Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua
gara-2024-06-21-Reportaje
La cantante Janine Johnson, en mayo pasado, en Vital Kulturunea. Fotografía:Mónica López-Dávalos

Esos locos resistentes del jazz

Más allá de los grandes festivales de verano en Euskal Herria, con su pulsión casi turística, ¿hay realmente afición al jazz? ¿Y circuitos? La respuesta es que no, pero con matices. La sala Jazzon y el club Dazz son un ejemplo de los «locos» resistentes que mantienen el jazz. Pero hay más.

Viernes por la tarde, zona de Bilbo Zaharra. «¿Aquí no estaba, en los 80, la antigua estación de autobuses?», me pregunto mientras, sintiéndome un auténtico dinosaurio, paso el puente de San Antón y enfilo hacia la calle Urazurrutia. En el número 5 está Jazzon Aretoa, la única sala de jazz con programación estable de Euskal Herria en la actualidad. Vengo a escuchar jazz en vivo, un lujo. El precio, también estupendo: entre 10-20 euros, depende del artista. Hay una barra a un lado y, tras agenciarme una fresca cerveza, accedo a la sala. Perfecto sonido, ambiente como de casa, sentada en mi mesa, tomo un sorbo y ¿qué más se puede pedir? Con un aforo de unas 150 personas, esta tarde hay una buena entrada de público y el contrabajista Tato Gracia está a los mandos del sonido; Gorka Reino, el publicista que dejó su agencia por esta ‘locura’, tras programar durante años en la veterana Bilbaína Jazz Club, hace la presentación del grupo: esta vez es el cuarteto liderado por Raquel Vega, una pianista y armonicista madrileña. Miro la programación de los meses próximos -hay conciertos de jueves a sábado todo el año- y aparecen nombres internacionales, jóvenes emergentes y ‘popes’ de la escena jazzística vasca.

«Nosotros no somos una sala, somos un proyecto. Nuestra razón de ser es crear un tejido en Euskal Herria que sostenga una escena jazzística», me había avisado antes Gorka Reino. De acuerdo, pero, entonces, ¿hay escena jazzística? ¿Somos realmente un país aficionado al jazz, como podría parecer por la afluencia de público a los festivales de verano? Le da la risa. «¡Qué va a haber un circuito!», exclama Reino. Con la desaparición del veterano Altxerri de Donostia, el panorama de la música de jazz en vivo en Euskal Herria a lo largo del año ha quedado reducido básicamente a dos ‘islas’; una, en Bilbo, el Jazzon; la otra, en Gasteiz, el Dazz Club que regenta Beñat Lasagabaster.

Gorka Reino y Tato Gracia, en el exterior de su sala bilbaina. Aritz Loiola / FOKU

JAZZON, ESA ISLA EN EL CENTRO DE BILBO

Con la llegada del mes de julio, parece como si Euskal Herria se convirtiera en una especie de Meca de los grandes festivales de jazz: del 3 al 7 de julio se celebra la edición número 47 del Festival Internacional de Jazz de Getxo; del 15 al 21, y también en su 47ª edición, le toca el turno al Festival de Jazz de Gasteiz; y el Jazzaldia donostiarra, el más veterano (este año celebra su 59ª edición), cerrará la temporada festivalera jazzística veraniega del 23 al 28, también en julio. Hace décadas desapareció el Jazz aux Remparts de Baiona.

«Los festivales son un acto de promoción económica de una ciudad que no tienen nada que ver con el jazz -explica Reino-. No dejan nada en la ciudad, aparte de dinero en hoteles y restaurantes, que está muy bien, pero realmente a la escena no le ayudan nada. De hecho, casi lo que ha creado es una mentalidad festivalera, que no se ha generado público, porque no hay público en Euskadi. Siempre vienen los mismos: se llama a Wilton Marsalis, pero si va un chaval que se llama Eneko Arrizabalaga, no va nadie al concierto. No hay una escena y la Administración no se preocupa por que la haya, ni por los músicos. Se preocupa por hacer grandes eventos que le dan titulares y quizás votos, no lo sé». Y tira de humor: «Es un poco raro que haya un festival de jazz donde no hay nada de jazz; es como si hubiera en el Sáhara un festival del arroz o un festival de las flores».

