Todos los acusados mantienen su presunción de inocencia hasta que se demuestre lo contrario ante un tribunal con garantías. Esa es la teoría. Pero todos sabemos que hay algunos presuntos más presuntos que otros. Hay casos que se abren con indicios sólidos, tras investigaciones serías y claras pruebas iniciales. Y otros que nada de eso. Esta ha sido probablemente una de las peores semanas judiciales para Pedro Sánchez. Tiene muchos frentes abiertos. Pero no todos son iguales.En la investigación en torno al exministro José Luís Ábalos hay un caso digno de tal nombre. Hay pruebas indiciarias y confesiones de delitos, parece haber reparto de dinero y bienes, hay un presunto núcleo corruptor, unos responsables políticos presuntamente corrompidos, negocios bajo la lupa, un testimonio demoledor. Y afecta, nada menos, que a quien fue el responsable de uno de los ministerios que decide más contrataciones de todo el Gobierno, a quien fuera número dos del PSOE y a una persona del más estrecho círculo de Sánchez.Con el caso Koldo, que ya es el caso Ábalos, había más que suficiente para apretar a Sánchez de aquí al final de la legislatura. Pero a la derecha, por lo visto, esto no le vale, y ha tenido que patrocinar causas tan endebles como la de la mujer de Sánchez, la de su hermano, imputado esta misma semana, o contra el Fiscal General por una supuesta filtración de correos en el caso del novio de Ayuso.O mucho cambia la instrucción, o nada de lo anterior va a ningún sitio. Y difícilmente se explicaría sin las ganas de hacer activismo de algunos togados. El PP y Vox lo aprovechan porque creen que ya les va bien crear una tormenta en torno a Sánchez. Lo que otros tememos es que tenga el efecto contrario. El caso Ábalos era más que suficiente para pedir responsabilidades al Gobierno y lo que puede hacer este fogueo a dispersión de la derecha es diluirlo todo y que la corrupción real acabe siendo indistinguible de la imaginada.