Unos meses más tarde reiteró la oposición de su partido a la OTAN advirtiendo que siempre estarían en contra «con las consecuencias históricas que tenga mantener una coherencia lógica entre lo que decimos y lo que pensamos hacer».
De la misma opinión era su entonces mano derecha, Alfonso Guerra, que anunciaba que harían campaña «para que no se esté en la OTAN, y creo personalmente que ganaremos los que pensamos que esa soberanía y esa independencia pasan por no estar en la OTAN».
Dos años más tarde, en 1983, y ambos siendo ya desde hacía pocos meses presidente y vicepresidente del Gobierno español, insistieron en que se debía estar fuera de la OTAN. Incluso lanzaron sutiles amenazas a quienes, formando parte de su Ejecutivo, pretendieran pertenecer a esa alianza. Sin embargo, esa fue la última ocasión en la que sus declaraciones fueron en ese sentido, ya que muy poco después se pasaron al bando contrario, precisamente al de los conversos pro-aliancistas a quienes anteriormente habían denostado sin misericordia.
Dio comienzo el viraje argumental para justificar la maniobra que les convertiría en poco tiempo en los más fervientes atlantistas. De aquella travesura adolescente del «OTAN de entrada no» con la que llenaron paredes y vallas publicitarias de carretera, pasaron a una cerrada defensa de la Alianza Atlántica, hasta el punto de tener que contener la respiración el día del referéndum, porque parecía que el plan les podía salir mal. De hecho, no mucho después de la consulta confesaron que eso de preguntar a la sociedad qué quiere podrá ser muy democrático pero en ningún caso una buena idea.
El PNV, por su parte, hizo gala de la habilidad que siempre le ha caracterizado y viró en sentido contrario; esto es, del atlantismo convencido a una neutralidad profiláctica que le aconsejó dejar libertad de voto a sus militantes. Ni sí ni no, ni todo lo contrario. Y es que la oposición a la OTAN parecía ser la que tenía más posibilidades de imponerse en las urnas vascas. Que fue lo que finalmente ocurrió el miércoles 12 de marzo de 1986, cuando algo más del 62% de los ciudadanos de la Euskal Herria peninsular rechazó la pertenencia a la Alianza Atlántica.
Los jelkides, así, pudieron celebrar el resultado electoral en ambos sentidos: como otanistas, porque vencieron a nivel estatal con casi un 57%, y también como contrarios, porque Hegoalde había dicho claramente que no. Salió lo que querían y quedaron bien frente a la sociedad vasca. Negocio redondo.
De hecho, Xabier Arzalluz y el lehendakari Ardanza votaron a favor de la OTAN, mientras su predecesor, Carlos Garaikoetxea, volando ya fuera del nido jeltzale, se mostró contrario a la OTAN y protestó porque en Nafarroa no le dejaran votar en euskara.
Los alcaldes de Gasteiz y Donostia, José Angel Cuerda y Ramón Labayen, ambos también enfrentados con la dirección jelkide, votaron «no» y «sí», respectivamente.
Herri Batasuna lo hizo en contra y, tras el resultado, destacó, una vez más, la necesidad de soberanía nacional. Euskadiko Ezkerra interpretó que la sociedad vasca era pacifista, si bien Kepa Aulestia no pudo evitar la ocasión para asegurar que eso también significaba que los vascos estaban contra ETA.
La pregunta del referéndum sobre la OTAN no fue todo lo clara que debería esperarse para una consulta popular. En cualquier caso, ninguna de las condiciones que se mencionaban en la papeleta fueron respetadas. Los efectivos militares de Estados Unidos de América continuaron donde estaban y no se redujeron, se les admitió la posibilidad de almacenar, instalar o introducir armas nucleares y, en 1997, ya con José María Aznar como presidente, el Estado español se incorporó a la estructura militar integrada. Pleno al tres.
Por cierto, cuatro años antes del referéndum España ya había sido reconocida como 16º miembro de la OTAN y, en enero de 1986, entró en la Comunidad Económica Europea.
