Aster Navas
Profe de lengua

Recuperar el habla

En cuanto toca describir, exponer, narrar, argumentar, defender un punto de vista a golpe de palabra, a nuestros alumnos les tiemblan la voz y el boli.

Por diferentes motivos me he tenido que aferrar estos días al título mítico de una canción, “Don’t worry be happy”. Hay muchas versiones pero, si me dan a elegir, me quedaría con la original, con la del mítico Bobby McFerrin. Es un espectáculo verle interpretar «a capela» no solo este sino temas como “I can see clearly now” o “Thinking about your body”. Ahí está el viejo tío Bob, sirviéndose única y exclusivamente de su voz y un micro.

Resulta difícil encontrar ya a alguien que además de la voz, de la palabra, no utilice otros recursos para hacerse entender, para ilustrar su mensaje: las imágenes que atesoramos en el móvil, un enlace, un archivo de audio, un vídeo, un emoticono, un gif... Y eso en el día a día. Yendo más allá, plantear una conferencia al uso –en que la protagonista sea la palabra– resulta hoy por hoy inimaginable. El ponente invitado a la casa de cultura, al salón de actos del ayuntamiento, se asegura antes de nada, como quien busca un salvavidas, un extintor, de que en la sala haya, al menos, un proyector y conexión a Internet. En las aulas (emociona encontrar una sin pizarra digital y con restos de tiza) muchas exposiciones del alumnado –y también del profesorado– a través de herramientas TIC tan potentes como Genially, Emaze, Powtoon o Bookcreator (el fondo de armario web es inagotable) se valen por sí mismas: solo se escuchan las frases imprescindibles para conectar la sucesión de diapositivas animadas, cargadas de enlaces. Sí, en el ámbito académico y formativo en general el discurso se sostiene, cada vez más, sobre unos soportes tan impactantes que eclipsan la magia –porque la tiene– del lenguaje verbal, que se vuelve, paradójicamente, prescindible.

Sobre esa dicotomía y la forma de abordarla con cierta sensatez reflexionan en "La competencia digital en el área de Lengua" autores como Eduardo Larequi, Felipe Zayas y Tíscar Lara. Y es que deberíamos darle una vuelta a las pantallas porque –queramos verlo o no– en cuanto toca describir, exponer, narrar, argumentar, defender un punto de vista a golpe de palabra, a nuestros alumnos les tiemblan la voz y el boli. Un botón: en webs como "Educación 3.0" se habla ya, sin ir más lejos, de la «generación muda»: «El 81% de los jóvenes siente ansiedad antes de reunir el valor suficiente para hacer una llamada. Los millennials prefieren el uso de aplicaciones asíncronas porque les resulta más cómodo y menos intrusivo». Corremos el peligro de que salgan de la escuela con un perfil digital hipertrofiado y, sin embargo, con unas habilidades verbales cada vez más precarias; incapaces de hablar «a capela». Soy de los que piensan que buena parte de nuestro bienestar emocional depende de nuestra destreza para verbalizar lo que pensamos, lo que sentimos. Como todas las demás destrezas, solo se desarrolla trabajándola: hay que encontrar, buscar momentos en clase –y en la vida– para hablar «a pelo».

Así como «a capela» tiene su pedigrí, su punto aristocrático, «a pelo» es, según el diccionario, un tipo –«desnudo»– desvergonzado y, sobre todo, temerario –«dícese de aquello que se hace sin protección, ayuda o defensa de ningún tipo»–. Sin cursor, sin tablet, sin Google, sin Prezi, etcétera. Puede darnos un poco de vértigo pero hablar sin red, recuperar el habla, puede ser toda una aventura.

En fin.

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