José Ignacio Camiruaga Mieza

Un deseo y una tarea para el 2025: cómo reconstruir una nueva moralidad desde abajo

Séneca, en sus cartas a Lucilio, hace algunas observaciones que pueden servirnos en los desordenados tiempos actuales, en los que es difícil encontrar líderes morales a nivel político en los que podamos confiar. De hecho, hasta vemos gobernantes mediocres y peligrosos..., desde Occidente a Oriente... desde el Norte al Sur..., que desprecian la democracia y cualquier idea de cooperación supranacional. O vemos belicistas que utilizan la violencia y la espada y desprecian las normas del derecho internacional que debían garantizar la paz tras los escombros de la Segunda Guerra Mundial.

Estamos, pues, casi «obligados», como escribió Shakespeare en Hamlet, a enmendar nuestros caminos y a defender, con nuestro comportamiento, los valores más elevados de la civilización humana. Aquellos que otros, por encima de nosotros, han decidido derribar.

Y podemos hacerlo con mayor fuerza y convicción si no estamos solos y tomamos como guía moral a los maestros de todos los tiempos que nos permiten imaginar la otra posibilidad frente a las aporías del mundo actual.

Séneca escribió que «tenemos la costumbre de decir que no elegimos a nuestros padres, que fue el azar el que nos hizo nacer de ellos en lugar de otros, pero quien sigue la virtud puede elegir como padres a quien quiera». De este modo, el escritor latino quería, contra todo determinismo y victimismo, subrayar que no hay excusa para no asumir responsabilidades, descargando en los demás nuestra adicción a la mediocridad.

Por lo tanto, somos nosotros quienes podemos elegir libre y autónomamente a nuestros maestros morales y no sentirnos condicionados, ni por los padres, ni mucho menos por los líderes y gobernantes, cuyo poder no dependen de nuestra voluntad y que casualmente se encuentran en nuestras vidas.

Por eso el filósofo romano sugería a sus contemporáneos que podían tener como compañeros de vida y de conversación a «Zenón, Pitágoras, Demócrito y todos los demás maestros de la virtud, o a Aristóteles y Teofrasto. Ninguno de ellos podrá jamás responder a quien no tenga tiempo de recibirle, y quien acuda a ellos saldrá más feliz y mejor dispuesto para consigo mismo y para con los demás, y no se irá con las manos vacías: todos, en fin, día y noche, pueden encontrarse con ellos y conversar con ellos». Para Séneca, estos hombres virtuosos no son solo ejemplos que nos hacen compañía, sino que casi se convierten en seres vivos, y con sus ojos nos escrutan, nos juzgan, nos previenen de cometer errores cuando estamos a punto de cometerlos, y nos estimulan a corregirnos, a cambiar y a mejorar. No son solo maestros, sino guardianes de nuestra vida, porque tienen el poder de amonestarnos si entablamos un diálogo interior con ellos y así se convierten en parte de nosotros.

«Elígete, en suma, un hombre del cual apruebes su vida, palabra y rostro, que es el espejo del alma; tenlo siempre presente como tu guardián y maestro. Debemos regular nuestra conducta en alguien, pues las faltas por sí solas no pueden corregirse: necesitamos un patrón de referencia».

La transición de un maestro que tomamos como punto de referencia a un custodio, y que realizamos con nuestra elección de vida, es lo que hace la diferencia para Séneca, porque es el pensamiento el que se encarna en nuestra vida. Los maestros, así, se convierten en verdaderos amigos en los que nos apoyamos para una vida mejor.

Seguramente lo que algunas de nuestras experiencias tienen en común es la confianza en el valor de la sinceridad y la autenticidad frente a la mentira cotidiana del sistema totalitario y el gusto por la democracia y la conversación como antítesis del pensamiento único que niega la pluralidad. Cada uno tiene sus maestros, exactamente como Séneca esperaba, y los usamos como si fueran una brújula para nuestra vida en un ambiente donde, en cambio, y en no pocas ocasiones, los malos, corruptos y falsos maestros tienen el poder o aspiran a detentarlo.

Yo creo que podemos recuperar un lema de vida que antes unió: vivir la verdad en la vida cotidiana. Un lema que no pretendía cambiar un país ni, mucho menos aún, el mundo circundante. Pero que puede ser la fuerza inspiradora e impulsora. Nada se da por sentado ni nunca se garantiza, pero la confianza del ser humano en la humanidad y el ejercicio de la virtud nos permite vivir mejor, incluso en tiempos oscuros. Como, al fin y al cabo, nos cuentan tantas historias de resistencia y no sumisión.

Cuando se intenta vivir la otra posibilidad del ser humano en la existencia personal y colectiva, y, por tanto, en una vida ética, se pueden crear las condiciones para un cambio inesperado. Por eso también proponemos, sin ninguna pretensión de salvación, la construcción de jardines de los justos. En tiempos de crisis, sin fuertes referencias morales y políticas, la vida virtuosa puede convertirse en el medio de una nueva ética pública, y así mostrar que la otra alternativa y posibilidad de una vida honesta puede ser posible y que siempre vale la pena buscarla.


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