Estamos ahora en la trasera del Jazzon, la plasmación de un proyecto ambicioso, casi diría que militante, que arranca en 2007. Amigo de la infancia de músicos como Víctor de Diego o Juan de Diego, tras llevar por amor al arte durante años la programación de la veterana Bilbaína Jazz Club -aquella que fundó en Bilbo el zornotzarra-danés Pio Lindergaard-, Gorka Reino dejó agencia, casa propia y seguridad financiera para embarcarse en un proyecto compartido con el bajista Tato Gracia. ¿Una sala? No, algo más ambicioso todavía: tienen un Plan Integral, a modo de radiografía, con propuestas para crear un tejido -enseñanza, circuitos, trabajo...- y una escena jazzística vasca. «Es bilbainismo, a lo grande, pero la idea es intentar ser como Nueva York. Nosotros queríamos replicar algo como aquello», apunta. Un apunte, porque el plan es amplio (y tendría que leérselo algún político, se lo recomendamos): «El objetivo es la creación de un tejido productivo permanente que permita el sostenimiento y normalización de un cuerpo creativo en Euskal Herria. Estimulación y activación del sector y sus agentes. Transformación de Bilbao en capital europea de la creación musical de vanguardia...», leemos.

Para ponerlo en marcha, necesitaban, primero, una sala. Así surgió este Jazzon, producto de quince años de pelea para conseguir el local. La inversión fue importante, un millón de euros, tanto como la ambición. Y la pandemia no ayudó: empezaron a construir 20 días antes del confinamiento y se les triplicó el presupuesto. «No es una sala para dar conciertos o dinero, ni somos hostelería tampoco», puntualiza Reino. Aseguran un número de actuaciones a los grupos recien empezados, hacen masterclass, tienen un sello propio -Moskito Records-, han organizado ciclos con la BBK, también para niños... Son una isla de jazz en medio de Bilbo; una isla con una vida muy, pero que muy, activa.

 
La cantante Irati Bilbao, en el Nova Jazz Cava barcelonés. Fotografía cedida por Irati Bilbao
IRATI BILBAO, UNA VOZ CON MUCHO QUE DECIR

El 3 de julio próximo (19.00, plaza de la Estación de Algorta), la vocalista duranguesa Irati Bilbao abrirá la sección Tercer Milenio de jóvenes talentos del Festival de Jazz de Getxo. El día 5, a las 20.30, estará luego en Ordizia, en Goierriko Jazzaldia. No debiéramos olvidarnos tampoco de los conciertos y festivales que se organizan en los pueblos, por cierto. Irati Bilbao anda girando con ‘Begin’, un primer disco, grabado a fuego bajo en 2020 y, por desgracia, atemperado por la pandemia, que no le facilitó darlo a conocer.

Irati Bilbao es una de las referencias de Errabal, el sello de Gaztelupeko Hotsak, la veterana discográfica de Soraluze que se mantiene contra viento y marea, y también es una voz representativa de lo que se está moviendo en la nueva escena jazzística vasca. Tras estudiar el grado de jazz en Musikene, el Centro Superior de Música de Donostia, grabó este ‘Begin’, su proyecto más personal, con sus compañeros de carrera. Paralelamente, participa como vocalista en cerca de 4-5 proyectos diferentes: está en Sarrabete, un grupo que explora el folk; en Ekuru, el proyecto de Ander Ertzilla y Luigi Anselmi; en Bilbao Lindy Band, una banda de standars para sesiones de baile y en el espectáculo familiar de Jazzbana Ensemble ‘Bidai on, amona Braulia!’. Y, además de todo eso, es profesora de canto. «Todos andamos así. Hoy en día es imposible vivir de un solo proyecto», reconoce.

Gracias a un nuevo representante, ahora, por fin, anda girando con su proyecto personal, también fuera de Euskal Herria. «Sí que creo que hay un interés hacia el jazz, pero también que el público ya no va a los conciertos de músicos que no conoce. Los grandes festivales, además, suelen ser un plan de verano perfecto, pero ir al club en invierno... aunque sí existe un público fiel, y a mí misma me pasa que es en mis conciertos donde vendo realmente mis discos», explica. Pero el público busca nombres conocidos, no se arriesga. Tampoco los programadores: «Aunque tengas dos o tres discos, y una trayectoria, es difícil conseguir que te programe un festival».

