«Para mí el cráter de un volcán son los pies de Joxe Arregi»
Xose Lois Fernández González, expreso de los GRAPO, fue testigo de la agonía de Joxe Arregi en el hospital penitenciario de Carabanchel. Aprovechamos una de sus visitas a Euskal Herria para rememorar las últimas horas de vida del militante zizurkildarra y cómo lo vivieron desde dentro de prisión.
Xose Lois Fernández González es un expreso de los GRAPO vigués, muy amable en el trato, y con una larga historia a sus espaldas. Concretamos una cita con él en Barakaldo, a donde suele acudir esporádicamente para visitar a sus camaradas. Él fue una de las últimas personas que vio con vida a Joxe Arregi en el hospital penitenciario de Carabanchel, junto a otros presos políticos, y uno de los firmantes de la carta que hicieron llegar a la opinión pública desde prisión, donde relataban el grave estado de salud con el que ingresó el militante de Zizurkil.
Es usted una de las últimas personas que vio a Joxe Arregi con vida. Quiero que me cuente lo que recuerda de esas horas, desde su ingreso en prisión el 12 de febrero hasta su fallecimiento el día siguiente.
Esos recuerdos son siempre muy importantes. Como bien se señala en la carta que enviamos desde prisión, estábamos al tanto de las detenciones que hubo días atrás de varios militantes de ETA [Arregi fue detenido en Madrid el 4 de febrero de 1981] y estábamos muy pendientes. De hecho hubo un tiroteo y estábamos alerta. Supusimos que algo grave había pasado. Nos llamó mucho la atención que viniera toda la Policía en el traslado. Normalmente se realizaban con una sola conducción. Y resulta que, para nuestro asombro, la persona que ingresó en prisión no era el militante herido en ese tiroteo... En ese momento nos ponemos en guardia y es cuando vemos que el que llega es Joxe Arregi.
Venía muy jodido. Lo atendimos todo lo que pudimos... [Silencio]
Hay una frase que no sale en la carta y te la voy a dar a ti. Él, cuando me ve, le saludo y le doy ánimos para que salga adelante y me dice: «Peor te han dejado a ti». Y las horas siguientes se reproducen en la carta que hicimos llegar desde prisión.
Es verdad que había un sector de carceleros que eran fachorros, pero hubo otro sector de funcionarios que estaban muy acojonados. De hecho, hay una consecuencia de eso, que es que tanto a los militantes nuestros, los del GRAPO, como a los de ETA, cuando vienen torturados, a partir de la fecha de Arregi no se les aísla y se les cuida de una manera, podemos decir, normal. Los carceleros se niegan a aislar a los presos que vienen torturados. ¿Por qué? Porque quedaron muy impactados. Lo de Arregi fue bestial. Entonces, de ahí en adelante ya no cerraban las celdas. Esa es una de las cosas que, a base de ese precio, se consiguió, que al menos los torturados no fueran aislados.
«Tanto a los militantes nuestros, los del GRAPO, como a los de ETA, cuando vienen torturados, a partir de la fecha de Arregi no se les aísla y se les cuida de una manera, podemos decir, normal»
A Arregi le decretaron aislamiento y limpiaron su celda porque estaba en unas condiciones de salubridad terribles.
Sí. Eso lo relatamos en la carta. Las celdas estaban guarras. La limpiamos, pero luego ya no volvió.
¿Todos estaban en la enfermería?
Enfermería entre comillas. Era el hospital penitenciario, que estaba en unas condiciones terribles. Por ejemplo, no teníamos ventanas, mis camaradas ponían mantas, las cucarachas andaban por todos lados. Las condiciones eran muy malas. Y ahí estábamos todos.
Fueron más o menos 24 horas las que pudieron estar con Arregi. Llegó el 12 de febrero por la tarde y falleció un día después.
Sí, prácticamente fueron 24 horas. Por la noche ya nos dimos cuenta de que no orinaba y que había expulsado heces. Pero lo que más nos impacto fue su fatiga y su dificultad para respirar [imita cómo intentaba respirar Arregi]. Él decía que le saltaron en el pecho en numerosas ocasiones y debieron reventarlo. Al día siguiente, cuando los médicos lo llevan a hacerle una radiografía y quieren trasladarlo a un hospital, ahí se quedó. Además era un tío.... Un 'chaparrón' muy fuerte. Aquello fue bestial.
«Por la noche ya nos dimos cuenta de que no orinaba y que había expulsado heces. Pero lo que más nos impactó fue su fatiga y su dificultad para respirar [imita cómo intentaba respirar Arregi]»
¿Cómo se viven momentos de tal angustia dentro de prisión? ¿Cuándo ven que no pueden hacer nada y saben cuál será el desenlace?
En este caso pudimos estar con él. Pudimos atenderle lo que pudimos. Cuando llegó el enfermero, dijo aquella expresión tan gráfica al exclamar «¡¿Pero yo dónde pincho?!», al ver los enormes hematomas que tenía. Otra cosa que nos impactó mucho fue la situación de las plantas de sus pies. Eran como cráteres. Eso se me quedó grabado. Para mí la palabra cráter de un volcán son los pies de Arregi. Se ve claramente en las fotos que se publicaron posteriormente. Eso fue fulminante. Y la respuesta de Euskal Herria, bestial.