Lo que no entró, sino que salió, fue el grupo de disidentes del PNV. Los problemas que habían empezado el año anterior entre directivas, expulsiones varias, colisión de personalismos, discrepancias entre el EBB y el lehendakari Garaikoetxea que llevaron a su defenestración, las diferentes concepciones sobre las atribuciones del Gobierno Vasco y las diputaciones forales… abocaron a una inapelable escisión que se consumó en septiembre con la presentación de Eusko Alkartasuna. Su primer gran acto público fue en octubre en el velódromo de Anoeta, con lleno al completo.
Aquel verano del 86 había sido particularmente caliente entre los jefes del PNV y sus críticos, sobre todo después de que se descubriera un chapucero montaje de la Ertzaintza para intervenir el teléfono de Carlos Garaikoetxea. En agosto, el teléfono del exlehendakari en Zarautz no funcionaba debidamente, por lo que dio parte a Telefónica para su reparación. Al comprobar la línea se descubrió que estaba puenteada y derivada hacia un teléfono de Orio anexo a una vivienda alquilada por la compañera de Javier Zumalde, 'El cabra', que en esos momentos estaba ya de contratista del PNV.
El frustrado operativo para espiar a Garaikoetxea habría sido llevado a cabo por Adjuntos a la Viceconsejería de Seguridad, AVCS, una particular unidad de la Ertzaintza formada por elementos de la máxima confianza de la dirección del PNV. En las investigaciones posteriores fueron apareciendo no solo los nombres de los tres ertzainas directamente implicados, sino también del responsable de Interior, Luis María Retolaza, o del propio Genaro García de Andoain, entonces delegado general del Gobierno de Gasteiz para asuntos de Policía.
Genaro García de Andoain moriría pocos meses más tarde, el 2 de noviembre, durante una operación de los «berrozis» en la zona de Ubidea, en Bizkaia, para liberar al industrial jelkide Lucio Aginagalde, precisamente amigo personal del fallecido.
Efectivos de AVCS habían localizado la cueva en la que se encontraba retenido el empresario, custodiado por varios miembros de ETA. García de Andoain se introdujo en la cavidad y se produjo un intercambio de disparos, en el que resultó muerto el jefe policial y herido un miembro de ETA, organización que días después acusó al PNV de no haber «facilitado un final satisfactorio» del secuestro de Aginagalde, que «ha puesto en grave riesgo la vida de este y ha causado la muerte de Genaro García de Andoain, para mayor satisfacción de los enemigos reales del pueblo vasco».
Genaro García de Andoain era el máximo responsable de Inteligencia y tareas operativas contra ETA, e incluso estaba por encima del organigrama jerárquico de la Ertzaintza, encabezado por dos militares, José de Pablo Loizaga, comandante del Ejército español y teniente de la Policía Armada franquista, y Juan García Oteiza, capitán de Infantería.
El año había empezado con la muerte de tres militantes de ETA ametrallados por la Guardia Civil entre Pasaia e Intxaurrondo. Tres semanas más tarde, el 6 de febrero ETA mataba en Madrid al vicealmirante Cristóbal Colón de Carvajal y su conductor; luego fueron cinco guardias civiles, y así hasta un total de 41, más de la mitad en Madrid.
En febrero, dos miembros de los GAL irrumpieron a tiros en el bar Batxoki de Baiona, dejando seis refugiados heridos. Ese año realizaron dos atentados más en los que acabaron con la vida de tres personas que no tenían relación alguna con el independentismo vasco.
En Hegoalde la guerra sucia se centró, principalmente, en la quema de vehículos propiedad de militantes abertzales o de sus familiares; aunque también se dio un secuestro con torturas en Errenteria.
El Gobierno francés, sumergido ya en el colaboracionismo, dio una vuelta más de tuerca en su acoso a los exiliados vascos y, aplicando un decreto de 1945 que autorizaba a expulsar de territorio francés a cualquier extranjero considerado peligroso, entregó a España por procedimiento de urgencia absoluta a 26 refugiados políticos vascos durante los seis últimos meses del año.
