Empezamos con una buena noticia, al menos en lo concerniente a la alimentación de los más pequeños, porque cuando somos ancianos debe ser que es lícito que nos den cualquier bazofia para comer cuando estamos institucionalizados pero cuando somos menores ya no. Tras años de quejas y de peleas para que el comedor escolar sea un ejemplo de alimentación equilibrada, por fin parece que se cumple. Y es que se acaba de anunciar que, a partir de ahora, se deberá garantizar que, al menos, el 45% de las frutas y verduras que se ofrezcan sean de temporada y de proximidad y las hortalizas, legumbres, cereales (preferiblemente integrales), frutas, frutos secos y aceite de oliva deberán constituir los ingredientes fundamentales de los menús escolares.
Los comedores escolares deberán dar, además, ‘prioridad’ a técnicas culinarias más saludables tales como el horno, el vapor, hervido o la plancha, dejando de lado frituras, rebozados, sofritos y preparaciones con salsas habituales hasta el momento.
El aceite de oliva tendrá que primar, tanto a la hora de cocinar, como al aliñar. Por el contrario, se reducirá la cantidad de sal, pudiendo sustituirse por el uso de especias como alternativa y se disminuirá el uso de concentrados de caldo u otros potenciadores del sabor.
De modo que estamos de enhorabuena, qué duda cabe, pero eso no significa que en casa debamos relajarnos y quizá convenga repasar algunas costumbres adquiridas que, con toda la buena intención se han ido implantando en los hogares como algo ‘normal’ pero que quizá nos dé más quebraderos de cabeza a medio-largo plazo.
Una de ellas y que está íntimamente relacionada con la siguiente, es la de complementar el menú escolar con la cena. Es decir, planificar las cenas que hacen en casa teniendo en cuenta el aporte nutricional que han tenido a mediodía en la escuela. Con esta finalidad, supongo, hace ya años que los menús escolares vienen dotados de toda la información nutricional ¿necesaria?. Es decir, ¿realmente como consumidores, padres y madres de familia, debemos saber interpretar las tablas nutricionales? La respuesta es no. Cuando hemos hablado de qué información debemos conocer los consumidores de a pie, es sobre la composición de ingredientes de un alimento en cuestión, no de cuántas calorías o cuántos carbohidratos tiene un plato, puesto que lo interesante es saber de qué calidad son esas calorías y esos carbohidratos.
De modo que no es necesario rompernos la cabeza intentando hacer el cuadrante de cenas ideal, mejor revisemos qué alimentos o grupo de ellos brilla por su ausencia en toda la semana o permanentemente en el menú del comedor escolar y fomentémoslos.
Y por último y muy relacionado con esto, es el hecho de que, ya sea porque estos menús se pueden descargar de la propia página web del colegio o los solemos tener pegados en la nevera etc. los menores se acostumbran a relacionar comida con calorías. De nuevo, información nada relevante para nosotros y menos aún para un menor, pues puede acabar asociando una mayor densidad calórica con que ese alimento no es ‘adecuado’ o ‘engorda’ cuando esto no es así, pues la calidad nutricional de un alimento, se mide por muchos otros parámetros que no son el número de calorías.
Asimismo, y como hemos comentado con anterioridad en esta sección, tener muy en cuenta las calorías a la hora de sentarse a la mesa o la malamente instaurada costumbre del conteo de calorías a la hora de comer se asocia negativamente con una mala relación con el cuerpo y la comida pudiendo derivar en un trastorno alimentario.