«Ni siquiera somos grandes músicos»
«Nos planteamos unas cotas de honestidad altas. Es un problema de conciencia. Lo que antes nos servía ahora ya no nos vale, y eso genera unos gastos enormes. No es que no necesitemos ni queramos ser ricos. ¡Que conste que todavía no hemos ganado un duro con esto!, pero hay cosas que conllevan la necesidad de tener pelas para poderlas hacer bien. Nosotros necesitamos contarle un espectáculo guapo a la gente que nos sigue en los conciertos, algo con lo que puedan alucinar y pasárselo de puta madre, porque eso es lo que crea el ambiente».
Los tres son conscientes de que ocupan un lugar de cierta importancia dentro del mundillo musical del Estado, pero, a la vez, no tienen ninguna conciencia de ser ni mejores ni peores que los demás: «Antes el mundo musical era de élite y hoy vive mucha gente de este rollo. Hoy hay muchos grupos de rock y que además hacen buen rock, que se ganan la vida tocando, como nosotros. Algunos se quedan en la cuneta y otros seguimos adelante, pero para eso hay que trabajar, pelear, darle duro...».
Ese trabajo constante es el que les ha ayudado a superar aquellos tiempos terribles en los que, casi imberbes, tenían que compaginar el trabajo de pintar, empapelar o arreglar chapuzas, con los ensayos en una ratonera alquilada que apenas podían pagar, como las letras de esa primera guitarra y batería. «Un mundo del que es difícil salir sin padrinos, en el que te metes simplemente por satisfacer tu historia de que te gusta tocar y que supone un sacrificio que te cagas», dice Rosendo.
Él hizo sus primeros pinos en Ñu y Toni en Coz, mientras Ramiro purgaba la mili. En 1978 se formó Leño, «un nombre que nos gustaba a todos, en el que teníamos confianza».
El mismo año grababan su primer disco, compartido con otros cinco grupos, en el que dedicaban un pequeño homenaje a ese Madrid que «es una mierda que ni las ratas quieren vivir», un tema que fue claramente boicoteado por la SER. «Para nosotros, igual que para otra mucha gente, Madrid en el 78 era una mierda, un agobio. Una ciudad muy grande en la que no había más que palos. Aparte que en nuestras canciones nos quejamos de las cosas que vemos y no nos gustan, y Madrid en aquella época estaba mal... Sigue estando mal, porque es tan enorme que no gusta, no apetece, vamos... Además: ¡qué! lo hicimos para llevarle la contra a más de uno que cantaba a favor de las nucleares».
«No queremos decir estupideces en las canciones», podría ser un lema de Leño. Las letras las compone Rosendo, «porque tiene coco y un rollazo que... ¡bueno!», afirma Ramiro. Unas letras que son algo más que soporte de la música: poesías corrosivas e ingenuas a la vez, auténticas crónicas de la calle. «Mira, el tío que elige hacer una pintada en cualquier pared para denunciar algo tiene un mérito y un arte indiscutibles, pero nosotros hemos elegido otro tipo de arte y de lucha: la de hablar directamente con el personal con la voz y los instrumentos. Somos el grupo más sencillo, un bajo, una guitarra y una batería, y ni siquiera somos grandes músicos, pero estamos contando lo que nos pasa, lo que vemos cuando andamos por la calle, no subidos en la columna de Peridis, sino como unos más. Eso es lo que llega y se entiende, creando la comunicación». «Yo –apuntilla Rosendo– no sé cantar y sin embargo soy el cantante de Leño, pero sencillamente eso es porque lo que hago es decir algo y la gente escuchar».
«Nuestras letras son así. Si te metes en el metro, el metro huele, ves al currante y lo vivimos. Si hiciéramos una canción de amor podríamos decir algo así como que 'Maripili tiene unas tetas azules que al amanecer me vuelven loco', pero ni siquiera eso. Desde luego, lo que no podríamos hacer es ponernos a largar historias de esas de que el corazón se me parte porque estas lejos de mí», explica Ramiro, a la vez que cuenta que Rosendo tiene un hijo y está casado, y que Toni es como si lo estuviera, lo mismo que él: «Todo va tranquilón, a ver si me explico... Por instinto no nos salen temas sexuales, porque nuestro sexo es normal, y no nos come el coco. Nos come el coco lo que pasa en la calle, por eso esta es nuestra fuente de inspiración».
La conversación avanza al mismo ritmo con el que se amontonan los cascos de cerveza. Ha llegado el momento de hincarle el diente al tema del mundillo discográfico, esa trastienda de la música en la que no todo funciona como debiera.
