1977/2024 , 28 mai

Artefaktua

La película que se montó 'Bartolín'

De la rocambolesca historia de «secuestro» que se montó el concejal jienense del PP Bartolomé Rubia Muñoz, 'Bartolín', bien podría haber salido una novela. El 28 de mayo de 1998 saltaba la noticia de su supuesto secuestro. Al día siguiente no había duda de que el concejal se había montado su propia película.

Referencia de portada en 'Egin' el 29 de mayo de 1998.
Referencia de portada en 'Egin' el 29 de mayo de 1998. (EGIN)

«Extraño secuestro de un concejal del PP», titulaba 'Egin' una breve noticia en su portada del día 29 de mayo, en la que se informaba de que la víspera un concejal del PP de la localidad de La Carolina (Jaén) apareció en Irun después de que se hubiera difundido que había sido secuestrado en el garaje de su casa. La misma versión apuntaba que medios andaluces habrían recibido una llamada en nombre de ETA reivindicando el secuestro. Bartolomé Rubia, 'Bartolín', que así se llamaba el edil, contó que pudo escapar de sus captores, aun bajo los efectos de alguna droga, aprovechando una discusión entre ellos.  

La historia se desinfló al día siguiente, a medida que se conocían los primeros detalles del relato, plagado de lagunas e interrogantes, que 'Bartolín' hizo a la Policía Local de Irun sobre su rocambolesco «secuestro».

La sentencia dictada por la Audiencia de Gipuzkoa en febrero de 2001 consideró «probado» que 'Bartolín' «fue protagonista por sí solo de su propio secuestro con el afán de conseguir protagonismo a nivel nacional».

Al día siguiente, 30 de mayo, Martin Anso escribió en 'Egin' una información en la que narraba lo sucedido con Bartolín y que reproducimos a continuación:

Crónica de 'Egin' del 30 de mayo de 1998.

Se pinchó el globo de Bartolín

Martin Anso

La desaparición de Barto­lomé Rubia, concejal del PP en la localidad jienense de La Carolina, terminó siendo un globo informativo que adquirió su máximo volumen cuando el edil apareció el jueves en Irun y afirmó haber logrado escapar del comando de ETA que lo había secuestrado, pero que, tan pronto como transcendió su versión de los hechos, fue perdiendo irremediablemente gas. Ya a media mañana de ayer el globo podía considerarse defi­nitivamente pinchado.

Tras el calentón inicial de al­gunos políticos del PP y la ale­gría de la familia ante la noticia de la reaparición de 'Bartolín' –que es así como llaman en casa a este joven de 26 años–, todos, incluso los tertulianos más ague­rridos, hicieron gala de una pru­dencia inhabitual, motivada por la extraña y rocambolesca ver­sión del secuestro que ofreció Rubia.

La versión

Bartolomé Rubia declaró que, sobre las 9,15 de la mañana del jueves, fue secuestrado en el ga­raje de su chalet de La Carolina por dos personas que lo trasla­daron en un taxi a la estación de la cercana localidad de Linares. Allí lo metieron en un tren y lo sedaron. Se despertó en la madri­leña estación de Chamartín, donde lo subieron en el último vagón de un Talgo, en el que viajó vigilado en todo momento. Del tren fue trasladado a una fur­goneta, de la que, aprovechando una discusión entre sus captores, logró fugarse y llegar, alrededor de las once de la noche, al bar Torino de Irun, donde pidió ayuda.

Mientras el edil permanecía en paradero desconocido, diversos medios de difusión andaluces ha­bían recibido llamadas que daban pie a pensar que Rubia había sido secuestrado. La Guardia Civil había localizado su coche en Li­nares y, en previsión de que pu­diera contener una trampa­-bomba, lo habían explosionado. No había trampa.

El calentón

Poco después de que Rubia diese señales de vida en Irun, el presidente del PP de Gipuzkoa, Ricardo Hueso, y otros cargos públicos del partido acudieron a la comisaría de la Ertzaintza para interesarse por su estado. Mien­tras, Carlos Iturgaiz hacía unas declaraciones en las que decía tener aún la piel de gallina al constatar que acababa de evitarse un nuevo caso como el de Mi­guel Ángel Blanco. Y se ex­playaba contra «el entorno».

Pero la Ertzaintza se mostraba más cauta y desde el primer mo­mento destacaba en sus comuni­cados que los hechos denun­ciados no coincidían para nada con la forma de actuar de ETA. Empezaba la fase de las llamadas a la prudencia. Daba la impre­sión, incluso, de que, como que­riendo subrayar «lo extraño» de la situación, se daba relevancia intencionadamente a hechos en principio poco importantes, como que los cargos públicos que acudieron a la comisaría de la Ertzaintza no se desplazaran al Hospital del Bidasoa, a donde fue conducido Rubia para un re­conocimiento, o que las autori­dades de este informaran de que el concejal se encontraba perfec­tamente, pero se negasen a faci­litar parte médico por expreso deseo del afectado.

