Juan Manuel Sinde
Presidente de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa

Un reconocimiento a la humanización de las empresas

Ayer se celebró a nivel internacional la Jornada Mundial por el Trabajo Decente. Siguiendo la definición de la OIT, organización que implantó la jornada y la promueve anualmente, sintetizamos que un trabajo decente significa un trabajo que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido que asocie efectivamente a los trabajadores al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación.

El trabajo decente implica, por tanto, que todas las personas tengan oportunidades para realizar una actividad productiva que aporte un ingreso justo, seguridad en el lugar de trabajo y protección social para las familias; que ofrezca mejores perspectivas de desarrollo personal y favorezca la integración social. Pero, además, más allá de lo material, el trabajo es un derecho y una necesidad humana, un medio para el desarrollo, crecimiento y realización de las personas.

Por otro lado, el trabajo es un elemento fundamental para alcanzar una sociedad global justa, reducir la pobreza y obtener un desarrollo equitativo, inclusivo y sostenible. De hecho, constituye uno de los diecisiete objetivos de desarrollo sostenible en la Agenda 2030 de Naciones Unidas, concretamente el n.º 8: trabajo decente y crecimiento económico.

Es obvio, en ese contexto, que la situación ideal consistiría en que dichas características del «trabajo decente» estén inscritas en los valores, cultura y sistemas de gestión de las empresas, que son las entidades que ofrecen la mayor parte de los empleos por cuenta ajena.

Es precisamente ese el planteamiento filosófico de los Premios Arizmendiarrieta Sariak, que quieren distinguir a las empresas y entidades sin ánimo de lucro que están implementando los valores y sistemas de gestión inspirados en el humanismo y recomendados en el modelo inclusivo participativo de empresa, que se caracteriza por tratar de conciliar la competitividad de las empresas y organizaciones con el desarrollo de las personas que en ellas trabajan, que trata de sustituir la confrontación como actitud básica por una cooperación que genere beneficios para todos y que se preocupa de la comunidad en que se inserta y del impacto que tiene su actividad en el medio ambiente circundante.

Merece la pena destacar, en ese marco, que este año los jurados respectivos han decidido los ganadores siguientes: en la categoría de empresas, Egamaster y Grupo Zigor, en Álava, Ingeteam en Bizkaia, Cadinox en Gipuzkoa e IED en Navarra; y en la categoría de entidades sin ánimo de lucro, Urkide Ikastetxea en Araba, Cáritas en Bizkaia y Matia Fundazioa en Gipuzkoa.

Es reseñable que el planteamiento que hacemos responde ya a una corriente que poco a poco se va imponiendo en el mundo occidental. Tal vez porque cada vez más empresas van experimentando que los nuevos profesionales que se incorporan al mundo empresarial, además de buenas condiciones económicas, van reclamando un sentido a su trabajo, reclaman un propósito que merezca la pena a la empresa en la que prestan sus servicios.

Incluso en los EEUU, en donde tradicionalmente se ha dado un modelo económico más centrado en el beneficio a nivel empresarial e individual, los expertos del management están insistiendo en que una empresa debe generar no solo beneficios, sino también valor social si quiere ser sostenible en el tiempo. Insisten en que la definición del propósito para una empresa no es una moda pasajera, sino una tendencia que, en cierto modo, tiene sus raíces en un ansia de las personas por encontrar un sentido a su existencia. Destacando entre esos expertos, como hemos recordado en estas mismas páginas, al conocido Gary Hamel que está hablando de «humanocracia» como nuevo paradigma de organización empresarial.

Y es que los nuevos profesionales han crecido en el entorno de Internet, en el que la influencia de la gente nace de la colaboración y de la reputación. Así, en la red: nadie puede matar una buena idea; cualquiera puede cooperar; cualquiera puede liderar; nadie puede mandar; puedes escoger una causa; puedes fácilmente construir sobre lo que otros han hecho; no tienes que tolerar a matones y tiranos; no se margina a los activistas; suele ganar la excelencia y no la mediocridad; las normas que matan la pasión se revierten; las grandes contribuciones se reconocen y se celebran.

Todavía no hace mucho tiempo hemos tenido la oportunidad de comprobar la tendencia que propugnamos al haber sido invitados a participar en un seminario en el Parlamento Europeo para presentar el modelo de empresa que estamos promoviendo. Por otro lado, la receptividad que estamos encontrando en las presentaciones internacionales entendemos que se debe en parte a la flexibilidad a la hora de adaptar el modelo a las distintas sensibilidades de los agentes sociales de lugares muy diversos.

En ese sentido, es preciso reiterar que lo importante no es aplicar el modelo con rigidez, sino ponerse en marcha en la dirección sugerida, como de hecho ya existen propuestas para hacerlo desde distintas organizaciones empresariales de los distintos herrialdes del país.

Como Fundación Arizmendiarrieta deseamos seguir haciendo una contribución a ese objetivo de trabajo decente, a ese camino de humanización de empresas y organizaciones para mejorar su competitividad y eficiencia, de forma que se pueda ir cumpliendo el objetivo de Arizmendiarrieta de transformar la empresa para transformar la sociedad.


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