La victoria de Alemania cerró un Mundial marcado por el histórico correctivo padecido por el equipo anfitrión. En un campeonato comenzado con dudas en torno a la capacidad organizativa de Brasil, finalmente las sombras se han cernido sobre el futuro futbolístico de uno de sus conjuntos más icónicos. Por contra, la campeona ha sabido cerrar de manera brillante el círculo del cambio de estilo que acometió hace cerca de 15 años al comprobar el agotamiento que padecían tanto de su campeonato como de su selección.
El torneo, emocionante y largo debido a la multitud de prórrogas, ha contado con un buen nivel general, superando holgadamente lo visto hace cuatro años en Sudáfrica. Pese a que parecía que las grandes sorpresas se habían producido en la primera fase con las eliminaciones de España e Italia y en menor medida las de Inglaterra y Portugal, el gran batacazo del Mundial se produjo con la histórica humillación que Alemania infringió a Brasil en semifinales. Un partido que perdurará eternamente en la memoria colectiva de los aficionados y que escenificó a la perfección la tendencia marcada por ambas selecciones en los últimos años: La reconversión germana ante la recesión brasileña, combinación de fuerza, disciplina, talento e innovación frente a la renuncia a la identidad en busca de resultados. Concluido el Mundial, Brasil sale tremendamente tocada, inmersa en un mar de dudas y con un panorama muy desalentador en lo que a la irrupción de nuevos talentos o goleadores se refiere.
Alemania se confirma como el principal referente. La mannschaft ha tenido que esperar 24 años para volver a proclamarse campeona del mundo. Por el camino han sucedido bastantes cosas, incluidos elementos demográficos o sociológicos que no son para nada menores. A las puertas de la reunificación, el entonces seleccionador Franz Beckenbauer aseguró que “Alemania sería imbatible”. Nada más lejos de la realidad, los jugadores del Este se incorporaron al equipo y ayudaron con Sammer como pieza clave a conquistar la Eurocopa de 1996. Sin embargo, los campeones de 1990 y los futbolistas procedentes de la antigua selección de la RDA se hicieron mayores y no se atisbaba un relevo de garantías.
La ausencia de jóvenes talentos en la Bundesliga, la masiva presencia de futbolistas extranjeros tras la implantación de la Ley Bosman y la difícil situación económica de clubes históricos como el Borussia Dortmund o el Colonia proyectaron un futuro incierto. Más aún con los desmanes internos que tuvo la propia federación alemana, incluido un motín de los futbolistas contra el cuerpo técnico durante la concentración previa a la Eurocopa de 2000 en Mallorca. Los problemas se acentuaron cuando Christophe Daum, técnico elegido para dirigir a la mannschaft a principios de siglo se vio envuelto en un escándalo de consumo de cocaína. Finalmente, el ex delantero internacional Rudi Voeller fue el encargado de comandar al equipo.
Pese a las bajas, no le fue mal en el Mundial de Japón y Corea, donde cayeron en la final ante a la primera Brasil de Scolari. Un error de Kahn fue aprovechado por Ronaldo para sentenciar, Alemania caminaba sin rumbo pero con resultados y Brasil reafirmaba entonces su apuesta por el cemento armado. Kleberson y Gilberto Silva sostenían a aquel equipo que se proclamaba pentacampeón del mundo, al igual que Dunga, Mazinho y Mauro Silva lo habían hecho ocho años antes. Un torneo en el que la selección alemana se congratuló de la irrupción de Miroslav Klose, delantero de origen polaco y que tres ediciones después se ha convertido en el máximo goleador de la historia de los Mundiales.
De cara a la Eurocopa de 2004, Völler introdujo en la lista a tres jóvenes futbolistas en el equipo. Se trataba de Lahm Schweinsteiger y Podolski, nombres que han pasado con letras de oro a la historia de la selección alemana, especialmente los dos primeros. Leyendas que culminan una espectacular carrera en el Bayern de Múnich, equipo con el que han ganado absolutamente y a la que ahora suman el cetro mundial. Junto al mencionado Klose, Podolski y Mertesacker forman el bloque histórico que ha vivido toda la mutación reciente del fútbol germano. No resultaba una tarea sencilla, ya que hay que recordar que Alemania ha ganado tres Mundiales y otras tantas Eurocopas con un estilo propio inspirado en fuerza, potencia y disciplina.
