Errores de cálculo y humo frente a fortaleza democrática

El factor común a las decisiones más relevantes tomadas recientemente por los poderes del Estado español es el error de cálculo. No entienden, no miden, no aciertan. Lo mismo para dictar sentencia que para convocar elecciones –¿qué dirán ahora los estrategas del PSOE?–. Al ser un estado homologado por una comunidad internacional con demasiados frentes abiertos, estos errores no limitan por ahora su capacidad de bloqueo. Pero España vuelve a estar bajo sospecha por su autoritarismo. Estos fallos les restan viabilidad estratégica.

En una semana han condenado a los líderes independentistas catalanes a cien años de cárcel; han generado la jurisprudencia para castigar toda disidencia crítica con su modelo de estado centralista y retrógrado; han reducido la democracia a un sistema formal cerrado y ajeno a los valores centrales de la misma; han tomado las calles de Catalunya con una violencia insólita… Y, sin embargo, la sensación general es que no están ganando. Que han perdido a la sociedad catalana, sin duda, pero también que han perdido el control.

Represión destinada al fracaso, pero dolorosa

Cometen errores evidentes que no comprenden. Por ejemplo, creían que restando el delito de rebelión semejantes condenas iban a resultar razonables para alguien. Ni quienes les apoyan pueden defender estas penas. Son cien años de cárcel a nueve representantes políticos y líderes de la sociedad civil por organizar un referéndum en el que votaron más de dos millones de personas.

Todo indica que en Madrid pensaban que la sociedad catalana se iba a rendir. Que iba a dar por buena la humillación e iba a seguir con sus vidas como si no tuviese presos políticos, como si no se hubiesen suspendido las libertades y los derechos civiles de su ciudadanía, como si fuesen de verdad la clase de borregos idiotizados e ingenuos que afirma la sentencia. Se trata de varios millones de personas adultas, en edad de votar.

También se puede suponer que pensaban asfixiar a golpes a quienes se movilizasen contra este atropello. Su estrategia: brigadas de policías haciendo el salvaje contra la población civil y en abierta colusión con grupúsculos fascistas. Como siempre, solo que grabados y difundidos en directo a través de redes sociales. Así, el mundo está viendo la bestialidad policial, por un lado, y las multitudinarias marchas, por otro.

El precio humano, no obstante, es altísimo. En este momento, ya hay 34 presos políticos catalanes. A los nueve líderes condenados por el Supremo se les suman las siete personas que encarceló hace unas semanas la Audiencia Nacional acusadas de terrorismo, y otras dieciocho que han sido enviadas a prisión por los incidentes de estos días. El ministro de Interior, Fernando Grande Marlaska, ya ha marcado las protestas como «terrorismo». El exjuez es, no hay que olvidarlo, uno de los protagonistas de las más salvajes torturas contra militantes vascos, hasta el punto de ser cuestionado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Tampoco cabe olvidar a las víctimas de la brutalidad de estos días. Al menos dos personas han perdido un ojo por proyectiles lanzados por la Policía, otra persona ha perdido un testículo de igual manera, una más está en estado muy grave en la UCI, dos decenas permanecen ingresadas y hay centenares de heridos. Calibrar esto le va a costar a una sociedad que en parte está reviviendo los debates del 78 en Euskal Herria ahora.

Movilización, voto y juventud

La nación catalana es una potencia democrática, con gran poder de movilización y una voluntad férrea de ejercer el derecho al voto. Son imparables en los terrenos en los que el Estado español es más pobre. En este momento, tal y como señala en la entrevista Jordi Muñoz, necesitan aguantar, perseverar y no jibarizarse.

La vivencia política de estos días en las calles de Catalunya marcará a varias generaciones. Especialmente a las más jóvenes, que han vivido una politización súbita e intensa, asociada a la lucha por la emancipación, la democracia y la justicia. Y que han conocido una represión insólita para ellas. Hay que destacar la conexión en este punto con el movimiento juvenil vasco, que esta semana ha demostrado al país que es posible alzarse con coherencia y ejemplaridad ante una injusticia para defender su futuro y el de todos y todas. Euskal Herria es una potencia solidaria y creativa, valores potentes que sería un error minusvalorar.

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