No estoy acostumbrado a recibir buenas noticias. Me sucede todo lo contrario. Como una forma de defensa inconsciente, cada vez que enciendo la radio o el ordenador me preparo inmediatamente para encontrarme tragedias o desgracias, ya que estas son parte de la rutina a la que me ha ido acostumbrado desde pequeño este mundo en el que vivimos.
Poco más puedo esperar de los medios de comunicación, ya que no es casualidad que sea la radio la que me acercó las dos últimas terribles y dolorosas noticias sobre gente que quiero.
No habían pasado ni siquiera 24 horas de la última mala noticia, la de una nueva redada de la fuerzas represivas de ocupación contra abogados y militantes defensores de los derechos de los presos políticos vascos.
Y fue a mediados del año pasado, cuando Euskadi Irratia me informó del incendio de la casa de uno mis mejores amigos y tambien fue una locutora (que por cierto también admiro) la que me avisó de la muerte en accidente de un gran militante y mejor persona como fue Igor Urrutikoetxea, al que conocía personalmente y del que tenía mucho que aprender.
Igor era una de esas personas muy fáciles de querer, con una estrella siempre brillante y que desprendía continuamente respeto y cariño y se nos fue de repente cuando se encontraba en Brasil haciendo lo que mejor sabía: defender los ideales de la clase trabajadora y del internacionalismo.
Sin embargo, hoy la rutina ha cambiado: enciendo la pantalla y me encuentro la foto de dos músicos sonriendo guitarra en mano. Una instantanea que refleja alegría y dignidad. Un abrazo musical entre un amigo venezolano llamado Alí Manaure y un cantor de la dignidad llamado Julián Conrado.
Busco más información y descubro con asombro y alegría, que hace unas horas, Julián Conrado ha sido liberado y que inmediatamente se ha desplazado a La Habana para tomar parte en la comisión de las negociaciones entre las FARC y el gobierno colombiano.
La rutina cambia de repente y mi voz se hace un grito: ¡Quiero noticias como esta todos los días!