Manuel Fraga era titular de la cartera de Gobernación cuando la matanza de trabajadores en Gasteiz en 1976, un ministerio que en 1978 estaba en manos de Rodolfo Martín Villa con el nombre de Interior. Cambió el grabado de la cartera, pero los personajes mantuvieron su impronta, labrada de tiempo atrás en instituciones y cloacas franquistas.
Ese carácter quedó de manifiesto cuando, después de que la entonces llamada Policía Armada acabara con la vida de Germán Rodríguez en plenos Sanfermines, Martín Villa pronunció una frase que decenios más tarde aún resuena: «Lo nuestro son errores, lo otro crímenes».
Errores con premeditación y alevosía, pues por testimonios del momento y documentos que han aparecido con el paso del tiempo parece evidente que lo que ocurrió en Iruñea aquella tarde del 8 de julio estaba previamente preparado para dar un escarmiento a una población rebelde. Los informes oficiales y las posteriores investigaciones judiciales no solo fueron negligentes, sino que incluso estuvieron en todo momento condicionadas por las fuerzas policiales y los propios culpables de lo sucedido.
Entre esos culpables, el comisario Rubio (en la foto superior, dentro del círculo), que dijo a sus hombres que no les importara tirar a matar. Y cumplieron fielmente la orden, pues Germán Rodríguez recibió un impacto de bala directo en la frente que lo fulminó en el acto. En los alrededores había numerosos proyectiles incrustados en los árboles, en una entidad bancaria, en varios vehículos...
Todo había comenzado poco antes de las nueve de la noche en la plaza de toros, cuando finalizada la corrida un grupo de personas saltó a la arena con una pancarta reclamando la amnistía. Al poco irrumpieron efectivos de la Policía española, los 'grises' de entonces, que cargaron con botes de humo, pelotas de goma y disparos de revólver provocando los primeros heridos. Luego, los incidentes continuaron por toda Iruñea, donde tronaban disparos y se escuchaba el tableteo de los subfusiles policiales. Fue ahí donde mataron a Germán Rodríguez e hirieron de bala a numerosas personas.
Televisión Española fue testigo directo de lo sucedido en la plaza de toros; incluso lo retransmitió. Qué casualidad que las grabaciones desaparecieran de los archivos de TVE.
Las protestas por la muerte de Germán Rodríguez se extendieron por toda Euskal Herria y tres días después, en Donostia, una ráfaga de subfusil de la Policía mataba a Joseba Barandiaran. Otros tres días más tarde una compañía especial de la Policía asaltaba Errenteria disparando pelotas de goma a las ventanas de las viviendas y destrozando escaparates con las culatas para saquear las tiendas. ¿Errores o crímenes?
Todo eso a mitad de un 1978 en el que Josep Tarradellas había declarado a un periódico de Madrid que «el País Vasco es el cáncer de España», y en el que, a finales de año, en Euskal Herria se dio la espalda por referéndum a la Constitución española.
Precisamente, dos semanas más tarde de esa desafección constitucional el Batallón Vasco Español puso una bomba en Angelu bajo el vehículo de José Miguel Beñaran 'Argala' y acabó con la vida de un militante referencial en la historia de ETA. Pocos días después, más de 4.000 efectivos policiales tomaron la localidad natal de Argala, Arrigorriaga, para evitar un homenaje que habría sido histórico; tanto como lo fue la imagen de los tres capitanes al mando cuadrándose en saludo militar al paso del féretro.
En una Arrigorriaga desierta, a petición expresa de Monzón a la gente, el féretro de Argala fue portado por familiares y dirigentes políticos de Herri Batasuna, coalición de partidos abertzales de izquierda que había nacido en primavera desde la Mesa de Altsasu.
La irrupción de HB en el panorama político vasco forzaría la decantación de formaciones como EIA, que había abandonado la Mesa de Altsasu y se iba alejando del rupturismo para abrazar la reforma y lo que de ella iba emanando. Uno de sus dirigentes, Francisco Letamendia 'Ortzi', elegido diputado por Euskadiko Ezkerra, abandonó esa formación para incorporarse a HB. Su grito «Gora Euskadi askatuta, gora Euskadi sozialista!», puño en alto, tronó en su despedida de las Cortes españolas en noviembre.
Poco a poco, la izquierda abertzale iba quedando como único referente en la defensa de la soberanía y la territorialidad, y los partidos se atrincheraban en argumentos que perdurarían en el tiempo, como el del «antiterrorismo».
Muestra de esa creciente polarización fue la protesta contra ETA convocada por el PNV, no sin serias discrepancias en el seno del propio EBB y con la incomprensión de parte de la militancia jeltzale. Posteriormente, otros partidos se sumaron a la «manifestación de las palomas», que discurrió plácidamente por las calles de Bilbo mientras por los alrededores la Policía arremetía contra otra manifestación convocada desde la izquierda abertzale. Hubo cinco heridos graves y una decena de detenidos.
El convulso año había empezado con la muerte en el hospital del militante de ETA David Álvarez, que había resultado herido un mes antes durante el ataque al puesto de la Guardia Civil en las obras de la central nuclear de Lemoiz. Durante los siguientes meses, las acciones armadas y los atentados se multiplicaron, dando comienzo a lo que se ha llamado «los años de plomo».
Pero en 1978 el euskara nos hermanó una vez más como pueblo en la gran catarsis colectiva que supuso el macro festival Bai Euskarari, colofón de una campaña organizada desde Euskaltzaindia. Unas 40.000 personas abarrotaron San Mamés para apoyar la lengua nacional y escuchar a los cantantes, músicos, bertsolaris que fueron pasando por el escenario.
El texto leído por el presidente de Euskaltzaindia no podía ser más revelador:
«No puedo ocultar que en estos momentos me embarga el gozo, la emoción y la esperanza a la vista de la unidad y unanimidad con que el pueblo vasco todo, sin distinción de credos ni de ideologías, ha respondido a esta llamada de Euskaltzaindia. Así debía ser y así ha sido. Y ello demuestra que el pueblo vasco está vivo. Esto es un gran motivo de esperanza y de confianza de cara al porvenir. Porque el euskera es un bien de todos, patrimonio común del pueblo vasco y entre todos lo hemos de salvar».
Luego leyó unas palabras de Orixe traducidas por el propio poeta: «Este pueblo tiene el sentimiento de haber perdido su propio dominio. Aunque haya perdido su territorio, haz que no pierda su cualidad de pueblo».