En defensa de la justicia y el coraje frente a la crueldad

Una magnífica muestra de solidaridad. La impresionante manifestación de ayer en Iruñea en demanda de justicia para los jóvenes de Altsasu reunió a personas de todas las edades, a familias enteras y a cuadrillas que vinieron de las diferentes comarcas navarras y de todos los territorios vascos. Otras muchas llegaron desde el Estado, donde este caso ha generado un gran impacto. Personas con bagajes ideológicos distintos, con visiones diferentes sobre la sociedad y la política, sobre la vida, pero con una demanda común: esto no se puede permitir, no es justo y esos jóvenes deben estar libres para poder rehacer su vida.


Esa exigencia básica tiene más elementos que ayer estaban presentes en la marcha.

Contra la injusticia y por la libertad


No existe opción de justicia en el caso de los jóvenes que son llevados ante la Audiencia Nacional. Es un juzgado excepcional, político. Está diseñado para aplicar políticas de Estado, para perseguir y castigar a la disidencia. No busca reparar, ni restaurar, ni resarcir; busca ejemplarizar. No atiende a pruebas, ni a evidencias ni a más razones que la del Estado. Es un tribunal programado para recortar derechos, no para garantizarlos; genera indefensión y temor. Es un vestigio del franquismo, no es homologable en un Estado de Derecho. Esto es tan evidente como que es un tribunal a las órdenes de las Fuerzas de Seguridad del Estado, no al revés.


Ha sido tal la injusticia que a estas alturas solo la liberación de los 7 de Altsasu puede repararla. No se debe permitir semejante arbitrariedad y desproporción. No se puede dejar que un tribunal así puede retener y partir por medio la vida de jóvenes vascos y de sus familias.

Para apoyar a las familias y celebrar su coraje
Precisamente las familias han dado una lección ética y política al país. Como bien dicen ellas, no han hecho nada que el resto de seres humanos no haría. Pero lo han hecho con una serenidad y un coraje que resulta ejemplar e inspirador.
Pese a que existe una larga tradición de humillaciones y vejaciones contra este pueblo, es difícil ponerse en su piel. Con su labor han cosechado esa empatía. Nadie ha quedado al margen de su apelación, de su llamada contra la crueldad, de su ejemplo de cuidado mutuo. En ningún momento han tenido la tentación de caer en el victimismo, de pedir impunidad o caer en el odio.

Frente la sed de venganza y la crueldad


La voluntad de provocar daño debería ser totalmente ajena para los poderes públicos. Es inconcebible que quienes deben velar por la seguridad y las libertades de la ciudadanía actúen como una mafia amenazante. Pese a quitar el cargo de «terrorismo», la sentencia es demencial por excepcional, no hay otra igual.


Actuar así con esos chavales es un abuso que la sociedad no puede entender. Ayer se marchó contra la crueldad, pero también contra la cobardía.


La que seguramente es la mayor manifestación jamás vivida en Iruñea ha tenido lugar porque los poderes del Estado decidieron utilizar una trifulca de bar para hacer política represiva, para recrear un escenario «antiterrorista» que algunos de ellos anhelan. Así, se pusieron a la sociedad en contra. Su necedad ha provocado semejante derrota política. Si en el Estado español hubiese inteligencia política, aunque solo fuese por interés, alguien empezaría a cambiar de estrategias.

Por la juventud vasca y por la convivencia


Se ha cerrado un ciclo político en Euskal Herria. Teniendo en cuenta que el anterior tuvo su deriva cínica y cruel, en la que ha faltado empatía y compromiso respecto a otros sufrimientos y a los derechos de las personas, el principio rector de esta nueva fase debería ser «todos los derechos para todas las personas». Por otro lado, quienes han sido protagonistas del ciclo anterior y tienen aún responsabilidades en el cierre del mismo deberían conjurarse para que las siguientes generaciones de ciudadanos y ciudadanas vascas no tengan que padecer los sufrimientos que ha conllevado este largo periodo histórico.


Ayer se demostró que hay pulso en este país para hacer las cosas de otra manera, para un cambio progresivo y profundo, para acertar y cambiar de una vez por todas las relaciones, tanto las personales como las políticas.

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