Rubia pasó la noche en un hotel y, a las 9,15 de la mañana, fue conducido por la Ertzaintza al Juzgado de Irun para que de­clarara. Lo hizo durante más de tres horas y luego fue reconocido por el forense, quien manifestó que «físicamente se encuentra muy bien y psíquicamente está tranquilo». «Tampoco se le aprecia ninguna psicosis o enfer­medad mental», añadió.

Cuchillada de Atutxa

Mientras, a la puerta del Juzgado aguardaban numerosos perio­distas, que, a falta de noticias, tuvieron que contentarse con re­coger las declaraciones de cir­cunstancias de María Corcuera, concejala del PP de Irun, comi­sionada por su partido «para atender a Bartolomé en lo que pudiese necesitar». El rango de la representación del PP a pie de obra era más que significativo.

La noticia no saltó en Irun –ni siquiera cuando Rubia quedó libre de las diligencias, pues salió zumbando sin hacer decla­ración alguna–, sino en Gasteiz, donde el consejero de Interior, Juan María Atutxa, asestaba al globo informativo del secuestro una cuchillada contundente... «No hay el más mínimo indicio de que se trate de un secuestro de ETA... existen numerosos datos que no encajan», dijo. Añadió que existían indicios de que Rubia se había autoamenazado anteriormente. «Esto no tiene buena pinta», concluyó la valora­ción «policial».

La valoración «política», no sin cierto regodeo, la hizo a con­tinuación, considerando «arries­gadillo» que «algunos cayeran en la exteriorización de una angustia incontenible y que intentaran ca­pitalizar unas circunstancias dra­máticas, que podían tener visos de realidad para algunos, pero que para los que estamos metidos un poco en estas labores no te­nían ni el más mínimo viso de verosimilitud».

Cuesta abajo

A partir de ahí todo fue cuesta abajo. Las llamadas iniciales a la prudencia se convirtieron en escepticismo, cuando no en abierta chirigota. Todo eran menciones a «lo rocambolesco» de la versión de Rubia. Si fue trasladado en un taxi a Linares, ¿qué hacía allí su coche? ¿El tren llegó a Atocha o a Chamartín? Si llegó a Atocha, ¿cómo lo trasladaron a Cha­martín? Y, si llegó a Chamartín, ¿dónde lo tuvieron durante las aproximadamente dos horas que, cotejando los horarios de trenes, debieron esperar antes de embar­carse? Y luego está lo de la fuga aprovechando la discusión entre los captores. «¡Qué rocambo­lesco! ¿no?», era el comentario más socorrido.

En fin, el propio portavoz del Gobierno de Aznar, Miguel Ángel Rodríguez, declaró que «todo apunta a que no ha sido se­cuestrado por ninguna banda te­rrorista». Mayor Oreja corrobo­raría esta afirmación por la tarde, añadiendo que, «si se con­firma que ha habido engaño, habrá castigo», al tiempo que dis­culpaba a Iturgaiz, «que no tenía por qué saber de qué se trataba», y afirmaba que «todos hemos de sacar conclusiones de situaciones como ésta».

Pero, antes de las declara­ciones de Mayor, tampoco podía ya nada insuflar el menor hálito al globo, ni siquiera una infor­mación señalando que el nombre del edil fue hallado en poder del comando Andalucía de ETA junto al de otros mil cargos de este partido; mucho menos unas declaraciones del padre de Rubia afirmando que desde que su hijo fue amenazado estaba nervioso, había cambiado de matrícula y llevaba escolta, aunque por lo visto la escolta consistía en una visita matutina de la Guardia Civil.

Y, mientras Rubia viajaba ca­mino de su pueblo escoltado por este cuerpo, trascendía que un taxista de Linares había decla­rado ante la Policía que creía haber trasladado a la estación al concejal, solo a él, desde un lugar situado aproximadamente a cincuenta metros de donde se halló su coche. El taxista no es­taba seguro del todo, pero eso era ya lo de menos. Era la cuchi­llada definitiva al globo.

Ante las cada vez mayores muestras de escepticismo y ca­chondeo, «hasta que no matan a una persona no se creen que es un secuestro», lamentó el padre de Bartolín, cuyo globo aparecía absolutamente pinchado.

Continúa la investigación de esta triste historia.