1977/2024 , 4 août

Mikel Zubimendi
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad

Canícula de 2003: Euskal Herria sofocada, hecatombe sanitaria en Europa

El 4 de agosto de 2003 Euskal Herria se asfixió de calor. Fue el día más crítico de una canícula que azotó el país, una ola de calor letal y desconocida hasta entonces que también golpeó el continente, convertida en pesadilla sanitaria, dejando 19.000 muertos en el Estado francés, 70.000 en todo el continente.

Los termómetros en Bilbo superaron los 44ºC, la ciudad se asó literalmente.
Los termómetros en Bilbo superaron los 44ºC, la ciudad se asó literalmente. (Imanol Otegi | FOKU)

En los primeros días de agosto de 2003, cuando el termómetro subió, las heladerías y los bañistas se frotaban las manos, los veraneantes se alegraban. Pocos imaginaban lo que estaba por llegar. Literalmente, el 4 de agosto de ese año Euskal Herria se asó de calor. Fue el día más crítico de la canícula que azotó el país, una ola de calor letal y desconocida hasta entonces que también golpeó el continente, convertida en pesadilla sanitaria.

Se batieron récords de temperatura. La gente buscaba frescura dondequiera que la encontrara. Luego, poco a poco, empezaron a llegar las noticias y se descubrió que las morgues en muchas ciudades francesas estaban llenas, que miles de personas mayores morían por golpe de calor, en sus casas o en las residencias, en toda Europa.

Se escribe fácil: 19.000 muertos en el Estado francés, 70.000 en todo el continente. Un drama que comenzó en un silencio ensordecedor y con los gobernantes de vacaciones mientras miles de personas morían.

Las temperaturas batieron récords históricos; desde que hay registros, Donostia nunca conoció una noche con temperatura mínima tan alta de 27ºC, Bilbo llegó a los 43ºC, Donibane Garazi a los 41ºC, Maule y Baiona a los 40ºC, y los expertos anunciaban que la ola de calor se alargaría hasta mediados de agosto.

Hacinados en piscinas y playas, los vascos buscaban la sombra como podían, pero no conseguían evitar estar empapados de sudor. Les dieron instrucciones para que bebieran agua una y otra vez, comieran fruta y verdura en abundancia, se vistieran adecuadamente y evitaran el ejercicio físico, pero, literalmente, el país estaba sofocándose.

Las incidencias se multiplicaron: un incendio cortó la  A-68 a la altura de Amurrio, un buey murió desplomado por el calor en Oiartzun en medio de una idi-proba, aquejados de hipertermia cientos de compatriotas acudían a los servicios de urgencias, en muchos lugares, generalmente muy verdes, el césped del jardín parecía estar quemado, completamente amarillo.

En los partes meteorológicos se hablaba de una situación «clásica» para un verano «con fuertes presiones», pero «su duración es inusual y trae aire muy caliente y muy seco procedente del sur del Mediterráneo. Las altas presiones constituyen un obstáculo para el paso de las tormentas».

Se informaba de un «episodio excepcional» en el clima, con temperaturas mínimas iguales o superiores a los 20ºC. Aprendimos conceptos como el del verano boreal, como el de ola de calor entendida como periodo de tiempo con temperaturas anormalmente elevadas que se mantiene durante varios días, aunque los grados y su duración varíe según la zona geográfica.

Pero las consecuencias en la población se sufrieron en más países de Europa, siendo el Estado francés el que, sin duda, vivió una mayor crisis sanitaria y política. Las señales eran inconfundibles. La afluencia en morgues y tanatorios se disparaba. La actividad de las funerarias se intensificó. El número de entierros aumentó drásticamente hasta que se produjo un auténtico pico. Las salas de urgencia de los hospitales, especialmente en Île-de-France, empezaron a estar saturadas. Recibían multitud de pacientes con hipertermia, con una temperatura corporal anormalmente alta, con deshidratación, en unas situaciones críticas por golpe de calor. Había muertes aquí y allí. Los médicos empezaron a comprender la magnitud del fenómeno e hicieron sonar la alarma.

En la región parisina, particularmente golpeada, se llegaron a instalar tiendas refrigeradas para acoger los cadáveres cerca de los tanatorios, que estaban saturados. Incluso una nave frigorífica del gigantesco mercado de Rungis llegó a utilizarse como cámara mortuoria. El director del crematorio de Le Mans declaraba que «actualmente realizamos siete cremaciones al día, es casi el doble de lo habitual y es lo máximo que podemos hacer.» Los tiempos de espera eran cada vez más largos.

Los efectos fueron asímismo devastadores en la economía. El calor diezmó las granjas, las aves de corral estaban muriendo por centenares de miles, también sucumbían conejos y cerdos. Los agricultores estaban muy preocupados, la temperatura solo bajaba a 25°C por la noche, lo que impedía que los naves se enfriaran.

En la agricultura, los daños se estimaron en miles millones de euros, sin mencionar los bosques devastados y los ríos secos. EDF se vio obligada a regar el reactor número uno de la central nuclear de Fessenheim (Alto Rin) para enfriarlo. El límite de temperatura interna alcanzó los 50°C, obviamente debían cerrar el reactor. Corsica se enfrentó a incendios mortales, la SNCF sufría retrasos en los trenes debido a fallos provocados por el calor en las instalaciones de catenaria, vías y desvíos.

La reacción del gobierno, finalmente, llegó diez días después. Pero era ya demasiado tarde, la escala de la tragedia empezaba a aflorar, junto con el enfado de la gente hacia una clase política que apenas se inmutó con el drama. Mientras algunos tomaban plácidamente el sol en sus vacaciones, otros morían por millares en sus camas de hospital.

La ira y la controversia iban en aumento contra el gobierno del primer ministro Jean-Pierre Raffarin, que estaba de vacaciones y restaba importancia a la situación. Jacques Chirac, presidente de la República, muy criticado por su silencio estival, tras expresar su compasión a las familias de las víctimas, también entonó el mea culpa.

Pero junto con el escándalo político se plantearon muchas otras cuestiones y debates sociales: la soledad de las personas mayores, el distanciamiento de los seres queridos durante el verano, la pérdida de los vínculos sociales en las ciudades... ¿Por qué no se tuvo en cuenta más rápidamente la información que llegaba desde morgues y hospitales? ¿Cómo no pudo el Estado francés proteger a sus mayores?