Con la magnífica victoria de esta noche en Cornellá, el Athletic ha alcanzado su quinta final en seis años, éxitos a los que hay que sumar la clasificación para la Champions League obtenida la pasada temporada con un estelar saldo de 70 puntos en su casillero. La victoria ante el Espanyol ha llegado cuando el equipo más lo necesitaba, recién eliminado en Europa, con la necesidad de superar la desventaja que suponía el empate a uno de la ida y con una plantilla en fase de transición.
La noche catalana ha servido para que una notable generación de futbolistas vuelva a reclamar su sitio en la historia de un club al que han contribuido a seguir engrandeciendo. Los resultados cosechados en todo este tiempo no son casualidad, ni fruto del trabajo de unos pocos futbolistas que ya no están, ni tampoco de un entrenador icónico que ocupa otro banquillo. Su aportación fue imperecedera en la memoria, ese lugar donde el recuerdo vive y se recrea. Lo que ocurre es que vivimos en el presente y nos ilusionamos con el futuro. Y es ahí donde el Athletic ha logrado el pase a la final del próximo 30 de mayo.
Cuenta Andoni Zubizarreta que tras la primera rueda de prensa de Javi Clemente al ser nombrado entrenador del equipo en 1981 y declarar que iba a convertir a los rojiblancos en campeones «la carcajada debió escucharse desde la punta del Gorbea». Por aquel entonces, el portero de Aretxabeleta era un joven que jamás se había puesto a defender la portería del Athletic y al que la afición iba a mirar como un sospechoso por enfundarse el «1» de Iribar. El 1 de mayo de 1983, habían pasado 27 años desde que el Athletic ganó la Liga por última vez y 10 desde el último título copero. Entre medias, la doble derrota de las finales de 1977. Los tiempos sociales tampoco invitaban precisamente al optimismo, pese al final del franquismo, la crisis y los conocidos Años del Plomo del conflicto vasco no dibujaban un panorama esperanzador, al que tampoco ayudaron las posteriores inundaciones que destrozaron la ciudad.
Con los triunfos de los ochenta, el Athletic pasó de las celebraciones reproducidas en blanco y negro a la victoria en color. Las noticias llegaban en transistores desde Las Palmas, las fotos corriendo hasta el aeropuerto para que volasen desde la isla a Bilbao y así abrir portadas. Inesperada catarsis colectiva que convirtió a una generación en campeona, la inenarrable sensación se sentirse los mejores. Cientos de jóvenes con camisetas, bufandas y balcones, en los tiempos anteriores al merchandising, la felicidad no tenía edad, procedencia ni carné de partido en una sociedad marcada por la división, el Athletic supuso un elemento de integración. Hecho que también se manifestaba en la propia composición sociológica de la plantilla.
Tras la amarga derrota en la final de Copa de 1985, un maleficio pareció atrapar al Athletic, incapaz de anticiparse al futuro inmediato del fútbol y con el botón de autodestrucción pulsado en ocasiones o peleado con la suerte en otras, tardó la friolera de 24 años en volver a una cita similar. La ilusión se desbordó contra el Sevilla, todos aquellos que habían nacido de 1980 en adelante, habían escuchado cientos de historias, veneraban a mitos a los que jamás habían visto jugar y de los que apenas hay imágenes en Youtube, y para los que las finales o la Gabarra eran proezas míticas que formaban parte de antiguos VHS, recortes o recuerdos familiares. Gloria pasada, sustento permanente y épica inalcanzada. El gol de Toquero entonces fue el anticipo de lo inimaginable que vendría después, supuso el inicio de nuevas experiencias colectivas vinculadas a la élite. El desplazamiento a Mestalla confirmó el ADN rojiblanco, los antiguos desplazamientos masivos a Madrid, incluido el baño de un antiguo director de Egin en la fuente de Glorieta de Bilbao, tuvieron su réplica en el nuevo siglo.
