El arresto de un «hombre de Estado» sin Estado
La captura de Josu Urrutikoetxea ha sido para los poderes político-militares españoles una auténtica obsesión de Estado. Es una de las cacerías policiales más largas e intensas. Josu Urrutikoetxea entró en ETA en pleno franquismo; fue militante y dirigente de esa organización; preso en el Estado francés y expulsado al español; parlamentario; fugitivo; interlocutor y portavoz de la decisión de ETA de deshacerse hace ahora un año. Ayer lo detuvieron por ser de ETA, cuando ya nadie es de ETA, precisamente por la decisión que tomaron él y otros 1.334 militantes hace ahora un año. Un proceso que se llevó a cabo en colaboración con la comunidad internacional y de sus organismos para la resolución de conflictos. Se trata de un cuerpo diplomático que ayer volvió a confirmar que el Estado español no es un interlocutor fiable para la paz, ni en Euskal Herria ni en Catalunya. Aunque parezca increíble, en 2019 y en medio de una pugna electoral, los poderes españoles juegan las bazas de la nostalgia y la venganza. A menudo, cuando el Estado español pretende ser épico, termina siendo ridículo.
Jesús Eguiguren calificaba a Urrutikoetxea como «héroe de la retirada» de ETA y ponía en valor su determinación para recorrer este camino hacia la paz, la convivencia y la libertad. Se agradece el gesto de honestidad en medio de tanto cinismo. Si algunos denominados «hombres de estado» hubiesen estado a la altura de estos políticos sin estado, las ciudadanías vasca y española se hubiesen ahorrado mucho sufrimiento. El problema no era la violencia vasca, sino la falta de cultura democrática española. El ventajismo es el arma política de los miserables.
Algunas de las máximas vitales de la generación de vascos y vascas que se rebelaron contra el franquismo son la solidaridad, la implicación y la organización. Cinco décadas y más de 40.000 arrestos después, esos valores siguen siendo los que sostienen un movimiento por la emancipación social y nacional de Euskal Herria.