¿Vivimos en una cárcel?
Esa es la sensación que tuve al leer, esta semana pasada, las noticias sobre la Junta de Seguridad celebrada en Tafalla, con la Delegada de Gobierno, la alcaldesa de UPN y los llamados “cuerpos de seguridad”.
Decían que, a lo largo de los siete días de las fiestas patronales, “velarán en Tafalla por la seguridad un dispositivo de 295 policías forales y 125 agentes de la Guardia Civil que apoyarán a los 21 municipales”: total, 436 agentes armados (sin contar Policía Nacional, seguretas ni guardaspaldas) para una población de 11.000 habitantes que, creemos, no está en guerra, ni vive en la franja de Gaza.
Para hacernos idea de esta impostura, hay que tener en cuenta que en fiestas, mientras vemos bailar a los gigantes, nos protegerá un policía por cada 25 habitantes, cuando la tasa media de la Unión Europea es uno cada 300 habitantes (doce veces menos) y países como Finlandia uno cada 640 (25 veces menos).
Este despropósito tiene además otras lecturas: el último policía foral, nada más entrar, cuesta al contribuyente 40.000 euros al año. A partir de ahí sumemos antigüedad, mandos, trabajo festivo, nocturnidad, peligrosidad, dietas, pluses, alojamientos (suelen alquilar pisos); apoyos logísticos (oficinistas, vehículos, telefonía), horas extras, etc. Conclusión: el costo total ronda el millón de euros y es posible que, conociendo el paño, supere con creces esa cifra. Pues bien, las fiestas de Tafalla tienen un presupuesto de 234.100 euros. Es decir, por cada euro que se gastan los tafalleses y tafallesas en música, toros, fuegos artificiales y barrenderos, otros gastan cuatro o cinco en mantener el “orden” ¿Cabe mayor desorden?
Así que, si se trata de seguridad, hay que detener urgentemente a los organizadores de este desaguisado: por escándalo público, por agresión al sentido común, por esquilmar los fondos públicos, por reírse de la ciudadanía y por alterar la paz social. Es una provocación que en medio de recortes generalizados para toda la población civil, y en un momento en que muchas familias andan como tres en un zapato para sobrevivir, algunos irresponsables se dediquen a jugar a soldaditos de uniforme, desfilando en manada, a costa del erario público. Es de suponer que “estrategias” similares se aplican a todos los pueblos en fiestas de Navarra (¿o sólo a los pueblos como Tafalla en los que Bildu ha ganado las pasadas elecciones?) y por tanto estamos hablando de cifras astronómicas, de millones de euros que hacen falta en Sanidad, en Educación, en ayudas sociales.
Conocemos nuestro pueblo y tenemos memoria. En 1978, el último Ayuntamiento del franquismo ya solicitó que se redujera la presencia de la Guardia Civil durante las Fiestas. Y no hubo ningún incidente. Los años siguientes ocurrió lo mismo. La ciudad tenía entonces 9.000 habitantes y 14 alguaciles, esto es, que sin estar todavía en Europa teníamos unos ratios policiales muy avanzados.
Además, ya dijo Jovellanos que la libertad y la alegría de los pueblos están más distantes del desorden que la sujeción y la tristeza. La introducción de un batallón de gente armada en un recinto festivo no da seguridad, sino lo contrario. No garantiza la libertad, sino que la constriñe. No pacifica, sino que atemoriza y provoca reacción en contra. Las fiestas son tan pacíficas de por sí que los policías se aburren y muchos de ellos acaban matando el horario requisando porros a los chavales; pidiendo papeles a los indefensos emigrantes; incordiando a los feriantes y taberneros; quitando carteles y pancartas reivindicativas; multando en exceso y metiendo el hocico, a lo Sherlock Holmes, donde nadie les ha llamado. “Mucha policía, poca diversión” canta Escorbuto. Y cuantos más vengan, peor.
Los alguaciles municipales, por cercanía y porque para eso se inventaron, deben ser el eje principal del orden público en cada pueblo. La Policía Foral les puede brindar el apoyo que sea necesario, y la Guardia Civil debe volver a sus lugares de origen: ellos estarán más contentos y no hay nada mejor que tener el trabajo cerca de casa.
Tafalla sólo es un pacífico pueblo en fiestas. No es una cárcel. No está en guerra. El mayor peligro es su Junta de Seguridad.