Se despacha Rosendo: «A nosotros nos fichó una compañía que iba a grabar un disco con seis grupos, cuando empezaba toda la movida del rock en Madrid. A los quince días de estar el disco en la calle, la compañía ve que incluso se vende, coge onda y calcula que fulanito, fulanito y fulanito pueden vender. Rápidamente nos hicieron un contrato diciéndonos que teníamos que grabar un elepé. Casi no teníamos temas para hacer un largo; pero contestamos ¡perfecto!, lo que yo quiero es tocar, hacer rock y por supuesto grabar discos, así que firmamos para cinco años. El nombre que es tuyo, porque te lo has inventado tú y no te has preocupado de registrarlo, pasa a ser de la compañía, y cuando empiezas a vender discos, dices, ¡pero, bueno!, si a mí me han asegurado que hemos vendido 25.000, 30.000 copias, y yo solo he cobrado royalti por 10.000, ¡qué raro!. A todo esto, te vas a tocar a Alicante y te preguntan que si tienes un disco: '¿Vosotros tenéis un disco?'. 'Sí, desde hace seis meses'. Y el disco no lo conocen allí; lo conocen, eso sí, en Madrid, porque hay cinco tíos en la FM que se enrollan y punto. Eso es un gran perjuicio para nosotros. Hacemos material, lo grabamos y la gente lo conoce dos años después, ¡aguanta! Y tú sin comerte el coco, porque lo que quieres es tocar y estás ahí, deseando que llegue el año próximo para grabar otro disco y cuando llevas cuatro años en la misma compañía, como nosotros, te das cuenta de que estás pringao, que te lo han quitado todo y que te lo tienes que plantear».
«Los discos de Leño se han vendido gracias a nosotros –asegura Ramiro–, actuando en directo. Es al contrario que en el resto del mundo, donde primero se promociona un disco y luego se hacen las galas. Mira, si de 'En directo' se han vendido 30.000 copias y no se ha promocionado absolutamente la cosa, quiere decir que hay un mercado impresionante. Lo que no sabemos es si esto lo hacen las compañías por fastidiar, por ineptitud o por interés. Además, la historia de las compañías es siempre la misma. Te sacan un artista, lo estrujan, pasan, trincan otro, lo estrujan, trincan otra vez y así siguen viviendo. Si el que estrujan y trincan eres tú, ¡mala suerte!, porque puedes ser el mejor elemento del mundo, que te puede pasar».
Se refieren con ironía y cierto asqueo a esos padrinazgos descarados que se dan en el mundillo discográfico, «como ese grupo que salió lanzadísimo en Madrid hace dos años y del que preferimos no decir el nombre. Eran gente que estaban estudiando, papá les pagaba la carrera y a ellos pues les gustaba la música, y todo fueron facilidades. Todo eso, cuando tú llevas seis años chupando carretera, currando con Lola la de los peines y siete horas de repertorio, para ganarte la vida. Porque nos gustaba tocar y para un tío que le guste tocar es fundamental salir y descargar».
Rosendo hace una pausa para reflexionar: «Oue no se piense nadie que queremos dar una imagen de que estamos hechos polvo y que las compañías son unos chungos. Porque todo el mundo está chungo con todo el mundo, y yo soy el hombre más feliz de la tierra tocando la guitarra». Ramiro, que está de acuerdo, se complace en contar cómo es su vida entre semana: «Quedamos a las 11 de la mañana y nos vamos al local a ensayar. Igual no hacemos nada, sólo emborracharnos de cerveza y canutitos. A las ocho y media nos despedimos y a papear, oír música... muy bien. Cuando llega el trajín de las actuaciones, pues... todo se compensa si salen bien, además conoces gente y conoces todo».
La pregunta al final surge casi sola, cuando todas las provisiones de cerveza acumuladas para la entrevista son ya cadáveres: ¿qué piensa Leño de la droga? Responde sin pelos en la lengua Ramiro: «Normalmente somos muy marchositos. En cuanto empiezas por aquí (se señala el antebrazo), empiezas de pico de caballo, te aplomas. Yo conozco a mucha gente que va de droga dura y se han aplomao, por eso no nos llama la atención. Nos gustaría probar de todo. Pero hay cosas que no puedes cogerlas. Sexo a tope, alcohol a tope, drogas a tope: ¡no! la vida hay que llevarla suelta, con medida».
«A mí no me apetece picarme –asegura Rosendo– porque la gente que conozco que se pica acaba histérica, y además no lo necesito. Me fumo un porro y me pongo como una cabra. Sé que me puede perjudicar, que me puedo salir de la historia, porque le ha pasado lo mismo a cantidad de músicos y yo estoy bien enrollado».
Lo dicen claramente en su canción titulada 'El tren': «Un día yo quise viajar en él (tren) / subí despacio y me acomodé / vi rostros deshechos de satisfacción / Si controlas tu viaje serás feliz...».