Cautela, respeto, confianza y, sobre todo, mucha ilusión. Así enfoca todo el entorno del Athletic el partido de vuelta de la final de la Supercopa. La goleada, espectáculo y sensaciones vividas el viernes en San Mamés quedarán para el recuerdo colectivo, una realidad imborrable que se recordará durante mucho tiempo. El primer paso que ahora espera culminar con éxito en el Camp Nou.
El recelo y la euforia contenida son completamente lógicas, ya que el rival es uno de los mejores equipos de la historia. Quizá más industrial que otras escuadras que ha tenido el Barcelona, pero incontestable en lo que a resultados se refiere. Nadie duda de que en el choque de San Mamés el cansancio o poco rodaje de algunos de los jugadores blaugrana tuvieron un peso importante. Lo que ocurre es que ese Barcelona fue poco para mucho Athletic y en el Camp Nou hay que confirmar que no se trató de un espejismo, ya que de lo contrario las tornas pueden cambiar.
Sobre el césped estaban futbolistas tan contrastados como Alves, Mascherano, Pedro, Luis Suárez y obviamente Messi. Las bajas por lesión o derivadas de la sanción administrativa que afronta el Barcelona, por errores de gestión propios, son un elemento con el que ya contaba Luis Enrique. Al igual que Valverde era plenamente consciente del problema que supone para el Athletic no poder contar con Muniain, Williams, Iturraspe y, en menor medida, Mikel Rico.
Sin embargo, los leones supieron minimizar sus problemas para maximizar sus virtudes. Empezando por una determinación y trabajo colectivo que cristalizó con una presión asfixiante que terminó por aplastar al Barcelona por agotamiento y pegada. La de Aritz Aduriz, un futbolista absolutamente capital para el Athletic, su vestuario y estado de ánimo colectivo.
Lezama, clave y protagonista
La presencia de nueve jugadores formados en la factoría rojiblanca, dos de ellos sin haber debutado aún en Primera, en el once inicial y doce en la participación total, supone un espaldarazo inmenso a uno de los mejores trabajos de cantera en el fútbol de élite. Los resultados saltan a la vista. Siendo la transición llevada a cabo por Valverde del legado de Bielsa el exponente más claro de ello, contando siempre con futbolistas salidos de la factoría rojiblanca.
Apenas quedan integrantes de la plantilla que llegó a las dos finales en 2012, las salidas sonadas y ruidosas quedaron atrás, pero el Athletic sigue contando con un equipo altamente competitivo. Un grupo más homogéneo, con menos personalismos e incluso liderazgos, pero probablemente más sano en lo que a concepción y empatía respecto al club se refiere. Iraizoz, De Marcos, San José, Gurpegi, Iturraspe, Susaeta, Muniain e Ibai son los jugadores que tuvieron peso con el rosarino, pero la base del equipo actual cuenta con un buen número de protagonistas renovados. Y a todos ellos les une un elemento de vital trascendencia, su formación en Lezama. Aduriz, Beñat, Williams, Laporte o incluso Xabi Etxeita son la prueba de ello.
Adaptarse a un fútbol cambia de forma vertiginosa y el modelo de jugador también es fundamental. Los equipos cada vez buscan más el arquetipo de futbolista poderoso en ataque que tenga un despliegue físico importante y cualidades técnicas capaces de marcar diferencias. En ese sentido, la irrupción de Javi Eraso y Sabin Merino en el primer equipo evidencia dicha tendencia. Algo que ya tienen varios de los rivales del Athletic, siendo el Sevilla el que cuenta con un perfil más marcado al haber conseguido un altísimo rendimiento con Vítolo o Iborra.
El Barcelona saldrá con todo, herido en su orgullo, con el convencimiento de que en su campo y con Messi todo es posible. El Athletic, más allá de contener, consciente de que sufrirá, deberá de marcar su territorio. En lo físico, donde tiene una baza sustancial, pero también en lo ofensivo. Lo mismo que un gol rápido puede meter a los catalanes en el partido, un tanto de los leones puede finiquitar el trofeo de forma casi inmediata.
Valverde es consciente de que el título supone un ejercicio de autoafirmación colectiva para el Athletic y su modelo. Hábil en las relaciones humanas, a diferencia de Bielsa, se lleva a todo el equipo a Barcelona. Es consciente de que el éxito será enorme y de que todos tienen derecho a vivirlo, sentirlo y disfrutarlo en primera persona, ya que la totalidad del grupo será importante en algún momento de una temporada que se presume larga e intensa.
Los calificativos de trofeo menor para la Supercopa se tornan en habituales cuando un equipo no la gana. De lo contrario, son una pata más de sextetes, tripletes o toda clase de neologismos inventados para mayor gloria de una Liga diseñada a la escocesa, que busca titulares rápidos y se diseña en base al éxito de dos clubes que en realidad son transnacionales futbolísticas. Sin Supercopa no hay sextete y cuatro títulos –que es una barbaridad- son menos que cinco, como uno es más que ninguno. Y eso lo saben tanto el Barcelona como el Athletic.
