Marta Abiega
Miembro de Biziz Bizi y Plataforma contra el Subfluvial

Zonas de Bajas Emisiones, el espejismo

Me contactan como socia de la Asociación Biziz Bizi para participar en un programa sobre la contaminación de la televisión vasca. Esa que, con demasiada frecuencia, olvida informar sobre los altos niveles de emisiones de empresas como Sader y Profersa y sobre la lógica preocupación que genera en las vecinas afectadas.

Ello me sirve de acicate para reflexionar sobre un tema que, sinceramente creo, debería preocuparnos a la ciudadanía mucho más de lo que nos preocupa, y aquí lo de ciudad es crucial, habida cuenta de que es responsable de 20.000 muertes anuales en el Estado y que esta cifra aumenta exponencialmente en ciudades densamente pobladas.

El televisor, aparato del que carezco, encadena anuncios de coches silenciosos, de consumos increíbles y dimensiones tan fabulosas como sus precios. Siempre fue así y una mirada rápida a los vehículos aparcados en mi calle me devuelve el deseo corporativo convertido en realidad. Ahora, además, vienen acompañados de una etiqueta verde que les abre las puertas del corazón de la urbe.

En el imaginario colectivo no existen las partículas 2,5. Esas cuyo tamaño es 20.000 veces inferior a un grano de arena y que provienen de la fricción entre pastillas y discos de freno. Esas que traspasan nuestras mucosas, penetran en nuestros pulmones hollinándolos y llegan al torrente sanguíneo produciéndonos accidentes cerebro vasculares, coloquialmente conocidos como ictus y todo tipo de alergias e insuficiencias respiratorias.

Los índices máximos de la OMS, Organización Mundial de la Salud, para estas partículas son 5 mg y, según un estudio liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona que analizó los niveles de contaminación en más de 1.400 regiones de 35 países europeos, la media anual de PM 2,5 para el Bilbao metropolitano es de 13,6 mg. Pero, ¿quién lo sabe? ¿A quién le importa? ¿Acaso cotizan en el Ibex o juegan en la liga de fútbol?

El periódico “Deia” publica un titular en el que se puede leer que el medidor de contaminación de María Díaz de Haro es el que ofrece mayores índices de contaminación de todo Euskadi, como si de un triste récord Guinness se tratara. Pero la ciudadanía no hemos de preocuparnos porque la solución para reducir los altos índices no es otra que peatonalizar la calle en la zona contigua al medidor y desviar esa contaminación a las calles limítrofes donde no hay ningún testigo incómodo que la refleje. Tan pueril como real. Bien es cierto que hay un colegio público pero bueno, para hablar de colegios públicos y contaminación que les pregunten a las madres del García Rivero, que son expertas.

Para diseñar estas ZBE, Zonas de Bajas Emisiones, como si acaso no estuvieran diseñadas de antemano por las decisiones de los políticos, la empresa Tecnalia ha instalado 41 medidores de contaminación en distintos puntos de la ciudad. Ante la negativa del Ayuntamiento de Bilbao a publicar los datos de estos medidores ha habido que recurrir a Gardena, la agencia vasca de la transparencia, quien le concedió 20 días de plazo ya vencidos para ponerlos a disposición de la ciudadanía. Seguimos a la espera pero este oscurantismo no augura nada bueno.

Mientras las ZBE van a limitar la entrada al centro neurálgico de la ciudad, ese donde los precios de los pisos tienen seis ceros, alrededor de la zona VIP, las autopistas urbanas limítrofes en apogeo, seguirán escupiendo a la periferia sus malos humos. Esos que emiten los utilitarios de los pringados que con su sueldo precario no alcanzan a comprarse ni a plazos uno de esos híbridos que, pese a su etiquetado eco, siguen contaminando sin piedad. Contaminan en origen por el litio de sus baterías, en destino, porque emiten el 80% de NO2 que un coche convencional y, además, aún más preocupante porque, según un estudio de 2020 de Emissions Analytics, una empresa independiente de pruebas de emisiones con sede en el Reino Unido, el desgaste de los neumáticos emite 1.850 veces más partículas contaminantes que los escapes de los vehículos de combustión. El peso de la batería de un coche eléctrico (una media tonelada) provoca que las emisiones de sus neumáticos sean 400 veces más elevadas que las originadas en el tubo de escape de un automóvil equipado con un motor de combustión.

Como además los legisladores saben muy bien para quién legislan y se guardan mucho de hacerlo para «pringaos», la ciudadanía, si usted y yo, los subvencionamos con 5.000 euros si se achatarra un vehículo de más de siete años. Qué cosas, mira que no subvencionamos la producción agroecológica con todo lo que hace por el planeta y vamos a subvencionar los SUV híbridos que son una engañifa.

En todo este despropósito que alimenta un sistema ecocida nos olvidamos de la verdadera revolución que no es otra que movernos menos y movernos mejor. Para ello necesitamos un ejercicio de introspección transformador, pero también un mejor uso del dinero público abandonando la construcción de autopistas y túneles subfluviales y empleando esa cantidad ingente de dinero en mejorar el transporte público con más trenes de cercanías, más frecuencias, más intermodalidad, más vías seguras para la bicicleta, colectivizar otros transportes, planes de movilidad en todas las empresas... y, sobre todo, más tiempo, más empatía con las personas que habitan la ciudad y aquí también anteponer las necesidades colectivas de nuestras vecinas, tan importantes como la salud, a las nuestras propias.

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