Un proceso viciado
Hacía años que no era testigo de tan innumerables disparates jurídicos y morales como los que agotan en estas jornadas preelectorales las pantallas de televisión. Las tertulias se pueblan de una lógica mostrenca y elementalmente reversible y todo se concierta en el misérrimo objetivo de que el catequístico Sr. Rajoy gane unas elecciones pobladas de irregularidades políticas y caracterizadas por sus menguados e inconsistentes objetivos.
A muchos de esos tertulianos les conocí en sus principios periodísticos y ahora me confirman con sus intervenciones lo que siempre he temido: que no hay nada tan inútil como el tiempo si no va encapsulado en la razón.
Imagino en qué acabará la cosa si añadimos la bárbara decisión actual de expulsar de la universidad las semillas del pensamiento, como son la Filosofía o la Historia e incluso el proceso intelectual de las religiones, en qué se aloja la enigmática voluntad de trascendencia que da sentido a la vida, como advierte Viktor Frankl.
La cuestión catalana ha retrocedido el presunto análisis ideológico por parte de la España asentada a unos niveles bárbaramente prebélicos. Esto hace que aumenten los brotes de público disconforme con la línea monclovita de tratar el asunto.
En esa irrisoria línea un periodista sentenció hace tres o cuatro días que no podía Catalunya defender su pretensión soberanista porque lo impedían las leyes, con lo que quienes se parapetan en esa postura continúan la doctrina del positivismo jurídico –las leyes son la suprema expresión de la voluntad del Estado y no tienen un propósito moral sino la cobertura de una serie de intereses autosustentantes que forman la coraza de ese Estado– en que varios teóricos del fascismo alemán, de Kelsen a Schmitt, fundamentaron como determinante insoslayable de la vida colectiva el gobierno por parte de una raza suprema dirigida por fhürers hijos del sol. Supongo que en esa constelación no se situará, por pudor, el Sr. Rajoy, ya que no pasa de ser un apresurado aerolito de la Sra. Merkel.
A propósito del positivismo de las leyes como única realidad válida del Sistema, como la razón positiva que excluye la razón moral, decía Mario Bunge que ahí debe buscarse la causa del subdesarrollo de los países latino americanos. Países trabados en una retícula legal que únicamente aspira a una explotación rígida de la sociedad sufriente por parte de unas minorías que establecen los límites de la libertad en su acomodamiento a los objetivos del poder. Las leyes como única realidad. El fruto antes del árbol. Al respecto cabe añadir que si el universo funcionara como la Constitución española hace ya años que hubiera colapsado por falta de creatividad.
El problema catalán no se resolverá dignamente hasta que Madrid no admita con la realidad puesta claramente sobre la mesa que el imperio español ya no existe. Un ridículo imperio gobernado además en usufructo. Ese problema, tal como España lo exhibe, está viciado de origen, pues antepone la ley al natural mecanismo de cambio que anima la vida de las colectividades. No estamos, pues, ante un «golpe de Estado jurídico» dado por los catalanes, como ha dicho con solemnidad bobalicona Alfonso Guerra, ese autor de cómics políticos de los años setenta. Además resulta absurdo hablar de «golpe» asociándolo al concepto de «jurídico». Estamos, antes que otra cosa, ante una aclaración de paternidad. Catalunya nació antes que España y descendió desde unos montes que solamente estaban ligados a si mismos y que durante siglos fueron fabricando ese milagro o enigma étnico que presiona sobre el corazón de las colectividades reclamándoles que sean lo que son. Más aún: hasta Castilla nació antes que España. Es más, decía Ortega que Castilla había hecho a España y Castilla la había deshecho. Una nación rica y potente en tiempos de la llamada reconquista que acabó desolada y convertida en infantería astrosa de unas dinastías que tenían otra historia y funcionaban con una brújula distinta.
Pero dejemos aparte este juego de etnicidades. Aquí y ahora estamos ante una realidad evidente: que hay un pueblo que quiere gobernar su propia existencia. Y que aspira a darse sus propias leyes; pero leyes que tengan su propio contenido creador. Sobre todo teniendo en cuenta que España está disolviéndose en una Europa cuya población mayoritaria está destinada a apretarse en una inhabitable patera que suministre mano de obra cada vez más barata y mantenga una misérrima economía del consumo que impide todo crecimiento verdadero. Todo esto no lo puede resolver Madrid poniendo un parche legal sobre el tremendo agujero por el que se le escapa la existencia. Entonces ¿por qué seguir destruyendo posibilidades para que Catalunya y Euskadi busquen su propio camino en un nuevo esquema de sociedad? Catalunya y Euskadi tienen otro currículo distinto al español –otra formación moral y material– y podrían acceder más fácilmente a esa sociedad posible, basada en una relación más estimulante entre el pueblo y el entorno propiamente suyo. Por cierto, Sr. Urkullu, qué silencio más penoso el suyo en un momento en que hay que aprovechar que se tiene la mochila llena de posibilidades ante una globalización que se devora a si misma ¿A dónde irá a parar su nacionalismo encerrado en su propio y permanente parto? El futuro ya no está en multiplicar megaconstrucciones políticas y económicas –eso en Estados como España sólo produce puestos en los consejos de administración colaboracionistas– sino en diseñar una sociedad autocontrolable, con consumos de proximidad y capacidad de red auténticamente vital. O aprovechamos las energías seculares aún conservadas en el paisaje doméstico –Euskadi está repleto de esas energías– o viviremos del grito mañanero con la quincalla.
Las últimas noticias sobre la cuestión catalana están caracterizadas por un miedo del gobierno Rajoy que eriza la piel. Es el miedo a sostener en la mano el puñal que puede herir de muerte al que lo maneja. Ya no se habla de intervenciones flamígeras sino que se traspasa cualquier posibilidad de represión al gobierno que venga como consecuencia de las próximas elecciones. El Sr. Rajoy sabe que Europa no está dispuesta a convoyar una acción de perfil armado. Y la OTAN rechaza ese riesgo. Europa no jugará a soldaditos en esta ocasión cuando sabe que contar con Catalunya y Euskadi entre sus fronteras equivale a sostener unos activos valiosos; los más valiosos de España. En este trance la postura del general Julio Rodríguez –un sólido representante del espíritu de aquella UMDE que luchó por introducir el alma de la Ilustración en las fuerzas armadas españolas– ha tenido una trascendencia que los historiadores habrán de medir en todo su alcance. El Sr. Rajoy ha mirado en torno y ha visto que toda su obra política es el residuo de un franquismo que ya no alimenta la herrumbrosa máquina española. España se va vaciando silenciosamente de España. Los españoles viven en una confusión inmensa, pero van entreviendo que la salida no consiste ya en transitar por el camino viejo. En ese despertar amargo han comprobado que el dinosaurio ya no está ahí. Y ahora ¿qué?