Arantza Eziolaza Galán
Gasteiz

Soy verdad y soy memoria

«Me siento víctima de un Estado que atendiendo únicamente a sus intereses vulnera mis derechos de ciudadano libre: mi libertad de expresión, mi presunción de inocencia, el derecho a tener a mis familiares y amigos presos en las cárceles más cercanas a Euskal Herria, que es su lugar de residencia, y se me obstaculiza el derecho de asistencia a las visitas en los centros penitenciarios. Soy considerado y tratado como un delincuente por ejercer el deber que, como madre, padre, hermano, hermana etc... o amigo, tengo de apoyar y asistir a los míos presos.»

Soy verdad porque soy la muestra viva de las experiencias, los pensamientos y los sentimientos, de este ser humano que os habla.


Soy memoria porque guardo, recojo y formo parte de la verdad silenciada e ignorada de muchas personas de este pueblo. Con esto no quiero decir que mi verdad sea la única a tener en cuenta, creo sinceramente que hay tantas verdades como personas, y que hay verda- des que agrupan personas y otras que las separan entre ellas. Aun así, todas las verdades deberían ser tenidas en cuenta equitativamente.


Soy parte de este pueblo por nacimiento, en principio, y por elección propia, después. Ser parte de él tiene sus pros y sus contras, pero es lo que he decidido que quiero ser. Pertenecer a este pueblo no da derecho a ser más importante o a tener más derechos que quienes no forman parte de él, pero tampoco da derecho a otros para negarme, ni para quitarme los derechos que como persona me corresponden por pertenecer a él (la lengua, la cultura, etc...).


Me siento víctima de un Estado que atendiendo únicamente a sus intereses vulnera mis derechos de ciudadano libre: mi libertad de expresión, mi presunción de inocencia, el derecho a tener a mis familiares y amigos presos en las cárceles más cercanas a Euskal Herria, que es su lugar de residencia, y se me obstaculiza el derecho de asistencia a las visitas en los centros penitenciarios. Soy considerado y tratado como un delincuente por ejercer el deber que, como madre, padre, hermano, hermana etc... o amigo, tengo de apoyar y asistir a los míos presos.


¡Paso tantas horas en la carretera! Me juego la vida cada fin de semana recorriendo cientos de kilómetros para llegar a las visitas que, en muchas ocasiones, apenas duran 10 o 15 minutos, o me vuelvo sin poder estar con él, por negarme a un cacheo que no viene a cuento, o porque le han trasladado y nadie nos lo ha comunicado. Ha habido periodos en los que ignoraba su paradero porque se negaban a decírmelo.


Algunas veces no he regresado vivo… Me he quedado en una de esas malditas carreteras, engrosando la lista de muertos en accidente a causa de la ley de dispersión que aplican a los presos y sufrimos familiares y amigos. Aun así, si consigo regresar sano y salvo, el próximo fin de semana volveré a la carretera… me toca otra vez, más de lo mismo.


Todo esto empezó una madrugada, a las cuatro de una madrugada. Entraron en casa tumbando la puerta. ¡Qué miedo nos hicieron pasar! Amenazas, armas apuntando a mis niños… lo sacaron todo de los cajones, de las baldas, arrancaron puertas y se llevaron al hijo, a la hija y casi al padre por hacerles frente y recriminarles las formas… ¡Cuántos días sin saber nada! Yo, yo pensaba que se me acababan las lágrimas, pero no, aún lloro cuando vuelvo de verle, cuando lo pienso allí encerrado, ¡qué comerá! Pero con él, con él me guardo las lágrimas y las penas y le doy ánimos y le cuento cosas de los hermanos, de los sobrinos… y qué a gusto disfruto de esa sonrisita que aparece cuando le hablo de la novia o de las cosas que se hacen en el pueblo. ¡Dios, cuándo va a terminar todo esto! ¡¡Cuándo!!


Pero no termina, no, acabo de saber que no saldrá de aquí a un mes que era lo que le quedaba por cumplir, le han aplicado una doctrina, una ley especial que le alarga la pena y con la suya, la nuestra, y no sabemos hasta cuándo. Encima con esta mala salud que arrastro… Va a ser duro, pero no puedo dejar de hacerle las visitas…


Ayer nos llegó un aviso de la Audiencia Nacional, ahora nos quieren juzgar al padre y a mí por llevar un cartel con su foto en la fiesta del barrio y nos dicen que podemos ir a la cárcel por… no sé qué del terrorismo. ¿Pero es que esto no se acaba nunca?


Mi vecina lo tiene peor, no sabe dónde anda el hijo desde hace 6 años ¡Me da una pena! Y  por consolarla le digo: Venga, no llores mujer, que a ese aunque no le veas, por lo menos nadie lo encierra en una celda bajo candados. ¡La pobre lo está pasando de mal…!


Podría contaros muchas más cosas, muchas más incidencias que me ha tocado vivir para que entendáis por qué me siento una víctima de este conflicto, existente entre el Estado español y nuestro pueblo, pero creo que con lo dicho ya es suficiente para ilustrar mi verdad, la de muchos otros. También quiero dejar muy claro que somos fuertes, que somos pacientes y optimistas. Que aguantaremos  lo que nos echen, porque defendemos lo nuestro… ¡A los nuestros por encima de todo!


Respeto y reconozco el sufrimiento de los otros y tengo el mismo derecho a que mi sufrimiento sea respetado y reconocido igualmente. Si así lo hiciéramos unos y otros, pondrí- amos en camino la justicia inclusiva equiparando, equitativamente, los derechos de todos. En el reconocimiento, el respeto y la justicia inclusiva, estaríamos sembrando las bases para que esto termine y no se repita nunca más.


En mi humilde opinión, deberíamos comprometernos en ser contadores de historias, en sacar a la calle el relato de cuanto hemos vivido, lo que aún hoy vivimos y es probable que sigamos viviendo. Y hacerlo porque la opinión de la gente cambia cuando llega hasta ellos el conocimiento, cuando se dan cuenta de que son reales las vulneraciones y las injusticias, cuando todos entendemos nuestra responsabilidad en el sufrimiento ajeno. Por eso no debemos cansarnos de divulgar nuestra verdad, cuantos más lo sepan más cerca estará el final y ese final es nuestro objetivo. Contarlo sin reparos: quien no quiera escuchar que me lo diga. Seguramente nos sorprendamos, al comprobar que son muchos los que están dispuestos a escuchar, a reconocer que: soy Verdad y soy Memoria porque doy testimonio de cuanto he vivido.

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