La dupla formada por Klinsmann y Löw, clave para el cambio
La llegada de Jurgen Klinsmann fue determinante para impulsar el viraje teutón. Con el Mundial de 2006 en el horizonte, donde los germanos serían el equipo anfitrión, el antiguo campeón del mundo se propuso implementar numerosos cambios. Residente en EEUU, le acompañaron diversos profesionales de aquel país en su nueva aventura. Siempre, bajo la supervisión de Matthias Sammer y Oliver Bierhoff en la dirección técnica de la federación. Joachim Löw iba a ser su ayudante, mientras que Andreas Kopke sería el entrenador de porteros.
Pronto llegarían las modificaciones, la eliminación completa del líbero, figura táctica de enorme importancia en Alemania y otrora puesto ocupado por Beckenbauer, la apuesta por Lehmann como portero titular en detrimento de Kahn, la utilización de recursos tecnológicos o la contratación de expertos en materia de recuperación, preparación física y mental. A ello, se le añadía la apuesta por un juego ofensivo y vertical. Importancia para los laterales de largo recorrido y potencia en el centro del campo con jugadores como Ballack, Frings, Borowski y Schweinsteiger. Sin embargo, los resultados se hicieron esperar y el tercer puesto en la Copa Confederaciones de 2005 o la derrota por cuatro a uno ante Italia cuando apenas restaban meses para el Mundial alimentaron la incertidumbre.
Con el Mundial todo cambió, la sonrisa y el optimismo volvió a la selección alemana. Tras solventar la primera fase y los octavos de final con holgura, los germanos superaron en los penaltis a Argentina en un tenso partido. En una tanda marcada por su reconciliación con Kahn, los dos lanzamientos detenidos por Lehmann fueron clave. Durante las celebraciones, futbolistas de ambos equipos y el mánager Olvier Bierhoff se vieron involucrados en una monumental pelea. Con motivo de ella, Frings fue sancionado y Alemania notó sobremanera su baja en las semifinales.
Un partido épico ante Italia, con ocasiones para ambos equipos, los tantos de Grosso y Del Piero cuando la prórroga agonizaba cerraron un choque memorable. Tras superar a Portugal en la cita por el tercer y cuarto puesto, Alemania celebró un gran resultado en un torneo al que acudió con dudas y salió altamente fortalecido. Al concluir el mismo, Klinsmann dejó la selección y dio las dotes de mando al principal arquitecto e ingeniero del cambio alemán: Joachim Löw.
Admirador de la selección brasileña de 1982 y del trabajo del Barcelona en La Masia, poco a poco fue dejando su impronta en el equipo. Primero, con el subcampeonato de Europa de 2008 ante España. Entonces, el combinado germano se vio impotente para contrarrestar el juego asociativo de La Roja hispana, en quizá su mejor versión de sus seis años de reinado.
La generación campeona de Europa sub 21 en 2009, tira la puerta de la absoluta
No obstante, la federación alemana ya trabajaba con un método, ese ideal futbolístico que debía alcanzar la selección. En 2009, se produce un elemento de importancia vital en toda la transformación, el equipo sub 21 gana el campeonato de Europa. Imponiéndose por cuatro tantos ante Inglaterra en la final, las entonces promesas Neuer, Howedes, Boateng, Khedira, Ozil, Hummels o Schmeltzer se asomaban a la absoluta. Junto a ellos, otro ramillete de buenos jugadores como Beck, Marko Marin, Dejagah, Castro, Boenisch, Aogo o Ebert completaban la formación.
Muchos de ellos debutaron con Löw, siendo en su mayoría convocados para el Mundial de Sudáfrica, cita a la que faltó Ballack, lesionado en la final de la FA Cup de ese año. La ausencia del capitán permitió una mayor participación de Ozil y Khedira, lo que otorgó una mayor rapidez, verticalidad y dinamismo a la mannschaft. Tras no completar una gran primera fase, arrolló a Inglaterra y Argentina, lo que les hacía tener esperanzas de tomarse la revancha ante España en semifinales. Nada más lejos de la realidad, los de Del Bosque disputaron su mejor partido en aquel Mundial y les bastó un solitario gol de Carles Puyol en un córner.
