Tengo por buena costumbre desconfiar de las dietas con nombre propio, bien sea del sujeto que la ‘inventa’ o promueve y tiene el afán de ponerle su propio nombre, o el nombre científico que algunas dietas adquieren con el fin de aparentar ser la nueva panacea.
Sin embargo, en los últimos tiempos, se está hablando mucho sobre la dieta ‘antiinflamatoria’. ¿Se imaginan que los alimentos tuviesen la capacidad de reducir el dolor?
Y es que en el caso de algunas enfermedades como artritis, lupus, artrosis o similares, uno de los síntomas más evidentes son las alteraciones musculares en huesos y tendones que provocan un dolor que puede llegar a cronificarse y que repercute en una peor calidad de vida de los pacientes que las sufren. Pacientes a su vez que, debido a esta condición, están condenados a vivir utilizando a diario fármacos antiinflamatorios que, en muchas ocasiones, provocan sendas alteraciones y molestias digestivas.
En este sentido, en ocasiones, el dolor crónico se debe a un desequilibrio en el estado inflamatorio corporal y es por ello que se piensa que la dieta puede tener cierto efecto.
Asimismo, la inflamación también juega un papel clave en otras enfermedades como la diabetes, el asma, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer y se cree que la dieta puede influir en diferentes etapas de la inflamación y tener un impacto importante en el proceso y en el tratamiento de varias de estas enfermedades inflamatorias.
Sin embargo, la realidad actual es que falta evidencia científica sobre el papel de la dieta antiinflamatoria, pero cada vez es mayor la evidencia que demuestra que son algunos compuestos de los alimentos los que tendrían este efecto, puesto que son capaces de regular o modular la respuesta inflamatoria del cuerpo.
Estos son los compuestos polifenólicos, como los flavonoides, que se encuentran en frutas, verduras, legumbres o cacao. Estudios recientes han demostrado que los flavonoides pueden inhibir proteínas reguladoras importantes para controlar los mediadores involucrados en la inflamación. Los flavonoides también se conocen como potentes antioxidantes con el potencial de atenuar el daño en los tejidos o la fibrosis. Pero también encontramos otros nutrientes más conocidos por la población general, como los ácidos grasos omega 3 del pescado azul o de las nueces y otros alimentos como las legumbres o los cereales integrales con propiedades antiinflamatorias y antioxidantes.
En el lado contrario, se sabe que existen también los alimentos que generan compuestos proinflamatorios y estos son los alimentos precocinados y ultraprocesados ricos en azúcares libres y con un notable exceso de sal, entre otros ingredientes.
De modo que, no hablemos de la dieta antiinflamatoria con nombre propio pero, si podemos intentar aumentar la presencia de estos alimentos/nutrientes en la dieta como co-ayudante del tratamiento en estas enfermedades, pues cuentan con suficiente respaldo científico, por lo que se considera que hay justificación para su uso.