En suma, concluimos, que entre ‘joven talento’ y ‘figura consolidada’ existe un agujero negro absoluto que dificulta el mantenimiento del activo y talentoso colectivo de músicos de jazz vascos. Irati Bilbao lo explica así: «En los años 80-90 estaban las grandes figuras, que hacían sus giras internacionales, y había también los recién iniciados, pero, en medio, estaban los músicos, con más o menos éxito, que podían vivir de la música. Esto se ha perdido y, ahora, o eres Rosalía o te conocen en tu escalera. El contraste ha aumentado. La que podríamos llamar ‘clase media musical’ se ha perdido. Yo no me quejo, pero en general sí que veo que se está perdiendo».

Beñat Lasagabaster posa en un rincón de su club. Jaizki Fontaneda / FOKU

LA ESENCIA, EN GASTEIZ Y EN FRASCO PEQUEÑO

Recibo por whatsapp, enviados por Beñat Lasagabaster, los enlaces a dos de los numerosos conciertos que durante sus nueve años de vida ha acogido su club, el Dazz de Gasteiz. Es un reconocido club con música en directo, con un aforo de 60 personas, que está ubicado en la popular calle Kutxi. La entrada a las sesiones en vivo, entre 12 o 15 euros. Vuelvo al whatsapp y, en un link, se ve tocando a Leo Sidran, músico estadounidense ganador de un Grammy y un Oscar por la banda sonora de la película ‘The Motorcycle Diaries’. En otro link veo a Arturo O’Farrill, ocho Grammys. «Arturo venía de vacaciones a Donostia con su mujer en su aniversario de bodas y me escribió directamente: ‘Oye, Beñat, que quiero celebrar mi aniversario con mi mujer en tu club’. Yo: ‘Conozco tu carrera, no sé si tendré suficiente presupuesto para pagarte’. ‘Beñat, me pagues o no me pagues, yo voy’, respondió. Son las anécdotas que nos dan fuerza para seguir», nos cuenta este otro ‘loco’ programador.

Lasagabaster lleva su club, también dinamiza la asociación Dazz Jazz, con la que organiza el Festival Dazz Jazz en la capital alavesa (4.000 espectadores en la última edición). Es un promotor convencido; es cabezón también, como reconoce. «El jazz es una música minoritaria. Hay que remar, pico y pala y, sobre todo, programar con calidad y ser constantes», apunta. El club surgió, explica, para «rellenar la falta de jazz del resto del año. Aunque muchas veces decimos que en el recinto donde hacen el Festival de Jazz entran 4.000 personas y, luego, durante el resto del año, nos cuesta vender 60 entradas». ¡Con lo que se disfruta del jazz en directo!: «El jazz es un espectáculo -añade-. Tener a un músico a un metro de ti, que está soplando el saxo casi en tu cara, y se te ponen los pelos de punta. El mismo músico, en un escenario grande o en un festival, no es lo mismo. Y eso te lo dicen los artistas de primera mano. Es la esencia del jazz, además: sitio pequeño y música en directo».

Hay músicos, muchos y de calidad; hay público fiel... ¿qué falla en esta ecuación? ¿Tal vez no tanto centrarse, por parte de la Administración, en apoyar eventos masivos? «Que haya ayudas públicas a la cultura y que haya un apoyo institucional, porque, aunque se crean lo contrario, no estamos ganando dinero. Porque esta gente que está un poco loca, como yo o como Gorka Reino, seguirá haciéndolo, pero con ayudas públicas podríamos ir más holgados y con menos miedo de programar. Y, al final, la cultura es lo que nos mantiene frente a lo negativo del exterior», apela Beñat Lasagabaster. Tras el descanso veraniego -los últimos tres años han decidido cerrar en julio y agosto-, el Dazz regresará en septiembre. Por cierto, tienen un sistema de retransmisión o streaming en YouTube donde, desde cualquier lugar del mundo, se les puede seguir en directo o recuperar los conciertos que se han celebrado en el club.