Pocos meses después del torneo, el seleccionador alemán dejaba muy clara su idea en una entrevista concedida a la revista Panenka: “Hay que jugar mejor que ellos, solo con fuerza y agresividad no les derrotaremos. Convencer a través del fútbol es la única manera de vencer. Desde hace ocho años tenemos una filosofía y estrategia clara, aspiramos a establecer un alto nivel técnico, a no entregarnos al azar y construir el juego desde atrás. Por eso me satisfizo tanto nuestro papel en el Mundial de Sudáfrica”.
Mientras tanto, Jupp Heynckes y Jurgen Klopp construían dos grandes en el Bayern y el Borussia de Dortmund, los nuevos talentos como Thomas Müller, Kroos, Reus, Gotze, Gundogan, Schurrle o Grosskreutz iban emergiendo. A la par, los estadios se llenaban y los clubes de la Bundesliga gozaban de una envidiable salud económica. El campeonato nacional y su crecimiento se situaban en paralelo al proyecto de base y élite que desarrollaba la federación.
Faltaban los grandes títulos, una gran noche de Mario Balotelli en la semifinal de la Euro de 2012 mandó a Alemania a casa, dejándola sin opción de medir su empuje ante la dominante España. Por su parte, el Chelsea derrotaba al Bayern en la final de la Champions disputada en Múnich, los penaltis ajusticiaron al equipo bávaro. Un año después, los de Heynckes se pudieron resarcir imponiéndose al Borussia de Dortmund. Fue la primera final alemana de la historia y supuso también el adiós del ex técnico del Athletic a los banquillos. El Bayern había decidido firmar a Pep Guardiola.
Los elementos en positivo se alineaban. La federación alemana había comenzado una década antes un nuevo sistema metodológico y técnico para renovar su fútbol, la Bundesliga se había convertido en uno de los torneos más atractivos del mundo, el entrenador más influyente de los últimos tiempos fichaba por el Bayern, futbolistas como Ozil, Khedira, Podolski, Mertesacker, Schurrle, Klose o Mario Gomez acumulaban experiencia en otras Ligas, la integración de los futbolistas de origen inmigrante en la selección era optima, la mannschaft contaba con una generación espléndida y los nuevos talentos no paraban de brotar.
Las variantes tácticas que ofrecen Lahm y Müller
Joachim Löw disponía de una serie de realidades que le invitaban a ser más que optimista de cara al Mundial de Brasil. Con un cuerpo técnico formado por 16 especialistas, a los que hay que sumar el personal de logística, seguridad y comunicación, la selección alemana es un engranaje formado por 53 personas.
La referencia son los 23 jugadores y al seleccionador no le faltó donde escoger. No obstante, las bajas de Schmelzer, Badstuber, Gundogan y, sobre todo, Reus, le obligaron a tirar de nuevas promesas como Kramer, Ginter, Draxker y Mustafi para completar la lista. Con el bloque marcado y con la salvedad de la variación táctica de la posición de Lahm, habitual lateral en la selección y reconvertido a pivote organizador por Guardiola, el resto se ajustaba a lo esperado. Los problemas de Khedira, muy justo tras su larga lesión en el Madrid, llevaron al entrenador a apostar por Lahm en la medular, pero los problemas físicos de Mustafi y Hummels obligaron a que volviera a su puesto natural. Müller y su movilidad han resultado devastadoras, en ocasiones jugando de falso nueve, mientras que cuando ha cohabitado con Klose se ha movido con mayor libertad aprovechándose de la referencia fija que suponía el delantero de origen polaco.
Exceptuando a la finalista Argentina, Ghana y especialmente Argelia han sido las selecciones que más problemas han generado a los alemanes. Capaces de golear a Portugal y aguantar a la pujante Francia tras el tempranero tanto de Hummels, los teutones evidenciaron una enorme solvencia. Sin embargo, más allá del encuentro decisivo ante la albiceleste, el partido más recordado será la goleada ante Brasil. El contexto, el rival y la trascendencia histórica, simbólica y psicológica de dicho triunfo lo elevan a una categoría muy especial. Los siete tantos, la sensación de superioridad y de haber entendido mejor la realidad futbolística del siglo XXI, dotan de una especial importancia a ese partido. Era un cruce de caminos, una bifurcación donde la transformación alemana sonrojaba aún más la renuncia ideológica de los brasileños.
