«Estamos en la estrategia de construir la paz en este país, con las fórmulas que hemos planteado. Por eso, a la hora de emitir nuestro voto, nosotros vamos a decir que sí a la autodeterminación, vamos a decir que sí a Euskal Herria, y vamos a decir que sí a la consulta popular, y vamos a decir que sí a un gran acuerdo, en definitiva, que cierre las puertas de los errores del pasado, que cierre las puertas a los proyectos partidistas, que cierre las puertas a nuevas imposiciones. Y vamos a decir que no, con claridad, a la reforma estatutaria. Por eso, lo que vamos a hacer es: tres votos que sí a Euskal Herria, que sí a la autodeterminación, y que sí a un gran acuerdo que permita abrir las puertas a un proceso de superación del conflicto, y vamos a decir que no, otra vez, a los errores de hace veinticinco años».
Eran las 17.03 del 30 de diciembre de 2004 y Arnaldo Otegi acababa de provocar todo un terremoto político. Con el anuncio de la división de los seis votos de su grupo se iba a aprobar el Nuevo Estatuto Político de la CAV (conocido como «Plan Ibarretxe»). Empezaron a sonar móviles, a improvisarse reuniones en los locales de los grupos parlamentarios, los periodistas de agencias y radios corrían para transmitir al instante su sorpresa, 39 votos a favor y 35 en contra. El presidente del EBB, Josu Jon Imaz, acogió el anuncio de la izquierda abertzale con una cara de preocupación que media hora después todavía no se le había pasado. El otro sector del PNV vivió el anuncio casi como una victoria propia en la lucha intestina. La presidenta de Eusko Alkartasuna, Begoña Errazti, tampoco ocultaba su satisfacción.
Casi todo el arco político y mediático había dado por hecho que Sozialista Abertzaleak iba a votar en contra del proyecto o abstenerse, lo que tampoco servía para su aprobación. La izquierda abertzale había dicho hasta la saciedad que estaba de acuerdo con el preámbulo del texto, pero que rechazaba el articulado, e incluso había solicitado en algún momento que se abordaran por separado. Con esta previsión, el plan del PNV era comenzar abiertamente la campaña preelectoral. Los carteles, con los lemas «Euskadik behar zaitu» y «Nik bai» estaban ya impresos. En su discurso matinal, el lehendakari, Juan José Ibarretxe, había dado por hecho que su proyecto no salía debido a la oposición de lo que llamó «bloque abertzale constitucionalista». Fue él quien habló de que del pleno saldría «una fotografía en blanco y negro» y de que «el debate ha dejado al desnudo a quienes apostamos por que la sociedad vasca pueda decidir su futuro y a quienes se oponen a ello».
La decisión se tomó mucho antes
En el libro-entrevista «Mañana, Euskal Herria» (GARA, 2005), Arnaldo Otegi responde que la decisión de la división del voto y permitir la aprobación del Nuevo Estatuto se tomó «bastantes meses antes de que se produjera esa votación. Sería por mayo o junio de 2004. Pero fue una decisión adoptada por muy pocas personas en un principio y la mantuvimos con un nivel extremo de discreción porque estábamos convencidos de que si algún sector del PNV se enteraba de cuál iba a ser nuestra orientación de voto final, probablemente la decisión hubiera sido adelantar las elecciones y no llegar a la votación».
Sobre cómo consiguieron guardar el secreto durante tantos meses, explica que «con absoluta discreción. Y haberlo logrado ha sido un motivo de confianza para la izquierda abertzale, porque eso significa que el nivel de penetración de los servicios de inteligencia en al izquierda abertzale es bastante escaso. Fue debido a la enorme responsabilidad que sentíamos sabiendo que, de haber habido una fuga de información, algunos hubieran preferido no votar el texto y hubieran optado por convocar elecciones, con lo que ello significaba para el proceso».
La decisión no se había consultado con las bases y, por eso, Batasuna convocó asambleas explicativas ese mismo día. Durante su discurso, Arnaldo Otegi había leído una carta de Josu Urrutikoetxea, parlamentario que había tenido que huir pero estaba comprometido con seguir trabajando políticamente para buscar una solución para este país, lo que venía a reafirmar la posición cohesionada de la izquierda abertzale con respecto a los votos que iban a dar.
El que la decisión estuviera tomada con tanta antelación dio lugar a detalles anecdóticos, como el malestar que suscitó entre los responsables de comunicación de Batasuna que una entrevista que publicó GARA en julio de 2004 con Pernando Barrena esbozara en una pregunta la posibilidad de una división de voto, porque la abstención en esta ocasión no valía, y que el portavoz respondiera que todas las posibilidades estaban abiertas. Yo desconocía todavía la decisión de la izquierda abertzale y no salía de mi asombro por el enojo que la pregunta y una respuesta tan abierta habían provocado. Después entendí el porqué. Pero nadie vio en aquella entrevista ninguna pista de lo que posteriormente iba a ocurrir.
Fue la víspera del pleno cuando en el despacho parlamentario de Sozialista Abertzaleak alguien respondió a mi insistencia periodística sobre qué votarían y sin decir una palabra escribió en un papel «3 Bai 3 Ez». Y con esa votación se aprobó la propuesta. El lehendakari tuvo que llamar a ETB para cambiar el discurso de fin de año, donde había pretendido aparecer como Cristo crucificado entre los dos ladrones (una expresión repetida mucho por Xabier Arzalluz).
Lo que ocurrió después es conocido. El Congreso de los Diputados ni siquiera admitió a trámite el Nuevo Estatus Político. El lehendakari había repetido hasta tres veces en el propio Parlamento que si eso ocurría convocaría una consulta entre la ciudadanía, pero lo que hizo fue convocar elecciones adelantándolas. Su esperanza era que la izquierda abertzale quedara fuera de juego en los comicios. Al igual que ni olió lo que iba a ocurrir en la votación y estuvo toda la mañana haciendo el ridículo dando por hecho lo que no pasó, Juan José Ibarretxe tampoco sabía que Batasuna tenía otro as muy bien guardado: El Partido Comunista de las Tierras Vascas-EHAK.