A las puertas de un gran éxito que habría que valorar... y mucho
Han pasado ya muchos años desde junio de 1984, seis finales perdidas por el camino, y la sociedad vasca ha variado de forma inimaginable. Desde el contexto político, hasta el paisaje industrial pasando por una revolución tecnológica que ha cambiado nuestras vidas y forma de relacionarnos. En el sitio en el que había astilleros ahora hay un museo de arte moderno, donde la ría era de color marrón, actualmente existe una ciudad repleta de turistas. Pero más allá de la postal, la ciudad sigue teniendo un carácter muy marcado. La del motor social y económico del país, ya que un tercio de la población del mismo convive en apenas 20 kilómetros. Y la misma, respira en rojo y blanco, siendo el Athletic un elemento fundamental en la construcción de identidades colectivas en una sociedad marcada tradicionalmente por la división.
El propio fútbol ha cambiado muchísimo. Lejos quedan los últimos vestigios de un fútbol proteccionista heredado del Franquismo. Ni rastro del derecho de retención, sin apenas clubes y lleno de SAD que han pasado por el proceso concursal, plantillas que lógicamente se aprovechan de las posibilidades que otorgan la Ley Bosman u otras sentencias que han posibilitado la libre circulación de futbolistas. Contratos televisivos que fomentan la desigualdad entre entidades y un seguimiento que ya no se sustenta en el número de peñas, sino en el impacto global. Los seguidores crecen y se reproducen en los lugares más recónditos. Y el Athletic no es menos, ya que ofrece una forma de entender el fútbol de forma diferente.
Del conformismo a la ambición
31 años son muchos, demasiados, sin un título. Los sinsabores han sido numerosos, así como la legión de grandes futbolistas que no han podido conseguir uno, el último alguien tan emblemático como Andoni Iraola. No cabe duda que durante un cuarto de siglo, marcado por la arrogancia, el ombliguismo y una casta directiva endogámica, el club llegó tarde a todos sus retos. Y bien que lo pagó, primero con un conformismo y autocomplacencia deportiva enfermiza y después con su coqueteo con el descenso. Algo que provocó la tentación, más o menos velada, más o menos escrita y publicada, de determinados poderes fácticos del herrialde de tomar las riendas del club, para aplanarlo aún más. En vez de multiplicar sus virtudes, se buscaba resaltar sus "limitaciones competitivas autoimpuestas" y así justificar la mediocridad o magnificar cualquier éxito en forma de clasificación europea ocasional. La única "encrucijada" era recuperar la ambición, lo demás eran artículos dirigidos a un patético Juego de Tronos que únicamente empequeñecía al club.
Fue la llegada de Marcelo Bielsa la que cambió la tendencia. El argentino tiene muchos defectos, el principal su incapacidad para comprender la complejidad de las relaciones humanas y una exigencia enfermiza, pero tiene una virtud que le permite de alterar lo establecido en una nueva realidad en positivo. Es capaz de idear la perfección en su cabeza, para llevarla a cabo a través del trabajo. Hizo creer a los jugadores hasta exprimirlos en una relación que se convirtió en tóxica, pero fundamentalmente consiguió que en el imaginario colectivo los recuerdos dejasen paso a las vivencias en primera persona. La gente lo metabolizó con pasión y optó por la visión afirmativa. Se puede competir, es posible ganar y plantar cara los mejores. Las excusas son para otros.
Y Valverde ha sabido implementar esa convicción de una manera eficaz. Conocedor del club y el entorno al dedillo, tiene una visión panorámica que le permite obtener nuevas soluciones. En ocasiones, incluso por encima de sus propias decisiones anteriores. Una receta que acompañada de una plantilla muy solvente, permiten al Athletic estar muy cerca de volver a levantar un título.
Está en sus manos. Una generación entera espera ansiosa poder vivir ese momento, varias más revivirlo. El fútbol ha cambiado y ganar la Supercopa ante el mejor equipo del mundo, que tiene a uno de los futbolistas más importantes de la historia, a doble partido es una hazaña de gran calibre. Comparable con otras anteriores, no en el contexto, pero sí en el impacto. El fútbol actual en nada se parece al de 1958 o 1984, ni en las reglas, ni en los formatos de competición. Todo ha ido en contra del Athletic menos su propia determinación de desperezarse, competir, mirar a sus raíces y volver a ganar.
Restan 90 minutos para la gloria. Ganar o ganar. No queda otra. Para después ya quedará una merecida celebración popular. El calendario lo complica, pero la conquista lo merecería. El debate en torno a la Gabarra es absurdo, ya que se trató de una decisión puntual en un momento histórico concreto para unos éxitos enormes e imposibles de imaginar. Ahora bien, igual que se celebraron Copas ganadas ante el Castellón o el Elche por poner ejemplos, con un camión por todo el herrialde ¿cómo no se va a hacer algo parecido ganando en el Siglo XXI y 31 años después de vencer a uno de los mejores equipos de la historia en un trofeo a doble partido?
Confianza, trabajo y orgullo. Es posible. Un triunfo que reforzará el modelo del Athletic en el gran escaparate global, un mundo por conquistar. Resta un último empujón #DenokBatera
Beñat Zarrabeitia