En la final Alemania se vio bien maniatada por Argentina, un equipo que pese a contar con Messi, ha sido más representativo por la discreción de Sabella y el compromiso de jugadores como Mascherano, Zabaleta, Biglia, Garay o Lavezzi. Ellos han sido el alma de Argentina, los encargados de recuperar la identidad y el orgullo compitiendo al máximo ante un grandísimo equipo como los germanos. Un partido desequilibrado por detalles como los errores de Higuaín y Palacio en la definición o el acierto de Gotze en la prórroga tras una colosal jugada de Schurrle. Estaba siendo junto a Ozil uno de los futbolistas más cuestionados, pero apareció en el momento justo para anotar un gran gol que vale el cuarto cetro mundial para Alemania.
Un bloque colosal y un futuro más que esperanzador
La cita brasileña resalta la imponente figura de Neuer, mejor portero del mundo y quizá el jugador más influyente del Mundial desde su posición. Ha mostrado una seguridad pasmosa, dominando en todo momento el juego aéreo y lanzando los ataques de su equipo tanto con el pie como con las manos. Sus apariciones como líbero y capacidad de anticipación han sido espectaculares. Ha logrado consagrarse y lo que es más importante, ser una figura que impone miedo a los delanteros rivales. Y si no, que se lo pregunten a Higuaín.
Lahn y Schweinsteiger se han reafirmado como los futbolistas totales. Calidad, compromiso, polivalencia, capacidad de adaptación, liderazgo y versatilidad son algunas de las palabras que se pueden utilizar para definir a dos jugadores que acumulan ya una decena de años en la selección y que lo han ganado todo con el Bayern. Son el emblema, la correa de transmisión entre un estilo y otro, los que mejor han sabido adaptarse e interpretar lo que necesitaba su selección en cada momento. Con el título sumado anoche, se suman a los más grandes de la historia del fútbol alemán.
Un olimpo en el que les acompañará Klose, cazagoles instintivo y mucho mejor futbolista de lo que parecía hace unos años. Muy listo, con gran capacidad de anticipación, enorme cabeceador y un incordio para cualquier defensa. Parece difícil que nadie le supere en su cifra de 16 goles en cuatro Mundiales, el único que aspira a ello es Thomas Múller. Con las medias bajadas, de aspecto frágil, es un futbolista incansable. No es el más estético pero sí de los más efectivos, se mueve y asocia de forma genial entre líneas, llegador nato, tiene un gran olfato de gol. Jugador muy determinante, especialmente en la primera fase.
Del resto, señalar que Sami Khedira se ha vuelto a mostrar como un jugador más trascendente actuando por delante de donde lo hace habitualmente en el Madrid, que Schurrle es una solución ofensiva de primer orden, Toni Kroos –nuevo fichaje de los blancos- es un futbolista excelso que domina todas las facetas que tiene que controlar un gran centrocampista o que Boateng y Hummels han parecido (y también sido) más rápidos y fiables de lo que parecen en sus respectivos clubes.
El futuro parece halagüeño, más en caso de que la selección alemana siga decidida a sumergirse en esa constante evolución que tan buen resultado le ha dado. El bloque es joven, apenas tendrá que hacer ajustes como la retirada de Klose o la dosificación de Lahm y Schweinsteiger, pero Löw parece tenerlo claro. Además de los lesionados y los jóvenes que han incluido en la lista, entre los últimos descartes previos al Mundial también había varias promesas. Es el caso de Goretzka y Meyer, medios del Schalke y nacidos ambos en 1995, otros nombres de la sub 21 que podrían aparecer en la absoluta son Volland, Lassoga, Arnold, Gunter, Durm, Hoffmann, Bittencourt o Emre Can, nuevo fichaje del Liverpool.
Hace 24 años, Beckenbauer predijo un éxito constante a la mannschaft, sin embargo ha tenido que pasar casi un cuarto de siglo para volver a ver a su equipo dominando el planeta futbolístico. Por el camino, los cambios futbolísticos y sociológicos del combinado germano han sido notables. Una vez encontrada la formula, la maquinaria alemana está dispuesta a marcar distancia sobre el resto. De momento, lleva ventaja y sonríe, es justa campeona del mundo. Francia 2016 y Rusia 2018 ya están en el horizonte.