí como gran vector de los cambios.

Hoy, la razón profunda de la comunicación se sepulta con los discursos descalificadores, ad hominen, insensibilizados (ante limpiezas étnicas, por ejemplo) y de odio. Se espolean las emociones. La comunicación abierta, horizontal y plural al servicio de la ciudadanía, que parecía dar el protagonismo a los usuarios –dueños de la tecnología y del make yourself– ha terminado por convertirse en una dictadura del dato y del control social, en un gigantesco Panóptico gestionado por el algoritmo, que no es un alien, sino una herramienta de poder de una tecno-oligarquía que se queda con nuestros datos, metadatos y contextos, construyendo una tela de araña de la dominación, con dueños de nombres y apellidos conocidos. 1984 y Un mundo feliz, juntos.
Por eso ya no basta reclamar la privacidad y la descarga libre, sino confrontar con los modos de organización de los sistemas tecno-comunicativos y su lógica de poder.
La economía al fondo

Las plataformas tecnológicas han saltado ya hacia todos los ámbitos de la economía y de la vida de forma omnipresente (streaming, TV, correo, paquetería, vivienda, turismo, vehículos, satélites, redes sociales, software, infraestructuras..). Su vocación es tan expansiva que ya es el líder económico mundial en capitalización y atracción de inversores, por vía directa o conglomeral, dando nombre al capitalismo de plataforma. Absorbe, además, toda la I+D emergente al comprar –para dosificarla- cada nueva empresa innovadora. Estos nuevos tecno-oligarcas incluso reclaman su parte en los contratos bélicos en un mundo que se rearma.

Esa sección del capital, el tecnológico-comunicativo -merced a su ventaja en una tecnología transversal y universal- ha decidido quedarse con casi todo, poniendo a su servicio economías, sectores, poderes, mercados y hogares. Un peligro público total. En su insaciabilidad, también acompañan a los liderazgos políticos tóxicos (USA, Italia, Argentina, Hungría, Rusia, India..) buscando desarticular regulaciones en todo el mundo y capturando sustanciosos contratos.

Se han envalentonado. De pedir disculpas por hacer adicta a la infancia y comprometerse a moderar contenidos, ahora se declaran en rebeldía, bajo la sombra de Trump, exigiendo que no haya reglas en la selva ni multas por deformar las mentes de nuestra adolescencia. Probablemente, un gran error, y lo pagarán cuando venga el ciclo de vuelta, que vendrá, y se les exija desmonopolizarse.

Muchos frentes

A diferencia del fascismo clásico, ahora, desde algunas élites, se pregona el “menos Estado”, la desregulación creciente y el mercado de oligopolio como asignador de recursos. Se propugnan democracias de carcasa, la desarticulación de la institucionalidad internacional y se promueve el ascenso de populismos de extrema derecha con soluciones autoritarias y de disciplina social. La cabeza de turco del Norte Global la han encontrado en el eslabón más débil: la inmigración del Sur Global.

A medio plazo, en medio de una sociedad amedrentada y una naturaleza agónica, esta conjura de los necios -líderes mesiánicos, oligarcas tecnológicos desatados y neofascistas en ascenso- nos ha puesto -en un marco capitalista en revisión- rumbo a la barbarie. Seguramente y si reaccionamos, fracasará, aunque el dolor no nos lo quita nadie. Tampoco creo que el resto del capital soporte mucho tiempo ese vórtice acaparador.

Esta es una batalla de muchos frentes: la desmonopolización y regulación digital, el multilateralismo, más democracia, un mundo en paz, una naturaleza a restaurar, la educación digital, el feminismo, la batalla cultural, conflictos de clase, economías sostenibles, la diversidad social y cultural, el bienestar para las mayorías, etc.

¡A desalambrar!

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