Más del 50% de los pacientes que sufren trastornos alimentarios (TCA) no son diagnosticados de anorexia nerviosa, bulimia o trastorno por atracón, sino que su diagnóstico es de ‘Otro trastorno alimentario no especificado (OSFED)’. Sin embargo, existe cada vez más evidencia de que otros muchos padecen formas de alteración de la conducta alimentaria a los que se denominan EXIAS (ortorexia nerviosa, vigorexia, ebriorexia, dialbulimia y pregorexia), pero que aún no están reconocidos dentro de un sistema de clasificación oficial y, por lo tanto, no se diagnostican ni se tratan como debieran.
Una de las EXIAS menos conocidas es la pregorexia, una condición que describe a las mujeres que reducen la ingesta de energía y aumentan el ejercicio durante el embarazo para controlar el aumento de peso. También hace referencia al miedo excesivo al aumento de peso inducido por el embarazo y al impulso de controlarlo a través de peligrosas medidas como la restricción extrema de la ingesta de alimentos, ejercicio compulsivo y/o consumo de diuréticos y/o laxantes. Como adelantábamos, aunque la pregorexia no se reconoce formalmente como un diagnóstico médico, el término puede considerarse como un TCA en el embarazo.
En este sentido, las mujeres embarazadas son un colectivo especialmente vulnerable a los TCA, pues sus cuerpos están sujetos a cambios dinámicos muy bruscos y cada vez más mujeres tienen problemas para aceptar los cambios corporales durante la gestación. Numerosos estudios evidencian que las mujeres en el primer trimestre del embarazo (prenatal) y de 6 a 12 meses después del parto (postnatal) sufren trastornos que toman distintas formas a lo largo del tiempo.
Tampoco ayudan nada las redes sociales, pues aumentan el impacto de las tendencias de salud y estado físico en la imagen corporal, también en las mujeres embarazadas. Una tendencia nueva y aún por investigar en estas plataformas y que está dirigida a las mujeres embarazadas es la llamada ‘Belly Only Pregnancy’ o embarazo solo del vientre, es decir, que solo engordemos de tripa. Los pocos estudios hasta la fecha que buscan definir esta nueva tendencia y aclarar si el contenido relacionado con la misma podría alterar la imagen corporal o los hábitos alimenticios de las futuras madres, concluyen una obviedad, y es que un embarazo solo del vientre alegoriza un tipo de cuerpo ideal (e irreal) para las futuras madres, y que aquellas especialmente vulnerables a un TCA podrían verse afectadas negativamente por el consumo de contenido relacionado con dicha tendencia.
El hecho de que se den estas dificultades, no solo entraña riesgos para la madre, sino que puede causar resultados obstétricos y fetales adversos, así como condicionar la salud futura del bebé. El bajo peso corporal de la madre podría causar malformaciones debido a la deficiencia de vitaminas y minerales como, por ejemplo, defectos del tubo neural, microcefalia, bebés pequeños para la edad gestacional y bebés con bajo peso al nacer, trastornos cognitivos, parto prematuro o incluso aborto espontáneo. En la madre puede provocar hipertensión materna y anemia, desarrollo lento de la placenta, riesgo de desprendimiento de placenta, alteración de la mineralización ósea o depresión posparto.
En este sentido, el papel de los sanitarios (ginecólogos, matronas etc.) en una entrevista con una mujer embarazada es preguntar sobre su alimentación y el aumento de peso como factores que afectan directamente al niño. Sin embargo, el control del peso se realiza, en no pocas ocasiones, de forma poco objetiva, sin tener en cuenta el contexto de la paciente ni cómo las ‘recomendaciones’ y comentarios sobre el control del peso pueden afectar a una u otra mujer. En conclusión, supervisar el peso sí, pero no solo a la alta, sino también a la baja, sin que sea el único parámetro relevante para conocer el buen o mal progreso de un embarazo.