Desde el punto de vista humano, hicimos todo lo que pudimos. Hablaba en euskara con Iñaki Agirre (preso de ETA pm), y él nos traducía. Pero estaba muy mal. Para que la Policía haga el movimiento de traer a un preso a la cárcel sin pasar previamente por el juzgado es porque los torturadores sabían que se les moría. De hecho, el director de Carabanchel estuvo a punto de que le procesaran, porque parece que no puedes recibir a un preso en la cárcel sin que previamente pase por el juzgado. Es evidente que hubo una colaboración entre la Policía y la prisión.
Físicamente, ¿podría calcular el número de horas que pudieron estar a su lado?
Esa noche hasta las 11 o las 12, hasta que nos mandaron a cada uno a su celda, y al día siguiente por la mañana.
Y no supieron más.
No. Se lo llevan a rayos X y es cuando nos comunican su fallecimiento.
«Desde el punto de vista humano, hicimos todo lo que pudimos. Hablaba en euskara con Iñaki Agirre (preso de ETA pm), y él nos traducía. Pero estaba muy mal»
Y luego deciden escribir la carta.
Sí. Eso lo firmamos Iñaki Agirre, como ETA pm, Lois Alonso Riveiro, como PCR, y yo como los GRAPO. Escribimos la carta a bolígrafo, verás que hay también unos tachones, y con un tirabolas lo lanzamos al exterior, donde nos esperaban mis familiares; estaba Monse [su compañera, también presente en esta entrevista] y los familiares de los presos vascos, que fueron quienes la recogieron. Yo tenía un espejo en la celda, y me veían desde fuera, porque Carabanchel da a un paseo, y así lanzamos la carta.
¿Por qué se encontraba usted en el hospital de Carabanchel?
Yo formaba parte de un comando de los GRAPO. Nuestro responsable era Abelardo Collazo y la Policía nos hizo una emboscada. Yo vi movimientos raros y, cuando fui a avisar a Abelardo, empezaron a caer tiros. Vienen por detrás, a mí me cae un tiro en la espalda, y veo que a Abelardo lo acribillan en el lugar. Van a por él clarísimamente. Yo, en cierto modo, me salvo, porque caigo al suelo y comienza a salir gente de un cine.
¿Eso dónde ocurrió?
En la calle Coruña, en Madrid. Y comenzó a salir gente. Yo escucho a la Policía política gritar porque la gente salía del cine. Y de repente escuché: «¡Este tipo está vivo!». Creo recordar que me lanzaron alguna patada, y entonces ya fue cuando llegó la Policía Nacional. Ellos se tienen que identificar, y yo ya perdí el conocimiento. A mí me salvó eso. Me desperté en [el hospital de] La Paz. Los médicos de corazón y pulmón se portaron muy bien. Ellos decían que tenía que ingresar en un hospital, que es el de Toledo, especializado en parapléjicos, pero me aplican la Ley Antiterrorista y me llevan a Carabanchel. El médico decía que estaba mal y me retuvieron en La Paz dos o tres semanas. Todavía me acuerdo del nombre, el doctor Paniagua.
Esto ocurrió el 29 agosto de 1980, y en septiembre ya ingresé en Carabanchel. Allí cojo una infección de orina de caballo debido a las malas condiciones que había. Viene un forense de la Audiencia Nacional a verme y el tío se marcha acojonado, porque la infección que tenía era muy grande. La sonda que yo tenía no me la cambiaron y esa fue la razón que generó la infección. Después llega un médico vasco, un urólogo, que es quien me salva. Me quita la sonda, me da antibióticos y me salva. Porque el forense de la Audiencia Nacional se fue acojonado pensando que iba a morir. Y el mes de febrero es cuando pasa lo de Arregi.
«Escribimos la carta a bolígrafo, verás que hay también unos tachones, y con un tirabolas lo lanzamos al exterior. Yo tenía un espejo en la celda, y me veían desde fuera, porque Carabanchel da a un paseo, y así lanzamos la carta»
Los días posteriores de la muerte de Arregi imagino que les llegarían los ecos de todo lo que acontecía en Euskal Herria.
Totalmente. Teníamos conocimiento de todas las movilizaciones que se estaban realizando. La respuesta de Euskal Herria fue impresionante.
Se convocó una huelga general también.
Sí, sí. Pero nuestra felicidad más grande fue el efecto de la carta, el haber hecho aquella denuncia. Había varios presos vascos también en Carabanchel. La primera vez que escuché euskara fue allí, cuando vino un niño a una visita y hablaba con su padre y con su madre. Entonces entraban dentro de la celda a comunicar. Según las guardias, si tocaba una buena guardia, igual les dejaban dos o tres horas, que eso era algo impensable con algunos. Y allí estábamos todos, nos saludábamos, y luego ya les dejábamos en la intimidad de su familia.
Ha mantenido relación con la familia desde ese día.
Sí, con la hermana. Recuerdo los quesos que nos enviaba a prisión. Además, había uno que olía muchísimo, hasta el punto de que teníamos que abrir la ventana. ¡Madre mía!