No hay análisis mínimamente rigusoso que sostenga la falacia de que se está discriminando al castellano en Nafarroa. Las hasta ahora 2 escuelas infantiles en euskara de un total de 17 o esa doble lista que penaliza el conocimiento de las dos lenguas oficiales del herrialde en lugar de favorecerlo son ejemplos de una marginación consciente que ha convertido a una parte de la población navarra en ciudadanos de segunda en su propio territorio. Si obviamos todo el arsenal ideológico que el nacionalismo español ha desplegado durante décadas, si nos limitamos únicamente a los datos, resulta evidente que los gobiernos de UPN, con el apoyo del PSN, han desarrolllado una estrategia que buscaba marginar el euskara y convertirlo en una extravagancia que, con suerte, uno podría escucharlo en alguna «reserva india» del norte de Nafarroa. Hasta ahí, todo correcto. Y, a pesar de esta certeza, resulta desolador comprobar cómo ante los más mínimos pasos para normalizar la situación del euskara en Nafarroa, en lugar de la empatía nos hemos encontrado con la rebelión de los privilegiados. Muchos de los que hasta ahora se han beneficiado de la discriminación positiva hacia el castellano (que es evidente que tampoco necesitaba empujoncitos por parte de la administración) se revuelven ahora para mantener su privilegio en lugar de comprender que se está intentando subsanar una anormalidad.
No voy a entrar a los datos. Son de sobra conocidos. Sí que voy a recordar una frase con la que Joseba Santamaria, director de «Diario de Noticias», explicaba la reacción de sindicatos como CCOO ante la OPE de Educación: «No he escuchado ningún argumento más allá que no se quiere que haya euskara». Quejarse de que se beneficia a quien habla dos idiomas en lugar de uno es hacer apología de la ignorancia. Al margen de que el conocimiento de una lengua no te garantiza tener mejor nota, sino ser apto en dos idiomas que, por cierto, son oficiales en Navarra. Quien se ha aprovechado de la exclusión de los euskaldunes en determinadas pruebas durante décadas es quien pretende aparecer ahora como ofendido. Da la sensación de que era aceptable ver a los euskaldunes reclamar tener los mismos derechos, formar detrás de sus pancartas, pero no lo es tanto que comiencen a hacerlos efectivos.
Lo mismo ocurre con las escuelas infantiles en Iruñea. El número de plazas sigue siendo escandalosamente favorable al castellano. Concretamente, acaparan un 76%, cuando la demanda en euskara se incrementa anualmente. Y, sin embargo, los privilegiados por décadas de políticas de exclusión lingüística pretenden manifestarse contra la «imposición». Es demencial. Entiendo que hay personas que, con buena fe, cuestionan las formas respetando el fondo de lo planteado por Joseba Asiron, alcalde de Iruñea. No obstante, a mi me da la sensación de que muchas veces se apela a la estética para no asumir que lo que se rechaza es la decisión en sí. El problema de la gestión es que uno cuenta con unos recursos limitados. No siempre hay solución que contente al 100% de los afectados. Pero cabría esperar un poco más de empatía por parte de quien se ha beneficiado de años de marginación y nunca ha levantado la voz para denunciarla.
Estudié en castellano, me euskadunicé gracias a AEK y la infinita paciencia de sus profesores y, si tengo hijos, me gustaría que tengan la oportunidad de eustudiar en euskara en la escuela pública. Imposición es tratar de impedirlo cuando, encima, tú tienes garantizado tu modelo.