La DANA, también conocida como gota fría, es un episodio meteorológico que ocurre cuando una masa de aire frío queda aislada en niveles altos de la atmósfera, y que puede provocar lluvias torrenciales, vientos fuertes e inundaciones súbitas. En realidad, no es un fenómeno nuevo, pero está ampliamente demostrado que se intensifica y se hace más frecuente como consecuencia del cambio climático. Los sectores políticos más reaccionarios llevan demasiados años negando esta evidencia científica, abonando intereses partidistas de corte populista y sembrando entre la población el desconcierto, la desconfianza y, finalmente y como ha ocurrido en Valencia, estallidos sociales más o menos inducidos, pero que responden a un innegable y creciente distanciamiento de la ciudadanía con respecto a la política. Quienes, desde posiciones de responsabilidad ejecutiva, insisten en negar la gravedad del cambio climático, son responsables de las tragedias que provoca. Aún más, son directamente responsables de la propia extinción de nuestro planeta. Y aunque, en el fondo, esta estrategia cuadra a la perfección en el marco neoliberal que nos atenaza, el dinero hace de todo menos mentir. Sigamos su rastro. La Asociación de Ginebra, organismo internacional de compañías de seguros, manifiesta que «no podemos hablar de los efectos del cambio climático sin hacerlo sobre su mayor impacto sobre los seres humanos: la salud física y mental. Las catástrofes causan daños severos a los hogares y a los edificios, pero también heridos y muerte». Y, a renglón seguido, deja ver la patita por debajo de la puerta: «la población asegurada estará en mejor situación ante estos factores que la que no lo está». Claro que sí, pero a precio de oro. Las aseguradoras, en general, han dejado de cubrir los daños por fenómenos meteorológicos de forma ordinaria. No es rentable. Es necesario contratar pólizas específicas que, cómo no, tienen un precio acorde con la gravedad real del cambio climático. Como decía, el dinero subyuga y oprime, pero nunca miente.