1977/2024 , 20 mars

Maite Ubiria
Aktualitateko erredaktorea, Ipar Euskal Herrian espezializatua / Redactora de actualidad, especializada en Ipar Euskal Herria

De la Tormenta del Desierto a la mentira como arma de destrucción masiva

Tras la primera agresión militar contra Irak, en 1991, a la que siguió una larga década de embargo, en 2003 se orquestó la primera fake a escala universal del siglo XXI. Un fantasmagórico arsenal con armas de destrucción masiva permitió justificar una guerra ilegal que sirvió para eliminar, esta vez sí, a Sadam Hussein, y dar paso a una operación de rapiña general que, ya finiquitada la invasión, dejó a un otrora avanzado país sumido en la inestabilidad.

Niñas iraquíes en un colegio de Diyala, reconstruido con el esfuerzo de las familias tras la guerra.
Niñas iraquíes en un colegio de Diyala, reconstruido con el esfuerzo de las familias tras la guerra. (Ahmad AL-RUBAYE | AFP)

Aunque no es extraño que se hable de primera y segunda guerra del Golfo, la nomenclatura más extendida engloba bajo el concepto de Guerras del Golfo a los conflictos que, empezando por la Guerra Irán-Irak (1980-1988), siguieron con el primer «ataque aliado» a Irak –tras la invasión por este país de Kuwait en 1990–, mediante la Operación Tormenta del Desierto, lanzada a principios de 1991, y, finalmente la guerra iniciada tal día como hoy en 2003, como preludio de la ocupación del país.

Si la Operación Tormenta del Desierto ha pasado a la historia como la primera guerra televisada, la Guerra de Irak de 2003 bien puede presentarse como el resultado de la primera gran mentira a escala planetaria del siglo XXI, aunque por aquel entonces nadie hablara de fake news.

Aunque con un respaldo algo menos entusiasta de la variopinta coalición que secundó la guerra de 1991, Estados Unidos y su fiel escudero en suelo europeo, Gran Bretaña, fueron los principales patrocinadores de una nueva intervención militar que, sin el aval expreso de las Naciones Unidas, causó una oleada de muerte y destrucción en el país del Golfo.

Si el general Curtis LeMay hizo célebre en la década de los 60 la amenaza de «devolver a la Edad de Piedra a los comunistas vietnamitas», al secretario de Estado James Baker se le atribuye otra propuesta de similar calado, la de «devolver a la Edad Media» a un país, Irak, creado con la horma del colonizador sobre una tierra fértil en civilización.

Pillaje de obras de arte

La destrucción y hurto de bienes de un valor cultural inimaginable, no ya para Irak sino para la humanidad, fue uno de los sellos de identidad de esa oleada de destrucción en dos tiempos, por más que la barbarie tomara otras muchas formas.

Ello no ha llevado, sin embargo, a que en las crónicas se atribuya a las tropas internacionales comandadas por George W. Bush comportarse como «auténticos talibanes».

La guerra de 2003 buscó su aval en la afirmación de que Irak había desarrollado un plan de construcción secreto que le permitió dotarse de un arsenal de armas de destrucción masiva, ello pese al draconiano embargo impuesto en 1991 al país petrolero.

El gobierno de un país dolorido por los atentados del 11 de Setiembre de 2001 no encontró mejor excusa que desempolvar a un viejo enemigo exterior para sacarse la espina de un ataque que, más allá del daño causado, sacó a relucir su propia vulnerabilidad.

Las agencias estadounidense y otros muchos medios internacionales se explayaron sobre el alto poder militar de Irak, país al que llegaron a presentar como el quinto ejército del planeta, lo que, más que dar brillo, restó a la postre relevancia al hecho de que Washington y sus aliados obtuvieran una victoria relámpago frente al ejército de Sadam Hussein.

Capturado el 13 de diciembre de 2003 por las tropas estadounidenses en su refugio próximo a Tikrit, el líder iraquí fue ahorcado en una prisión de la capital iraquí en 2006.

La ignominia de Abbu Ghraib

Bautizado por el invasor como Camp Cropper, el campo de prisioneros sito al oeste de Bagdad, cerca del aeropuerto, fue construido para albergar a miembros del régimen iraquí.

Fue el último penal en ser entregado a las nuevas autoridades de Bagdad antes de la retirada de las tropas de EEUU decidida por el presidente estadounidense Barack Obama en 2011.

En el momento de cambiar de manos esa penitenciaría contaba con 1.700 prisioneros, y ese traspaso se vendió como un signo de normalidad.

Fue, sin embargo, la difusión de imágenes de otra cárcel, la de Abbu Ghraib, la que sacaba a la luz el trato cruel e inhumano dispensado por los guardianes estadounidenses a los presos iraquíes.

El reconocido artista colombiano, ya fallecido, Fernando Botero, impactado por esas imágenes, llevó las torturas en la cárcel iraquí a una serie de obras que mostró en Washington.

Ante el público estadounidense se mostró así esa prueba de vulneración masiva de las convenciones de derechos humanos que fue solo el anticipo de otros graves episodios vividos al calor de la «guerra global contra el terrorismo» declarada por EEUU tras el 11-S.

En esa larga campaña se incluyeron desde secuestros e interrogatorios en cárceles secretas de la CIA –algunas sitas en estados europeos– al encierro sine die y sin garantía legal alguna de prisioneros en la base que EEUU ocupa en el territorio cubano de Guantánamo.

La salida de las últimas tropas extranjeras de Irak dejó casi como exclusivo balance la eliminación de Sadam Hussein, ya que no acabó, sin ir más lejos, con la persecución al pueblo kurdo, a cuyas combatientes los llamados países occidentales convirtieron en iconos de manera transitoria durante la lucha contra el terrorismo islamista para relegar después sus demandas nacionales.

Sometido a interminables querellas internas y sacudido por periódicos atentados, Irak sigue pagando las deudas de una guerra que le ha dejado inmensas secuelas.

Las consecuencias de la agresión militar

La revista 'Lancet' calculaba, en un artículo publicado con motivo del vigésimo aniversario de la guerra de 2003, que no menos de 600.000 civiles murieron a consecuencia de dicho conflicto.

El artículo que, bajo el título «Veinte años de guerra y destrucción», publicó el analista Txente Rekondo en GARA, arrojó toda una serie de claves sobre ese escenario post-bélico en Irak.

Organismos internacionales estiman que un tercio de los 40 millones de habitantes con los que cuenta Irak viven hoy bajo la pobreza.

Muchas familias no disponen de agua potable y tienen un acceso limitado a la electricidad.

Todo ello en un país que ocupa el cuarto puesto mundial en cuanto a reservas de petróleo.

Ni libertad para Irak ni seguridad para el mundo

Por lo demás, y lejos de cumplir su falsa promesa de «llevar la libertad a Irak y hacer, de paso, el mundo más seguro», el trío de mandatarios que se reunió en las islas Azores para sellar su apuesta de atacar al país árabe –George W. Bush (EEUU), Tonny Blair (Gran Bretaña) y José María Aznar (Estado español)– abrió, en realidad, la caja de los truenos.

Así lo demuestra el hecho de que el escenario de devastación iraquí sirviera a partir de entonces de terreno de operaciones para diferentes grupos y fuera tierra de origen de renombrados líderes de un islamismo radical que se prestó en los años posteriores a numerosos atentados, cobrándose miles de vidas en Irak, al igual que en otros países de la región o en estados africanos.

Europa se vio golpeada, a su vez, por un particular «ojo por ojo» islamista que le abocó a sufrir, en París, Bruselas o Madrid, los ataques más mortíferos vividos desde la II Guerra Mundial.