Mohamed Rkaf trabaja con una furgoneta durante el día. Al terminar su jornada aparca en el garaje de su jefe y va a pescar algo. «Si cojo un pez lo cenamos. Si cojo más de dos trato de venderlo para guardar el dinero». Enseña una harina de pescado preparado por su mujer. «El mejor cebo posible para la Dorada. Aquí el mar se mueve mucho. No parece el mismo mar que en otras ciudades. Aquí siempre el mar se mueve mucho y los peces salen para poder comer. Con esto siempre pesco algo, y paso el tiempo sin gastar el dinero. Mi mujer espera en casa», me explica Mohamed mientras me enseña como prepara el cebo con pita «comprada donde un sastre porque es más barato».
La caña se mueve, Moha (le gusta que le llamen así) se pone de pie. «Algo hay» dice. Aprendió español de su padre que fue español y luchó en la guerra en el bando nacional. «Algo hay» repite y tira de la caña con fuerza. Saca una dorada del tamaño de un palmo. «Hoy solo peces. La semana pasada pensaba que tenía un pez muy gordo porque no podía levantarlo. Tiré pero nada. Baje a la orilla por el acantilado para ver si se había atascado en alguna roca. Pero se había enganchado en la camiseta del cadáver de un hombre negro. Seguro que era alguien que se ahogo cruzando el estrecho en patera. Ese día no quise pescar nada y me fui a casa. No cené».