Guzmán Ruiz Garro
Analista económico

Trumpismo, aranceles y empresas vascas

Si consideramos que para Trump el globalismo es la ideología que se opone al «amor a la patria», el creciente desasosiego que aqueja a los empresarios de más de un millar de empresas vascas que exportan regularmente a Estados Unidos parece justificado, dadas las repercusiones que pudiera tener la imposición de un arancel para reducir el flujo de importaciones a este país. El año pasado, estas remesas alcanzaron el valor de 2737 millones de euros.

En este contexto, la Cámara de Comercio de Gipuzkoa encomienda a las sociedades vascas aumentar su implantación productiva en el país de destino. Sin duda, una recomendación cuestionable porque no se tiene en cuenta el impacto en los países de origen (léase Euskal Herria). En la actualidad, 137 empresas vascas ya están establecidas en Estados Unidos.

Las industrias que prosperaban apegadas a un territorio y lo definían social y culturalmente, se trasladan a otros países donde se puede producir a más bajo costo y donde es posible obtener rentabilidades más altas y más rápidas a las inversiones financieras, pero también desvanecen los recursos e identidades propias. Salvar a los empresarios vascos con «poco amor a la patria» y muy apegados al mantra de la competitividad no puede ser el argumento al que tengamos que dedicar agasajos.

Las empresas que deslocalizan sus operaciones, en su lugar de procedencia, provocan la pérdida de empleos en sectores industriales. Muchas fábricas cierran o reducen su tamaño, lo que causa paro, especialmente entre los trabajadores menos cualificados. Además, la deslocalización puede contribuir al deterioro de las bases industriales locales. A medida que las empresas trasladan sus operaciones al extranjero, las economías cercanas pueden perder competitividad y sufrir un declive económico. En fin, esta mudanza empresarial acelera la desindustrialización, erosiona la competitividad interna y se suscita un impacto negativo en la estructura productiva y en la balanza de pagos.

Para ir aclarando conceptos económicos, me fijaré ahora en los efectos del proteccionismo sobre la actividad económica.

Un aumento arancelario encarece el precio de las importaciones y conlleva un aumento en los precios que pagan los consumidores y las empresas estadounidenses. Estos mayores precios impactan negativamente en el consumo y la inversión, y, en consecuencia, en la actividad económica del país proteccionista.

Si se produce una sustitución del consumo de bienes importados en favor de bienes producidos domésticamente, se impulsa la actividad económica del país, pero tiene un coste a nivel global, puesto que se está supliendo con productores menos eficientes.

Los obstáculos económicos suponen un peaje a la productividad, ya que ponen barreras a la difusión del conocimiento y al establecimiento de economías de red, claves en un mundo cada vez más digital.

Una acentuación en las barreras comerciales interrumpe las cadenas de suministro globales que se han convertido en una parte integral de los procesos de producción en las últimas décadas, y frenan la expansión de las nuevas tecnologías, lo que finalmente reduce la productividad y el bienestar global.

Resumiendo lo señalado: la evidencia teórica demuestra que tener aranceles más altos disminuye la producción y la productividad, al tiempo que aumentan el desempleo y la desigualdad, y no influye en demasía a la balanza comercial (esta registra todas las transacciones económicas producidas entre un país y el resto de países con los que mantiene relaciones comerciales).

Admitiendo la evidencia que muestra que la globalización ha aumentado la desigualdad tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo, en el contexto actual, para Unión Europea en su conjunto, una acrecencia de los aranceles por parte de Estados Unidos supondrá una desaceleración del crecimiento económico importante.

Convengamos que la propuesta política proteccionista es la respuesta en clave populista conservadora y reaccionaria a los malestares que genera la globalización.

Las dinámicas proteccionistas que dieron lugar al el Brexit, al auge de la extrema derecha, o la elección de Trump, abordan el malestar confrontándose con la globalización, pero no cuestionando la vigencia del ultraliberalismo que dirige las relaciones económicas internacionales.

El modelo actual de globalización no se combate con el aislamiento y la autarquía que propone la demagogia derechista, sino con políticas, locales y globales que cambien las bases materiales que lo originan. Citando un ejemplo: mundializar al alza derechos de los trabajadores, retraería a los especuladores a la hora de plantearse deslocalizaciones.

Nuestros retos pasan por diversificar el tejido productivo para no ser tan dependientes, organizar canales de distribución cortos para que los pequeños y medianos comerciantes no cierren, proveer un fuerte impulso al sector primario para garantizarnos capacidad de autoabastecimiento, abogar por un mayor crecimiento demográfico... Asumir que la innovación y la digitalización inciden directamente sobre la productividad y competitividad de la empresa. Abordar la transición del modelo energético hacia un patrón menos contaminante y más sostenible que actúe contra el cambio climático y que apueste por la economía circular.

Simul flare sorberéque haud fácile est. No es fácil compatibilizar proteccionismo y globalización neoliberal. A la vez soplar y sorber no es cosa fácil de hacer.

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