La Musikene Big Band, en el concierto que ofreció en el auditorio de Musikene el 16 de febrero pasado. Una curiosidad: de los 65 alumnos que cursan jazz solo diez de ellos son mujeres y de ellas, solo una estudia el bajo eléctrico, otra saxo y, el resto están en canto. Por cierto, en esta especialidad solo hay mujeres. El sesgo de género está claro. Musikene - Iñigo Ibañez

ROGER MAS Y MUSIKENE, LA «FACTORÍA» DE NUEVAS PROPUESTAS

El pianista catalán Roger Mas es el director del Departamento de Jazz de Musikene, el Centro Superior de Música de Euskal Herria que, desde 2016, ocupa el espectacular edificio negro y dorado situado en la zona de universidades del campus de Donostia. Roger Mas es, paralelamente, jefe del Departamento de Jazz y Música Moderna del Centro Superior del Conservatori Liceu de Barcelona. Conoce de primera mano la realidad de la enseñanza, también el de los circuitos musicales; no en vano, acompaña habitualmente a un grande como el bajista Carles Benavent. Tiene un disco relativamente reciente, titulado ‘Transparente’, y el 3 de julio estará en Bermeo Jazzaldia con el bilbaino Víctor de Diego y su grupo (Kafe antzokia de Bermeo, a las 20.30).

Reglada desde el año 2000, la enseñanza superior de jazz que se imparte en Musikene tiene nueve especialidades (batería, bajo eléctrico, contrabajo, guitarra, piano, saxo, trombón, trompeta y voz) y un plantel de profesores entre los que se encuentran nombres conocidos del jazz como Iñaki Salvador, Gonzalo Tejada o Andrzej Olejniczak. Los últimos años, ha cambiado el perfil de alumno, reconoce Mas:«Nos estamos encontrando con jóvenes que acaban el bachillerato y deciden que su carrera universitaria sea un instrumento de jazz. Cada vez hay más jóvenes de Euskadi», explica.

Jóvenes de 19 años que, tras estudiar esta especialidad, pueden dedicarse al jazz... o no. «Me ha pasado que veo la portada de una revista de rock y digo ‘¡hombre, este ha sido alumno mío!’ No está en el mundo del jazz, pero le va bien en el pop, el rock o las nuevas músicas. Lo que sí veo es que la promiscuidad del músico de jazz le permite estar muy activo. O sea, el que tiene un perfil más jazzístico está muy preparado y es capaz de participar en muchos proyectos y estar en múltiples historias», asegura.

De Musikene han salido músicos como Eneko Diéguez, saxofonista de Irun que ha acabado ahora su tercer año y se ha convertido en una de las grandes revelaciones del momento. Acaba de ganar el premio al Mejor Improvisador del concurso internacional entre conservatorios Keep an Eye International Jazz Award 2024, celebrado en Amsterdam el pasado mes de abril. Esta nueva es una generación que está moviéndose frente a esa falta de circuitos: «Lo que veo en los últimos años es que chicos que van a las capitales a estudiar los grados, al regresar a su lugar de origen, convencen a un tipo de un bar para hacer conciertos o, con tres amigos, hacen una asociación de música en vivo y le ‘lloran’ al concejal de Cultura para generar un ciclo... Son gente que piensa globalmente y actúa localmente», añade. Esto no es Barcelona, con su oferta de salas en vivo -allí vive mucha de la ‘diáspora’ musical vasca-, pero «aquí hay mucho músico -puntualiza- y mucha inquietud artística; es una lástima. Se tiene que apoyar al sector privado, porque siempre habrá un tanto por cierto de cuota destinada el jazz en proyectos públicos, pero también hay que apoyar al inversor que apuesta por su sala. Estamos deseando que haya algún loco que compre un piano en Wallapop por 200 euros para ponerlo al lado de la barra o están esos queridísimos locos como Dazz Jazz o Jazzon que están apostando por esto».

Por cierto, además de las semanas de jazz que se organizan con alumnos y profesores en la cafetería de Musikene -la entrada está abierta al público-, y del calendario de conciertos en Tabakalera, Roger Mas nos da un dato: «Como Altxerri desapareció, los estudiantes han encontrado en el barrio donde estamos un bar que se llama Goikoa, donde trabajaba de camarero uno de ellos, y hacen jam session los miércoles. En Donostia hay jam session, porque los chicos se han buscado la vida».

Dos baterías –el veterano gasteiztarra Ángel Celada y el getxoztarra Borja Barrueta– y la saxofonista de Markina Haizea Martiartu. Todos ellos han pasado en estos últimos meses por la sala bilbaina. Fotografías promocionales cedidas por los artistas