Itziar Ziga
Itziar Ziga
Una exrubia muy ilegal

Un lesbiátrico en Barcelona

Este domingo, saliendo del metro en Roquetes, escuchamos el «solo se vive una vez» de Azúcar Moreno con atronadora nitidez: habíamos llegado a nuestra eterna verbena queer. Era la inauguración de La Morada, una cooperativa de viviendas transfeminista, es decir, de mujeres, lesbianas, trans y otras identidades disidentes, que por fin ya tenía cuerpo, edificio. Una belleza aguamarina de cinco plantas, con espacios comunes y azotea, pasarelas exteriores que comunican las viviendas, luz a chorros y eficiencia energética. Un lugar donde seguir tejiendo comunidad, más allá de la hecatombe inmobiliaria y heterofamiliar. Todas ellas se conocen por décadas de activismo feminista en Barcelona, y llevan seis años levantando juntas esta maravilla.

«Hay otras cooperativas de vivienda, pero la mayoría están pensadas para parejas y familias, así que La Morada es un proyecto pionero por su mirada feminista y LGTBI. Nosotras nos planteábamos cómo compartir la vida más allá de la pareja o la familia nuclear, porque los cuidados y los afectos no solo se organizan en torno a eso, y queríamos una vida más comunitaria para acompañarnos también en el envejecimiento», proclama Sara Barrientos, una de ellas.

Cuando explican que los pisos de La Morada no podrán ser heredados, la gente se cruje. La propiedad era un robo, como bramó el anarquismo, pero lo hemos olvidado: nos convirtieron en fanáticas de un sistema que nos explota y nos excluye. Me gusta ese crack contra el patrimonio que provoca La Morada.
Todo es fantasía, hasta han plantado en la entrada plataneras gigantes y paloborrachos guaraníes, en compañía de un tozudo eucalipto que ya estaba y complicó las obras, pero ahí sigue. Elena-Urko, mi amigue del alma y el posporno, con quien viví en un zulo insalubre en el Gòtic, un zulo que continuará insalubre pero hoy sería prohibitivo para nosotras, ve ahora el mar desde su cama, Barcelona entera. Y tiene a su comunidad elegida solo con salir al balcón.

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