Si has intentado hacer dieta en el pasado y sientes que fracasas porque crees que te falta fuerza de voluntad, este artículo es para ti. Usualmente, la mayoría de las dietas para perder peso se basan en restringir o reducir la ingesta de hidratos de carbono (HC) porque ya se sabe: patata, arroz, pasta y pan son el demonio en esto de perder peso. Pero, ¿alguna vez te has parado a pensar cuáles son los efectos de esta restricción concreta sobre tu salud física y metal?
Para entenderlo, empecemos por el principio que es tener claro que los HC, la glucosa, son la gasolina de primera elección, por ejemplo, para el cerebro que, aunque supone solo el 2% del peso medio de una persona adulta, utiliza más del 20% de la energía que producimos. Y como la glucosa es tan importante para el cerebro, su baja disponibilidad favorece que el cerebro libere una sustancia llamada neuropéptido y que nos impulsa a comer HC a través de distintas estrategias como favorecer pensamientos constantes sobre alimentos ricos en este nutriente, aumentar la percepción agudizada de señales sensoriales de HC (olfato etc.) y, por último, promueve una mayor recompensa al comerlos, provocando así una sensación que comúnmente se suele confundir con ‘ansiedad’ por comer.
Ante esta situación, quienes promueven este tipo de dietas aseguran que esta ingesta reducida de HC hará que el cuerpo elija otro combustible como la grasa corporal, pero esto no es exactamente así; y es que solo alrededor de un 5% de la grasa se ‘convierte’ en glucosa. Sin embargo, nuestro cuerpo ‘convierte’ con mayor facilidad la proteína (músculo) en glucosa, siendo este combustible, nuestro músculo, el que acaba siendo utilizado al final.
Otra fuente de energía alternativa que usa el cuerpo en esta circunstancia son los cuerpos cetónicos, producto de desecho de la grasa. Pero cuidado, porque el cerebro cuando los usa in extremis durante un tiempo dilatado, se producen ciertas alteraciones como fatiga cerebral, disminución del rendimiento, dificultad de concentración, alteración de estado de ánimo, dificultad para tolerar el estrés y rigidez cognitiva, que pueden hacernos sentir más ‘obsesionados’ con la dieta y todo lo relacionado.
Por último, la disminución o restricción completa de la ingesta de HC altera el estímulo para producir serotonina, neurotransmisor relacionado con el bienestar y la gestión de emociones. Pero, además, la serotonina también actúa en el proceso de regulación de la saciedad, con lo que, si su producción se ve mermada, es muy posible que se altere el comportamiento alimentario favoreciendo la aparición de sobreingestas que usualmente son vividas como ‘falta de fuerza de voluntad’ y ‘pérdida de control hacia la comida’.
De modo que no, no te falta fuerza de voluntad, lo que te pasa es que tu organismo grita que dejes de maltratarlo.