Sería vergonzoso no estar a la altura del momento histórico

Brian Currin y su mirada serena sobre los avatares vascos dan en cierto sentido la medida del país, del desarrollo del proceso que en parte comenzó a rodar públicamente con la Declaración de Bruselas que él pronunció, pronto hará cinco años. Las reacciones a sus palabras también ofrecen un buen termómetro de cuál es el nivel general del debate. Las reacciones públicas y las privadas. También la manipulación de sus palabras o la escucha parcial de las mismas, solo cuando son agradables al oído, señalan cómo han caído nuestros estándares de debate ético y político.


La entrevista con el abogado sudafricano que hoy publica GARA, plagada de sentido común y titulares, será un buen nuevo ejemplo de ese nivel. La sociedad vasca que, en general, durante décadas se ha jactado de una mayor cultura política, de leer más periódicos que sus vecinos, de un espíritu crítico y autocrítico, incluso de sacar mejores notas, corre el riesgo de caer en un parroquianismo limitador, una soberbia mal gestionada, una batalla de vanidades acomplejadas, una mediocridad lastimosa. Sus estructuras no dan la talla, los debates de sus élites son escasos, sus esquemas están superados y se muestran incapaces de llegar a acuerdo alguno, mientras por miedo a alimentar al adversario, sus bases no les exigen un mínimo rigor. No se está acertando a recoger y desarrollar, no al menos al ritmo vertiginoso al que está cambiando el mundo, lo mejor de las diferentes tradiciones, desde el cooperativismo hasta la insurgencia, pasando por la capacidad de llegar a pactos o las luchas más populares.


La sociedad vasca está en crisis, y no es solo económica, ni mucho menos. Tiene signos de un serio empobrecimiento. No se encuentra en este nuevo escenario, no quiere volver atrás pero no acierta a inventar uno nuevo. Prima el control sobre la creación, prima lo seguro sobre lo deseable. Y en ese esquema, dominan los pusilánimes. Hay demasiada gente en puestos de responsabilidad dando lo peor de sí mismos, rebajando el debate público y neutralizando el esfuerzo y buen hacer de un montón de voluntarios y cargos. El episodio de Josu Erkoreka sobreactuando de manera chabacana contra Borja Sémper trasciende lo anecdótico. Rebaja aún más la media, pero es parte de un tono constante y común.


Quien se consuele con la descomposición del Estado español y la decadencia del francés se quedará pasmado con la velocidad a la que se contagian esos males, sobre todo cuando las defensas propias son tan escasas, tan intangibles. Tal y como señala Currin, por supuesto que la posición española respecto a la paz y los derechos humanos es una aberración, algo inaudito, pero los interesados en cambiar esta situación somos los vascos, y tener razón intelectual en este punto no nos garantiza apenas nada. Llevamos siglos teniendo razón, esa es una de las causas por las que hemos resistido como pueblo. Pero de no ser capaces de articular esa razón en amplias mayorías, de no quebrar las lógicas impuestas y desequilibrar la balanza del poder establecido, resultará muy complicado pasar de la resistencia a la construcción, a otro escenario donde se respeten los derechos de todas las personas.


Haber asistido a la muerte y al sacrificio en estos grados debería darnos como sociedad una óptica más empática al sufrimiento ajeno. De igual modo que el haber padecido la cárcel en masa debería alimentar nuestra aspiración de libertad, no nuestros miedos. El discurso oficial de las últimas décadas ha generado un cinismo que apenas disimula dosis inaceptables de crueldad.


No es nada fácil. Claro que es más fácil escribirlo que hacerlo, tanto en estas páginas como en otras. Pero callarlo no aporta nada. Y este es un momento en el que este país necesita aportaciones, algunas de ellas críticas. Aunque escuezan, como algunas de las palabras de Currin.

El cambio será o no será
Euskal Herria necesita un cambio profundo, no puede seguir sumida en la autocomplacencia y funcionando con inercias del pasado. Y ese cambio será o no será, pero si es, será desde la responsabilidad propia, no desde el paternalismo, ni desde el dirigismo, ni desde la irresponsabilidad. Y si es real, será desde el principio de realidad y el respeto, a ese principio y a la ciudadanía.


Quien confunda actuar como lobby en favor de una causa con hacer mobbing para tapar sus propias incapacidades desarrollará muchos de los males que quiere denunciar, dando lugar a nuevas relaciones en las que su afán de subyugar adoptará otra clase de privilegios.


No es por fustigarse, ni por necesidad de autoayuda. Es por audacia política, por seguir la estrategia trazada en «Zutik Euskal Herria», que tanta potencialidad contiene. Unilateralidad, hablarle a la gente y no a las estructuras de los adversarios, generar alianzas y confianzas con la comunidad internacional. Esta semana ha sido realmente pobre en base a este esquema.


No es ponerse catastróficos ni apocalípticos. Simplemente sería vergonzoso no estar a la altura del momento histórico. No se trata de hacer terapia colectiva o coaching. Se trata de recuperar el amor propio, las mejores aspiraciones que tenemos como personas y como pueblo, los valores más fructíferos, las mejores cabezas y las voluntades más trabajadoras. O sencillamente ponerlas en valor, porque son miles los protagonistas de esas luchas cotidianas que realizan una labor inconmensurable. Solo faltaría que ellas y ellos se diesen por aludidos. Hay que situar todas esas fuerzas al servicio del país, que quiere decir al servicio de la gente que vive en él. No es hora de esperar, es hora de prepararse. No es hora de callar, es hora de decir lo que se piensa. No solo es hora de elecciones, es hora de elegir. Y hay que ser, sí, revolucionario. El cambio será copernicano o no será.

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