En la era global, donde las radios y carruseles han dejado su sitio al streaming o la posibilidad de seguir un partido desde cualquier rincón del planeta, sin un futbol proteccionista ni derecho de retención, con transnacionales deportivas más conocidas que cualquier pequeño Estado del mundo y cuyas camisetas se ven en cualquier lugar, calle, celebración o conflicto del mundo, el Athletic ha logrado poner el acento en su estilo. Es su marca, seña de identidad, política deportiva y estilo de vida en el mundo del fútbol.
Es lo diferente, la delicatesen de aroma vintage pero de un modernismo infinito, con el camino marcado por encima del resultado. Y así se contó la maravillosa historia de 2012, pese a su triste final. Un curso que confirmó una realidad, el Athletic contaba con una generación de futbolistas que había devuelto la autoestima al club, su lugar en el planeta futbolístico y además había convertido los recuerdos no vividos de un enorme grupo de aficionados en experiencias personales insustituibles. Por el camino, algunos han dejado el club, con formas más que discutibles en algunos casos, pero el club ha seguido. Porque en el Athletic los únicos imprescindibles son su política deportiva y los aficionados, todo lo demás pasa, deja su impronta, muta y evoluciona. Hasta San Mamés.
Andoni Iraola suma ya 501 partidos como león, el cuarto con más partidos de la historia. No es casualidad, quizá sea junto a Gurpegi el futbolista más emblemático de esta generación. Acompañados por los Iraizoz, Aduriz, De Marcos, Muniain, San José, Iturraspe o incluso Ibai. Es verdad que únicamente cuatro de ellos han completado todo el periplo desde 2009, pero su aportación o peso durante estos éxitos ha sido notable. Son la base de un equipo en transición, donde los cuatro capitanes superan holgadamente la treintena y su recorrido no será muy amplio. Pese a ello, ansían la guinda, un título con el Athletic. Al igual que lo hace Ernesto Valverde, que también merecía alcanzar la final tras el sinsabor de 2005 y la magnífica temporada pasada. Un entrenador de primerísimo nivel, inteligente y cuya visión de las cosas encaja a la perfección con el club.
El preparador rojiblanco llegó a Euskal Herria en los sesenta, procedente de Extremadura al barrio gasteiztarra de Adurtza, al igual que otras miles de familias de clase trabajadora que buscaban un futuro mejor en Euskal Herria. Valverde acabó siendo delantero del Athletic, su hermano Mikel es uno de los ilustradores más prestigiosos de nuestra geografía. Hoy, más de cuarenta años después, el equipo rojiblanco cuenta con otro atacante cuyas raíces provienen de otro lugar. Es Iñaki Williams, cuya familia escapó de la guerra en Liberia y los campos de refugiados en Ghana, para salvar sus vidas y en pro de un futuro más próspero. Junto a Laporte, Unai López, Guillermo o futbolistas cedidos como Kepa, Iñigo Ruiz de Galarreta, Jonás Ramalho o Iker Guarrotxena supone la nueva hornada, que se nutrirá también de cachorros que actualmente están en las categorías inferiores.
El Athletic, al igual que la sociedad vasca integra, evoluciona y quiere crecer para ganar. Nunca es fácil, ni lo será, pero la cadena nunca se detiene. El grito de gol suena igual en cualquier lugar y garganta si lo marcan los leones, ya lo pueden haber hecho Pichichi, Zarra, Gainza, Iriondo, Uriarte, Arieta, Carlos, Dani, Sarabia, Endika, Uralde, Valverde, Ziganda, Urzaiz, Llorente, Aduriz o Williams. El momento pasa, pero el legado se convierte en eterno.
Es una noche para disfrutar y soñar. Otra vivencia más, un recuerdo genial que contaremos a los y las siguientes en llegar. Espera el Barcelona, verdugo en las dos anteriores finales de Copa y duro rival en nuestro último título. Con la delantera más poderosa del mundo, acompañada de buenos gregarios y los rescoldos de lo que probablemente fue el mejor equipo de la historia, todo el favoritismo recae de su parte. Es el momento de la ilusión porque el Athletic no tendrá nada que perder y todo por ganar. Como dice la cultura popular anglosajona, el límite está en el cielo, vamos a soñar para estar despiertos en el momento preciso y precioso. Se puede.
#AurtenBai
Beñat Zarrabeitia
Fotos: Getty Images Europe