Aster Navas
Profesor

Subrogar, rogar, prorrogar...

Lunes. Frente al espejo me pregunto en qué momento y bajo qué circunstancias las «barbas» –ya te podías quitar esas barbas– se convierten en «barba»; cuándo empiezas a tener «barba» como tal. Llueve y en la radio hablan de hijos subrogados.

Martes. Me llaman de una operadora telefónica para hacerme una oferta que ellos juzgan irresistible. «Me pilláis en un momento muy delicado», respondo. Lo mismo podría estar en el baño que en un entierro; es una salida de emergencia que utilizo siempre en esas ocasiones. Nunca había sido demasiado bueno marchándome, excusándome, pero aprendí mucho de una novia que para cortar me dijo: «Tú aún no lo sabes pero ya no me quieres».

La encontré hace unos meses en el metro; vive en Madrid y trabaja –no quiero sacar conclusiones– en Ferrovial. Sí, esa mujer me enseñó a pedir como si estuviera dando. Quizá se pueda hablar también de ideas, de habilidades, de estrategias subrogadas.

Miércoles. El horóscopo pide valentía a los Escorpio y calma, mucha calma a los Piscis. «Dios no me llama por ese camino…», oigo decir a una mujer por teléfono en el metro.

Jueves. Leo en la prensa que el obispo de Solsona ha celebrado una ceremonia para pedirle agua al Cielo. Aparte de la misa han sacado en procesión a la patrona de Espunyola, «Madre de Dios de los Torrentes». Sí, ya de encomendarse, de rogar, hacerlo con una especialista: cualquier santo o virgen no te va a solucionar un problema de ese calibre. A un san Benito o a un san Saturio no les vayas reclamando agua. Te pueden buscar un apaño para algo más personal o doméstico; para enderezar una rodilla o para aprobar la selectividad. Sí, para estas cosas, conviene ir a la cabeza.

Viernes. Como administrador de mi comunidad de vecinos me corresponde prorrogar el contrato de mantenimiento del ascensor. Leo en el segundo párrafo del documento que la empresa adjudicataria «se dedica al traslado vertical de personas» y miro descolocado al comercial que me tiende ya, impaciente, el bolígrafo. Nunca hubiera imaginado que su labor se pudiera definir así, con esa precisión desconcertante y quirúrgica.

Veo de repente en la pluralidad de líneas un fantástico nicho de negocio. Podríamos crear compañías que se dedicaran al traslado transversal, diagonal... La gente se mueve mucho. Caigo luego en que los parques de atracciones han explotado ya todas esas posibilidades, que llego tarde.

Esa fórmula me hace preguntarme si en los estatutos de una línea de autobuses aparecerá el enunciado de que cubre «el traslado horizontal de personas».

Firmo ensimismado sobre la crucecita que el agente ha tenido a bien marcarme en el folio.

Sábado. No sé... Quizás diga una tontería. En un paseo por el monte me llama la atención la hospitalidad, la maternidad de la madera: la naturalidad con que el tronco de un roble acoge una enredadera, un clavo o la púa de una alambrada. Yendo más allá, la delicadeza, la naturalidad con que va haciendo suyo a esos hijos subrogados que se acaban confundiendo con su corteza y que, en un principio, le eran tan ajenos. Se acerca un frente por el Atlántico.

Domingo. En una nueva entrega de “First Dates”, una joven influencer de Valladolid declina tener una segunda cita con un podólogo de Valencia: «es un arrogante, puro postureo…», argumenta.

Creo que ya tengo barba. En fin.

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