Las vísperas de las elecciones municipales y forales de 1991 mostraron las vísceras de lo que acontecería: PNV lo quería todo y EA le estorbaba, por lo que debajo de la mesa tendía la mano al PSOE; el partido de Carlos Garaikoetxea ya lo veía venir cuando, deprisa y corriendo, eliminó la cláusula que obligaba a celebrar todas sus reuniones a puerta abierta para que la tensión que vivieron sus militantes en el Biltzar Ttipia del día 7 de mayo no escapara de sus filas. Pero pensar que los jeltzales, quinta fuerza en Donostia, alzarían al partido que resultó la tercera fuerza en las municipales, un partido ‘españolista’, a la alcaldía de la capital guipuzcoana, una ciudad en la que el voto era mayoritariamente nacionalista… parecía descabellado.
Pero, en realidad, el «plato de lentejas» por el que vendió el PNV la capital guipuzcoana, como dijo Xabier Albistur (EA), ganador de los comicios donostiarras, llevaba tiempo cocinándose. Jesús Eguiguren (PSE) vaticinó que el PNV no podría lograr su ansiada hegemonía en solitario y debería entenderse «forzosamente» con el Partido Socialista. Lo que no sabía entonces EE, que abogaba por extender el pacto a tres vigente desde febrero de ese año en el Gobierno autonómico (EA-EE-PNV) a todas las instituciones de los tres territorios de la CAV, era que el pacto PNV y PSE, que no era nuevo (gobernaron en coalición en 1986-1990), resultaría un binomio natural décadas después, este sí, extendido a todas las instituciones.
Y tras las elecciones y tan solo dos días antes de que su partido arrebatara la alcaldía de la capital guipuzcoana a Albistur, el entonces lehendakari José Antonio Ardanza delegaba toda responsabilidad de la ruptura del tripartito que inevitablemente llegaría ese otoño a EA y EE.
Finalmente, el 13 de junio de 1991, tras una reunión de cuatro horas en el Parador de Argomaniz entre altos cargos del PNV y del Partido Socialista, con Joseba Egibar y Ramón Jáuregui como jefes de cocina, ambas formaciones presentaron oficialmente la nueva fusión política con la que formaron una mayoría global para repartir diputaciones y capitales. El PNV decidió regalar la alcaldía donostiarra al PSOE –más que un regalo, Albistur lo vio como un «robo»– y se apropió de la Diputación de Gipuzkoa, instituciones que corresponderían a EA si se cumpliera el acuerdo adoptado en enero por los integrantes del Pacto de Ajuria Enea de votar a la segunda lista más votada en aquellas instituciones donde HB obtuviera la mayoría.
El plato fuerte era la alcaldía de Donostia, que probaría Odón Elorza (PSOE) en una mesa de gobierno que compartiría con comensales del PNV y PP. Con ello lograron una mayoría que volvería inservibles los votos de HB, pero, además, dejaron fuera de juego a la opción más votada por los donostiarras, EA. Un gobierno municipal conformado a espaldas de la ciudadanía, que tendría que aguantar la oposición desde varios flancos… No parecía tener mucho futuro.
La fórmula PSE-PNV-PP no aguantó más de una legislatura, pero Odón Elorza sostuvo la makila durante veinte años mediante diversos pactos: con PNV y EA en 1995, con el PP en 1999, y con mayoría de votos y escaños hasta su última legislatura (2007-2011), cuando formó gobierno con Alternatiba y Aralar. Finalmente, en 2011 las donostiarras apostaron por el cambio e hicieron alcalde a Juan Karlos Izagirre (Bildu).
Triunfo de Euskal Herritarrok
La caída que sufrió Euskadiko Ezkerra en los comicios municipales y forales del 26 de mayo 1991 no fue menor, y las divisiones internas eran un coladero de militantes hacia otras fuerzas. El 15 de junio, el periodista Juan Manuel Idoiaga escribía en 'Egin' que algunos de los simpatizantes de EE ya admitían públicamente que Herri Batasuna era la única formación «con contenidos de izquierda» y, en efecto, en las elecciones de 1995 EE se adhirió al PSOE. Más tarde, en la cita del 13 de junio de 1999, marcada por el acuerdo Lizarra-Garazi para la resolución del conflicto, la izquierda abertzale consiguió resultados históricos.
Esta vez bajo las siglas de Euskal Herritarrok, la coalición liderada por Arnaldo Otegi fue la que más votos obtuvo entre las que se presentaron en solitario, y se convirtió en el partido con mayor representación municipal en Gipuzkoa e incluso logró un escaño en el Parlamento europeo. Así rezaba la cabecera del recién nacido GARA al día siguiente: «Triunfo rotundo de EH, que sube de forma espectacular en Nafarroa».
Su apuesta por llevar hasta el final el acuerdo Lizarra-Garazi, aunque finalmente no tuvo éxito, le permitió incluso negociar gobiernos con PNV y EA, que se presentaron aquella vez en coalición, recuperados al parecer de las traiciones jeltzales del 91, calificadas en su momento de «inaceptable maniobra» por Garaikoetxea. Finalmente cerraron las puertas a la formación de Otegi, aunque el tablero político cambió: en ocho años, PNV y EA pasaron de pactar el veto absoluto a la izquierda abertzale en todas las instituciones donde pudieran evitar que gobernara a (tener que) negociar el reparto de poderes con EH.