Voy a continuar donde lo dejé hace dos semanas, rumiando sobre porno, menores y demás demonios. Todavía ninguna democracia ha logrado restringir con éxito el acceso de menores de edad a contenidos pornográficos en la red. Todos los intentos encallan entre la intromisión en la privacidad y enormes dificultades técnicas, y las barreras de verificación de edad son fácilmente saltables para estas criaturas nativas digitales. Hablo con mis amigas que ven porno, vamos, con casi todas mis amigas. Me cuentan que para cuando encuentran el vídeo que les motiva, se les van pasando las ganas, y entonces culminan con su propio porno fantasioso, el que producimos en nuestras maravillosas y pervertidas mentes. Pero en sus búsquedas lascivas, no se han topado con ese archifamoso y fantasmal «cinco tíos violando a una tía», que supuestamente asalta a nuestros menores en sus celulares, centrando y a la vez impidiendo toda conversación actual en torno al porno.Ellas, las feministas antipornografía gringas de los 80 dijeron: el porno es la teoría, la violación es la práctica. Así. Ni siquiera hablaban de «cinco tíos violando a una tía». Pero asociaron con gran éxito porno a violación. Nunca pudieron probar, ni les interesó hacerlo, lo de que ver porno animaba a los hombres a violar a mujeres. Claro que el cine y toda creación cultural refleja el mundo en que vivimos, todo es contextual, pero tampoco “Pretty Woman” creo que tenga la culpa entera de la programación romántica dirigida a las mujeres que nos lleva a perseverar en relaciones que nos dañan.A mí sí que me parece espantoso el daño emocional que están sufriendo quienes moderan contenidos para las redes, es decir, ocho horas al día revisando hasta el final vídeos de suicidios, asesinatos, torturas y violaciones para Meta. A mí sí que me cabrea el enorme y por ahora incontrolable poder que tienen las grandes tecnológicas. Y lo más feminista me parece seguir abogando por una educación sexual positiva, esa es nuestra eficiente barrera contra el embrutecimiento patriarcal.