Votar vasco y catalán tras una campaña muy española

La realidad española y la vasca se muestran radicalmente diferentes a diario y durante las 24 horas, pero es en las campañas electorales estatales cuando esa divergencia se vuelve más visible todavía. No hay que ser experto en semiótica para constatar que nada tuvieron que ver los debates realizados lunes y martes en las televisiones estatales con los producidos estas dos semanas en las vascas, por poner un ejemplo. Una gran parte de la ciudadanía vasca ve fascista pero también ridículo a Abascal, histriónico y a la vez vacío a Rivera, demagogo e impresentable a Casado, leve y timorato a Sánchez, bienintencionado pero un tanto ingenuo a Iglesias.... Es una sensación mutua: tampoco muchos de esos políticos españoles entienden, ni quieren entender, qué son Errenteria o Altsasu, ni tampoco Iruñea, Bilbo o Baiona.

Esas diferencias de formas apuntan al fondo, que es lo realmente divergente. En esos debates de campaña españoles se ha hablado, no se puede negar, de cuestiones que interesan a Euskal Herria, como las pensiones o la inmigración. Pero los parámetros de la discusión, y el listón, están políticamente a años (en ocasiones a años-luz) de cómo se conciben y desarrollan en la sociedad vasca o catalana. Si se habla de jubilaciones, por ejemplo, la pregunta clave en este país no es ya si se deben actualizar en función el IPC, sino si cabe llegar a los 1.080 euros mínimos; este fue, de hecho, el punto de fricción en la negociación presupuestaria de la CAV entre el Gobierno Urkullu y EH Bildu. Si se habla de inmigración, mientras en Madrid se sigue discutiendo si se quitan las sangrientas concertinas de Ceuta, en Euskal Herria un atunero reconvertido atiende en las costas griegas a los heridos en esa odisea transmediterránea... y es Madrid quien le impide rescatarlos. Se podría seguir tema a tema, hasta el infinito. No es casual que las leyes vascas bloqueadas en el Tribunal Constitucional español sean mayoritariamente sociales.

De la expectativa a la contrarrevolución

Aunque la iniciativa política en Euskal Herria aparezca ciertamente muy bloqueada, el impulso social no pierde fuelle y aumenta esa disociación entre el norte y el sur del Ebro: las movilizaciones feministas o de pensionistas superan con creces a las del Estado hasta quedar como referencia principal para medios internacionales. Lo mismo ocurrió en Catalunya hace unos años con las protestas contra la guerra de Irak o más recientemente por los derechos humanos de las personas inmigrantes. El «procés» es la consecuencia lógica de ese desencaje absoluto, de un país que no cabe en otro drásticamente distinto. En Euskal Herria, un proceso independentista con éxito partirá también inevitablemente de ese punto, más allá de las indudables diferencias identitarias e históricas.

La pulsión reformista o incluso revolucionaria de estas dos naciones bien podía haber contagiado a España, pero ha desencadenado justo lo contrario: contrareforma y contrarrevolución, en forma de autoritarismo, machismo, racismo... Euskal Herria y Catalunya crean en España dinámicas centrífugas, que se repelen, sin efecto imán posible. En la doble cita electoral consecutiva de 2015 y 2016, esta evidencia histórica pareció en duda por la irrupción del unionismo democrático y de izquierdas representado por Unidas Podemos. De hecho, su tirón porcentual fue mucho mayor en estas dos naciones que en el resto del Estado. Pero si había realmente una expectativa, no se ha terminado de consumar y hoy lo que emerge en España es una involución brutal.

Lo primero determinante es votar distinto

Con 23 diputados sobre 350 en Euskal Herria, incluso con los 47 de Catalunya o los 70 que da la suma, es aritméticamente complicado argumentar que el voto vasco o catalán va a ser resolutivo hoy en las Cortes españolas. Es muy difícil prever que Euskal Herria y Catalunya acaben transformando España, pero sí pueden salvarse a sí mismas y ese ya es un motivo de peso para votar.

El primer requisito es de permeabilidad, no dejarse envolver en la inercia estatal, votar distinto, radicalmente distinto. No van a contagiar a Madrid, pero sí les es imprescindible –para la supervivencia nacional y la libertad y los derechos de sus gentes– no ser contagiadas. Y, a partir de ahí, aprovechar ventanas de oportunidad si se abren; coger oxígeno, si no son ventanas sino simples grietas; y acumular fuerzas para derribar puertas, si lo que levanta este 28A es un puro búnker.

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