Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Zonas anaerobias

La mezcla de leyes opresoras, gobernaciones agresivas y comportamientos ideológicos dirigidos por el poder imperial estaría llevando a dos tercios de la humanidad al ahogo espiritual y social, asegura el autor, quien piensa que la disolución de la organización de los Hermanos Musulmanes no haría sino incrementar las consecuencias de esa situación. Considera que ese movimiento constituye un tránsito «para que el futuro socialista alcance madurez en el marco musulmán», lo que evitaría la prolongación de la «anarquía en el comportamiento revolucionario de las masas árabe-musulmanas».

La anunciada disolución de la organización de los Hermanos Musulmanes por el Gobierno militar de Egipto viene a incrementar, de modo gravísimo para la paz y el equilibrio del mundo árabe islámico, la zona anaerobia –política, económica y moral– en que viven miles de millones de individuos en todo el mundo. Una mezcla letal de leyes opresoras, de gobernaciones agresivas y de miserables comportamientos ideológicos, dirigidos por un poder imperial inmisericorde, está privando aceleradamente de oxígeno espiritual y social a dos tercios de la humanidad. Las minorías poderosas que conducen con su explotación hacia una inmensa tragedia a masas innumerables están operando como una flora tetánica. Y esto ¿es tan difícil de ver por una calle que, en parte y mediante sus inducidos respetos al sistema, contribuye a su propio exterminio? Si no sabemos defender nuestra libertad por los medios que sean necesarios, ¿es lícito que clamemos contra la servidumbre a que nos reducen?

En los últimos días he leído encendidos artículos «progresistas» en los que se condena a los Hermanos Musulmanes. Condenación que tiene que ver con un precoz y turbador radicalismo ideológico que impide cualquier avance hacia un mundo anticapitalista. Había en la mayoría de esos enconados artículos un izquierdismo mecánico, incluso una pretensión de pureza ideológica marxista que Lenin condenó con neta lucidez en su identificación del izquierdismo, «como enfermedad infantil del comunismo». Necesito llegar a esta médula doctrinal para aclarar algunos extremos graves vertidos en torno a la mencionada organización egipcia.

Es cierto que los Hermanos Musulmanes han hecho un camino muy sinuoso si lo observamos desde el pretencioso balcón de un revolucionarismo de gabinete. Es cierto asimismo que los Hermanos Musulmanes han tejido y destejido alianzas con poderes antidemocráticos según el código occidental de aceptar o rechazar un proceder político, en este caso no solo musulmán sino árabe, con toda la carga histórica que ello supone. Es cierto que los Hermanos Musulmanes no proceden con la claridad política de nuestros exquisitos críticos con guantes. Pero…


Los Hermanos Musulmanes son, si mis lecturas y cavilaciones no me equivocan, una organización con alma burguesa que pretende una nación árabe de cierta faz occidental en sus instituciones de gobierno, pero con un fondo de libertad musulmana, que es el que Abdallah Laroui –citado por mí en un artículo anterior– calificaba de libertad psico-metafísica. Porque la libertad del árabe musulmán constituye un ejercicio de raíz religiosa en el seno de una vida personal que no se ampara ni se realiza en el Estado, que detesta. Por ahora. El por ahora es importante, a no ser que los izquierdistas urgentes se empeñen en inyectar de modo súbito el indiscutible y valioso espíritu revolucionario occidental a unos pueblos que se mantuvieron ajenos a Occidente tras su terminante y multisecular frontera mediterránea.

Los Hermanos Musulmanes constituyen un tránsito, aunque ellos tal vez no admitan ser un tránsito, para que el futuro socialista alcance madurez en el marco musulmán. De no contemplar ese tránsito como un acontecer estructuralmente inevitable, se prolongará una anarquía en el comportamiento revolucionario de las masas árabe-musulmanas que contribuirá con un dramático río de sangre a las disquisiciones intelectuales de los inclementes puristas revolucionarios.


Es triste que quienes desean el verdadero acceso a un mundo socialista se vean obligados a exponer una y otra vez multitud de razones para que sean entendidos y admitidos los escalones del tránsito hacia ese futuro. La misma revolución soviética siguió esos escalones, aunque de modo acelerado por las condiciones objetivas con que se encontró. Y no se trata, subrayo, de dar por bueno el camino reformista, equivalente a creer que la acumulación de las reformas puede desembocar en un sistema social y político distinto. Ese camino reformista no tiene nada que ver con la vía escalonada –en ella cabe una correcta política de alianzas temporales– que trata de alcanzar un final sin tanto trauma y tensión interna. Creo sólidamente que a los Hermanos Musulmanes debe considerarles el revolucionarismo socialista árabe-musulmán dentro de un marco de innovación política que no fracture la visión tradicional del vivir religioso musulmán, que tiene en su fe su diario ejercicio existencial. Si no se hace así mientras se van tejiendo contactos y alianzas a medida que se produzcan tiempos y sucesos preñados de necesidad revolucionaria, el resultado será la repetición de la brutalidad militar que siempre es idéntica desde Washington a Washington tras hacer la circunvolución del globo.

Aunque lo que menciono a continuación no tiene que ver directamente con el embrollo egipcio, me viene a la mente, quizá por un sutil contacto de fondo respecto al planteamiento revolucionario, lo que escribió Toni Negri acerca de la ampliación del ámbito revolucionario mediante el entendimiento del obrero-masa como obrero-social a fin de ensanchar esquemas de acción política que ya no operaban eficazmente en pro del crecimiento del socialismo real contemporáneo. El que quiera entender que entienda. La revolución no consiste solo en capturar la manzana de la libertad por parte de los convencidos, sino que incluye las formas posibles de subir al árbol de quienes se creen distantes del mismo.

Lo que inquieta a un socialista –repito lo de siempre para dar luz al lenguaje a emplear: un socialista auténtico– es que en Egipto se haya reproducido una vez más la salvaje elementalidad del proceder militar con aplauso de muchos impostados burgueses egipcios. No hablo ya de la profunda satisfacción que han debido experimentar los protagonistas encargados de dirigir secretamente desde el poder lejano los días de violencia, sino de los acomodaticios ciudadanos egipcios que habitan la imitación occidental.


Hasta qué punto el veneno ideológico se ha infiltrado en la red arterial de esos individuos que esperan que les caigan los restos del maná imperialista? ¿Hasta dónde ha calado la invitación al modelo de existencia consistente en la elementalidad de tener un automóvil, un vídeo y un teléfono móvil al precio de tanta pobreza y servidumbre? En Occidente, que es ya un puro conjunto de ruidos estimulantes del tejido más rudimentario del ser humano, es casi lógico que esta venta de la dignidad haya acontecido masivamente. Occidente no es más que el resto de una marea que se ha llevado la vida por delante. Pero lo que conduce a una inevitable tristeza –aunque el futuro confortador esté mucho más próximo de lo que creen los «lógicos» del infortunio– es que países depositarios de una herencia aprovechable por lo que tiene de vitalidad fundamental se haga presente con vociferantes «progresistas» al paso de las legiones. De todas formas, y como dice el refrán navarro, «Amanecerá Dios y verá la tuerta los espárragos».

La tetanización del planeta es hoy visible en todos los planos. Los gobiernos mienten, los parlamentos se llenan de electos que viven su propia tentación, las instituciones judiciales administran intereses antipopulares, la policía y las fuerzas armadas son mecanismos para controlar el interior del sistema. Y frente a todo eso, hay quienes se dedican a desautorizar, no pocas veces sospechosamente, pero siempre con torpeza, las complicadas protestas exigiendo a sus participantes la pureza de la teoría.

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