Arturo Puente
Arturo Puente

El conflicto se ha subido a un árbol

Uno de mis chistes favoritos de Eugenio es aquell que diu que un hombre está cuidando a la madre y al gato de un amigo que está de viaje, cuando un día le envía un telegrama diciéndole que el animal ha muerto atropellado. Ante un anuncio tan repentino, el amigo le afea que esa no es forma de dar una mala noticia y que debería haber comenzado diciendo que el gato se subió a un árbol, para ir poniéndole en situación. A los pocos días el amigo demuestra haber entendido la técnica cuando, con mucho tacto, le notifica que su madre se ha subido a un árbol.

El pasado jueves se aprobó en el Congreso la Ley de Amnistía. Es una medida justa y una victoria ante el Estado. Por este lado ya está todo dicho. Pero resultaron llamativos los esfuerzos de los oradores independentistas por subrayar que el conflicto político sigue vivo. Incluso quisieron darle a la ley un carácter de reimpulso del proceso hacia un referéndum que hoy, aseguran, está más cerca que la semana pasada.

Aquellas proclamas ante el pleno sonaban a algo así como «el conflicto se ha subido a un árbol». Porque, por mucha caridad interpretativa que uno le ponga, es difícil considerar que eso que se llamó «procés» goce hoy de buena salud. Indudablemente, en Catalunya sigue vivo un amplio sentimiento independentista, muy amplio, aún con capacidad para muchas cosas. Pero un conflicto político es bastante más que la existencia de un proyecto socialmente arraigado. El conflicto catalán, la brecha que el independentismo abrió en el Estado, fue tres cosas a la vez: una mayoría electoral sólida y sostenida en el Parlament, una masa social amplia y muy movilizada en la calle, y una unidad de acción política traducida en capacidad de convertir la cuestión soberanista en la prioridad de buena parte de las instituciones catalanas. Ninguna de esas tres cosas existe hoy. Por eso, por mucho que el independentismo sueñe con convertir la amnistía en un reinicio, la sensación es que más bien ser el último clavo de un conflicto que ya se haya cerrado sin remedio.

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