Txomin Iturbe había sido deportado a Gabon en julio, pocos días antes de que una gran marcha formada por varias columnas recorriera diversos lugares de Hegoalde en solidaridad con los refugiados. Precisamente el día que empezó esa marcha se inició una serie de expulsiones.
También en julio, en Kanbo, se presentó la nueva formación política de Iparralde, Euskal Batasuna, EB, reivindicando la identidad nacional vasca.
En noviembre, el colaboracionismo francés entró en el terreno policial con la 'Operación Sokoa', planificada en el cuartel de Intxaurrondo y llevada a cabo por unidades francesas. Dijeron que las investigaciones partían de la compra de dos misiles por parte de ETA en Siria. En la fábrica de muebles de Sokoa se incautaron de armamento y documentación.
1986 fue también año electoral en toda Euskal Herria. En la zona continental votaron en marzo para la Asamblea Nacional francesa. Ganó la derecha de Jacques Chirac, lo que dio paso a la llamada «cohabitación»; esto es, un presidente de Gobierno de derechas con un presidente de la República de izquierdas.
En junio acudieron a las urnas los vascos peninsulares para el Congreso y Senado en Madrid. El PSOE de Felipe González revalidó la mayoría absoluta, aunque perdiendo 18 escaños y más de un millón de votos.
La última cita electoral fue en noviembre y las urnas se abrieron para el Parlamento de Gasteiz. Era la primera vez que se presentaba EA. La escisión supuso que el PNV perdiera 15 escaños, 13 de los cuales pasaron a manos de EA y dos a HB, que también consiguió 13.
Como los tres herrialdes del tercio autonómico tienen 25 representantes cada uno, se dio la circunstancia de que el PNV sacó algunos votos más que el PSOE pero menos parlamentarios. En cualquier caso, Ardanza siguió como lehendakari porque le apoyó el PSOE y el CDS de Adolfo Suárez.
HB presentó su propio candidato aunque, seguidamente, abandonó la cámara. El resto votó en blanco, incluido Euskadiko Ezkerra, para quienes había pedido el voto Ramón Tamames, el entonces militante del PCE que, casi cuarenta años más tarde, presentara la moción de censura de Vox contra Pedro Sánchez.
A finales de abril, en la central nuclear ucraniana de Chernobil se produjo la explosión de un reactor y el posterior incendio de las instalaciones. El accidente tuvo en vilo a toda Europa y está considerado el más grave de la historia de la energía nuclear. Más de trescientas mil personas fueron evacuadas y se estableció un perímetro de seguridad de treinta kilómetros, zona de exclusión que permanece aún vigente. En las primeras semanas los fallecidos fueron alrededor de cuarenta, aunque posteriormente continuaron las muertes por cánceres inducidos por la radiación.
Al margen de lo sucedido en Chernobil, el panorama internacional durante el año 1986 tampoco fue tranquilo: ataques estadounidenses a Libia y Nicaragua, sigue el conflicto en Líbano, otra matanza en Soweto, secuestros de aviones… En Madrid murió el histórico socialista Tierno Galván y en Estocolmo fue muerto el presidente sueco Olof Palme, en un atentado cuya responsabilidad nunca ha sido suficientemente aclarada.
También se perdió al director de cine Vicente Minnelli, al escultor abstracto Henry Moore y al escritor y poeta Jorge Luis Borges, quien, entre otras lindezas sobre los vascos, dijera que «me parecen tan inservibles como los negros».
En Euskal Herria, el año que Sebastián Lizaso ganó la Bertsolari Txapelketa Nagusia falleció el bertsolari de Muxika Balendin Enbeita, cuyos bertsos echados en una comida en Arantzazu en 1956 tienen hoy, casi setenta años más tarde, la misma vigencia, si no aún más:
Ez da indarrik maitasunaren
indarra menperatzeko.
Guk be euskera maite badogu
ez da sekula galduko;
itxartu eta jagi gaitezan
belutu baiño lenago.